Corren tiempos convulsos. Decía el presidente Aznar que uno puede elegir entre tomar las decisiones o dejar que las tomen por él. Cuando una nación se llama España la segunda opción es inviable.
No es el momento ni el lugar para ajustar cuentas con nadie; hubo y hay quien cree, seguro que con buena intención, que una política de perfil bajo nos mantiene alejados del riesgo terrorista. No es así, y aunque lo fuera no es España un país de cobardes. Jamás fuimos la nación que miró hacia otro lado.
Los terroristas atacaron Nueva York, París, Londres o Hamburgo; atacaron nuestra civilización. Ayer, como en 2004 en Madrid, también atacaron nuestro país. Barcelona es una nueva declaración de guerra que no debe quedar impune.
Se le atribuye a Bismarck aquella famosa sentencia sobre la fortaleza de España: "los españoles llevan siglos intentando destruirla y no lo han conseguido". También se le atribuye a Adolf Hitler su temeroso "nadie entra en España sin permiso de los españoles". Famoso es el lamento de Napoleón tras minusvalorar la fuerza de nuestro país: "los españoles, todos, se comportaron como un solo hombre de honor".
Poderosos enemigos hemos contado a lo largo de la historia; numerosos adversarios han querido doblegarnos y no lo consiguieron. Todos comparten algo en común: nunca nadie habló de España como la nación de los que se rinden; jamás conocieron España como el país de los que se conforman.
No será ésta la excepción.
El terrorismo islamista nos ha golpeado como ya nos golpearon otros y éste mismo en otras ocasiones. Odian nuestra superioridad, detestan nuestra suficiencia y envidian nuestra posición. Occidente, y España como su arquitecto, es luz contra su barbarie. No lo pueden soportar.
Otros siglos fueron los del enfrentamiento entre europeos; otras épocas fueron las de guerras fratricidas. No el siglo XXI; las grandes naciones civilizadas tienen la obligación de construir en Europa y América una fortaleza moral, política y militar para derrotar a nuestros enemigos. Es una cuestión de supervivencia. Es un imperativo ante la Historia.
Con Barcelona. Con las víctimas. Junto a nuestros aliados y como hombres de honor.
No ha nacido el enemigo capaz de arrodillar a España.
