Seguimos la actualidad internacional. Escribe: Jaime Aznar sobre Ucrania

Ucrania: diplomacia y soberanía

23 de febrero de 2014

Jaime Aznar.Historiador y analista político sobre Europa

Los movimientos auto-organizados de la oposición en la calle han derrocado a Yanukovich y su régimen. El ex presidente depuesto optó por la represión y decidió liquidar la revuelta a tiros. No advirtió entonces que ni siquiera su formación política y las fuerzas de seguridad le iban a apoyar. Era una medida tan extrema y dura que temieron que la revuelta se los hubiera acabado también con ellos. Y abandonaron a un Yanukovich prepotente e incapaz de calcular bien sus bazas. La actualidad devora cualquier análisis. Ahora, llega el tiempo de la reconstrucción democrática. También llena de obstáculos por las ambiciones de los partidos ucranianos y los intereses de la Unión Europea y de Rusia.

Precisamente, el 28 de enero de 2014 Bruselas fue el escenario de un frío pero necesario encuentro: Durao Barroso y Vladimir Putin trataban de alcanzar algún principio de acuerdo para desbloquear la crisis ucraniana. No obstante, la desconfianza se antepuso a la necesidad y ambas partes se culparon dura y mutuamente de ser los causantes del preocupante conflicto. Apenas un mes más tarde y con más de 100 muertos sobre la mesa, la perspectiva de unos y otros ha cambiado sustancialmente. Nuestra memoria se remonta a aquel 21 de noviembre de 2013 en el que todo empezó, al malograrse un acuerdo bilateral (UE-Ucrania) que se daba por seguro.

Una vez iniciadas las hostilidades diplomáticas, todo fueron presiones, de un lado a otro y a todos los niveles. El súbito descontento en la calle alarmó a Yanukovich de tal manera que trató de reconducir la situación llamando nuevamente a la puerta de Bruselas. Como no estaban totalmente convencidos de las intenciones del presidente ucraniano, la Unión Europea se negó en a cualquier tipo de negociación y se remitió al acuerdo pactado antes y rechazado sorprendentemente. En otras palabras: o lo tomas o lo dejas. Mientras las protestas iban en aumento, Rusia,  motor de la incipiente Unión Eurasiática, acusaba a Occidente de estar detrás de una calculadas protestas para lograr sus propósitos. La cerrazón era total ya que por aquel entonces, entre noviembre 2013 y enero 2014, se tenía la sensación de que el rival podía desmoronarse en cualquier momento. La tensión se convertía en un arma poderosa.

Todo parecía estar entonces a favor de cada causa. La Unión Europea y Estados Unidos respaldaban las protestas de aquellos que hartos de inoperancia, despotismo y corrupción se lanzaban a las calles en busca de un cambio. Entretanto, Rusia exigía respeto para un presidente elegido democráticamente, que en uso legítimo de su cargo y como jefe de Estado de una nación soberana tomaba la decisión de no llegar a un acuerdo con Occidente. Ambas posiciones se mostraban firmes, sin ánimo de ceder.

De vuelta a aquella tensa cumbre de finales de enero pasado, es necesario señalar que, en un principio, se trataba de un encuentro diplomático, pero finalmente se transformó en el altavoz de posturas maximalistas e irreconciliables. Dos grandes potencias, Rusia y la UE se reunían para discutir el futuro de un tercero que, por cierto, no había sido invitado.

Ese fue y ha sido el principal error, el defecto que desde el mismo origen ha imprimido una indefectible senda desviada que nos ha abocado al indeseable punto en el que nos encontramos. Ucrania ha sido desde el primer momento una pieza de ajedrez en manos de grandes y poderosas manos, que la han disputado con toda suerte de recursos. Y no es de extrañar, su posición estratégica, sus recursos naturales y su potencialidad económica hacen a este territorio verdadero acreedor de las pasiones que suscita. Sin embargo, no hablamos de una baza, de devolver los golpes de una diplomacia herida o de ganarse una nueva posición a orillas del Mar Negro. Pero Ucrania es algo más. Un país en el que vive gente con sus propias metas y aspiraciones. Éstas pueden ser coincidentes o no con las nuestras, pero ante todo se trata de una sociedad que ha salido a la calle para ser escuchada, atendida y respetada (aunque finalmente se haya recurrido a la violencia). Nada ni nadie puede negociar en su nombre ni llegar a verdaderos acuerdos sin contar con ella como un igual.

Esta tampoco es una cuestión en la que haya que echar la culpa a nadie. Como es natural, Europa se siente agraviada por la ruptura de un proceso que parecía ya maduro y Rusia no quiere perder su influencia a las puertas del mismísimo Mar Mediterráneo. En esto, además, todos hemos sido partícipes, al juzgar con cierta precipitación las intenciones de cada uno y dejarnos llevar por un criterio necesariamente poco estructurado.

Por eso los hechos de estos últimos días son tan importantes, porque nos han devuelto a la realidad. Nos han hecho apreciar lo que en verdad están padeciendo los ucranianos y sus instituciones; el grado de odio recíproco que ha ido germinando mientras desde las alturas luchábamos por la consecución de nuestros objetivos partidistas. Ahora, la sangre y el horror de esta represión incalificable nos ha golpeado, nos ha hecho pensar y abandonar según parece la estrategia de tensión. Es tiempo al fin de la diplomacia, los bloques contrapuestos se deben apresuran al diálogo y la UE ha mandado una delegación de ministros a Kiev. Quizás, al término de todo, con las lágrimas aún en los ojos por la pérdida un familiar, de un amigo o de un compatriota, la sangre derramada nos sirva para recapacitar. Ahora es cuando verdaderamente tenemos la oportunidad de encarrilar entre todos esta dramática situación, poniendo eso sí a Ucrania y a los ucranianos como nuestra prioridad más importante.

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