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Escritura Creativa
Anti Apocalipsis

 
Newsletter semanal para sobrevivir la cuarentena

Hechos, no opinión 

Buenas tardes de viernes para todos. ¿Ya me contaron cómo están esta semana? Recuerden que siempre pueden hacerlo, imaginándome en saquitos de té o en algunas nubes que andan dando vueltas. Con mis alumnos del taller pude hablar acerca de lo útil que fue descargarse de esa manera. Los que están trabajando en proyectos me contaron que era mucho más simple entrar a ese mundo de fantasía y ficción sin las preocupaciones que los perseguían. Hagan la prueba, escriban algo por cinco minutos sin despejarse, respiren y descarguen todas sus angustias en una hoja o simplemente hablando en voz alta y luego retomen lo que estaban escribiendo por diez minutos más. Lo más probable es que el mundo que ustedes terminen creando sea mucho más etéreo si son libres de los demonios que hoy los acechan. Y si no es así, al menos lo intentaron, ¿no?
A mí esta semana me sirvió muchísimo entender que, como dice la imagen del encabezado, lo que yo pienso no es necesariamente real. En este momento donde terminamos haciendo mil suposiciones por minuto para intentar encontrarle el sentido a lo que carece de ello, es muy importante recordar que lo que nosotros imaginamos no necesariamente se condice con la verdad. Y está bueno que consideremos no sólo práctico sino también necesario aplicar este concepto a nuestro camino artístico. Hace algunos años, mi psicóloga me enseñó mediante este video https://www.youtube.com/watch?v=PbuVubgC8-c que adentro de nuestra mente hay un editor que de alguna manera determina la forma en la que vemos nuestra vida.  No voy a ponerme a explicar con párrafos eternos lo que dice el genio de Lucas Raspall en unos pocos minutos, así que les recomiendo que lo miren. Lo que sí puedo contarles es que esta semana estuve poniéndome mucho énfasis en elegir qué historia elijo contarme a mí misma con respecto a quién soy como escritora. Porque en una disciplina tan subjetiva, es muy fácil perderse y terminar creyéndole  a esa parte de nosotros mismos que nos dice que lo que hacemos no sirve de nada y que nuestro trabajo nunca va a estar a la altura de lo que creemos digno. Voy a seguir profundizando este concepto a lo largo del newsletter, pero por lo pronto, traten de hacerse conscientes de qué pensamientos perjudiciales rondan en su cabeza cuando se están sentando a escribir. De vuelta, diganlo en voz alta o escríbanlo en una hoja. Una vez que ya tengan eso, cuéntense una narrativa opuesta. Cambien el "la cuarentena va a durar para siempre" que es al fin y al cabo errado por un "la cuarentena se va a terminar y yo voy a volver a estar sentada en una banqueta incomodísima tomando una cerveza caliente y voy a ser muy feliz". Cambien el "todo lo que escribo es una mierda", una oración de dudosa veracidad, por un "este es el primer borrador, el próximo va a ser mejor" porque, indefectiblemente, va a ser así. Editen sus pensamientos, empiecen a ser más compasivos con ustedes mismos. Y miren ese video, les juro que está bueno.

Maestros de tapa dura 

Una gran pregunta que aparece en absolutamente todos los libros sobre escritura creativa es si efectivamente se puede enseñar a escribir. Y la respuesta, lamentablemente, es no. Lo máximo que puede hacer formalmente un docente es alfabetizar a un alumno, pero ninguna señorita de delantal puede enseñarles a ustedes a escribir. Sí, uno puede dar consejos, técnicas o incluso ejercicios prácticos para mejorar, pero pretender que alguien los convierta en escritores con una fórmula es como esperar que alguien les enseñe a amar. Podemos absorber teoría, pero la práctica corre por nosotros. Quizás esto suene bastante desmotivante, pero si aprendemos a darle la vuelta, se puede convertir en el concepto más inspirador que encontremos.
En enero de este año tuve por primera vez una profesora de escritura. Ella no me enseña a escribir, sino a cultivar mi identidad como escritora. El crecimiento que hice gracias a ella fue inmenso, pero yo ya había empezado a crecer mucho antes de conocerla. Cuando digo que a mí nadie me enseñó a escribir,  no quiero decir que yo haya nacido con un toque de varita mágica o que lo único que necesité fue ser autodidacta. A ver, soy vanidosa, pero tampoco la ridiculez. Lo que quiero decir es que si bien mi educación fue increíble, no sucedió adentro de un salón de clases. Y les voy a contar sobre ella, porque ustedes también pueden tenerla.
Yo tuve muchas maestras de escritura desde chiquita. Quizás conozcan a Elsa Bornemann o a Graciela Montes, excelentes personas. También tuve a una que se llamaba Martha Allemandi. Dudo que la conozcan a ella, para algunos era la esposa del doctor Sagarduy pero yo le decía abuela. Otra gran mujer, le mandamos un saludo si nos está leyendo desde una nube. Elsa y Graciela me enseñaron conceptos básicos que hasta el día de hoy acarreo en mis historias. Gracias a ellas aprendí a manejar el ritmo, a que el lector espera que suceda algo importante porque lo siente en el cuerpo antes de que la página se lo cuente. Martha, por su parte, me enseñó a distinguir qué cosas hacían que un personaje quedara para siempre guardado en nuestra memoria. Además me dio una masterclass en reconocer a los maestros de la narración. Quizás para eso tuvo que spoilearme el final de The Murder of Roger Ackroyd porque no pudo con su genio y necesitaba expresar realmente cuan!! increíble!! era!! ese!! final!! pero bueno, la perdonamos porque realmente cuan!! increíble!! es!! ese!! final!!
Cuando egresé de la escuela Barco de Vapor (una colección de la editorial SM para los que no saben de qué hablo) mi papá me inscribió en la Secundaria Del Profesor Stephen King Para Adolescentes Que Están Durmiendo Bien Y Necesitan Tener Pesadillas Para Tener Algo De Qué Quejarse. De él aprendí que la clave de la escritura es idear una situación crítica que nadie querría tener que afrontar y ver como reacciona un personaje que tenga algún que otro gesto que te descoloque sumado a las suficientes características mundanas como para que el lector pueda conectar con él. Eventualmente, tuve el honor de estudiar en su cátedra On Writing, que se consigue en cualquier librería o Kindle de confianza.
Más adelante, de nuevo de la mano de mi papá, empecé a tomar clases con Zadie Smith. Ella tenía muchísima menos paciencia que el resto de mis maestros. Es el tipo de profesora que no repite el tema que no te quedó claro y te manda a estudiar a casa si no fuiste con el material leído, pero la perdonamos porque entendemos que es tanto lo que quiere transmitir que no puede perder tiempo explicando que el personaje se vistió y se lavó los dientes antes de salir de casa cuando eso ya debería ser algo obvio.
Mi última profesora apareció el año pasado de casualidad gracias a un cuento que leí en The New Yorker. Su nombre es Lauren Groff y me cambió la vida con su cátedra Fates and Furies, uno de los libros más hermosos y terribles que leí y seguramente leeré. Ella me enseñó que las palabras lo son todo, que el mundo es demasiado feo a veces como para no embellecerlo con increíbles oraciones. Porque donde un simple alumno podría haber escrito "los recién casados se abrazaron", Lauren eligió decir (disculparán mi traducción casera) "entre la piel de él y la de ella, había un espacio mínimo donde apenas cabía el aire o el dejo de sudor que ahora los enfriaba. Incluso así, una tercera persona, su matrimonio, había podido entrar deslizándose."
Lo que quiero contarles con todo esto es que la escritura no se enseña pero sí se aprende. Si nos damos el lugar de leer críticamente y descubrir qué nos gusta cuando una historia nos gusta o por qué nos aburrimos cuando una historia nos aburre, vamos a crecer inmensamente como escritores. Y, volviendo a nuestro editor mental, si logramos pasar del pensamiento "jamás voy a poder escribir como estas personas" a "si logro entender cuál es su truco de magia, quizás pueda empezar a aplicarlo a mis escritos", vamos a sumar no sólo calidad a lo que escribimos sino también felicidad mientras lo hacemos.
No existen las escuelas para escribir ni hay talento que valga más que prestar atención. Al final del día, si agarran la mejor novela que leyeron, van a descubrir que no es más que un conjunto de técnicas que funcionan aplicadas a una idea que un escritor decidió perseguir a pesar de no tener ninguna certeza de que alguien querría leer sus palabras o que estas fuesen importantes. Escribir es un acto de fe, es confiar incluso cuando nada parece tener sentido, es la humildad de pensar que los que escribieron antes que nosotros nos pueden transmitir mucho más que una simple historia, es la confianza en uno mismo que nos va a empujar a buscar mejorar siempre, un poquito más cada día.
Como próximo ejercicio, les voy a pedir que agarren un párrafo que les haya llamado la atención, de buena o mala manera, y lo estudien en profundidad. Descubran qué funciona, reconozcan cómo falla. Empiecen a leer como alumnos, no como personas que buscan distraerse. Y corran a leer On Writing, es una orden. 

Es amor lo que sangra y humildad lo que salva

La belleza está en el ojo de quien mira y los horrores también. Lo que vemos en los demás es lo que vemos en nosotros, siempre. Y nos guste o no, esas visiones siempre parten de concepciones colectivas. Antes de que piensen que estoy intentando hablar de la belleza hegemónica, como si fuese un concepto que inventé y no algo que robé de internet, déjenme contarles una historia.
Mis papás compraron su casa cuando yo tenía ocho años. La primera tarde que pasé ahí, tomando la leche en el piso porque todavía no habían traído los muebles y charlando con mi mamá, me pareció gigante. Estaba segura de que mi casa era la más linda del mundo. Los años pasaron y las anécdotas vividas ahí adentro cementaron en mí la idea de que mi casa era la mejor de todas, pero eventualmente conocí algo llamado Twitter, un lugar donde las risas y el odio fluyen por igual, y mi visión cambió rotundamente. Fotos de chicas posando con una mano en la cintura inundaron mi pantalla de inicio (ya saben de qué clase de foto hablo, ¿no? es el tipo que nosotras, las que somos más grandes, también nos sacamos antes de tener redes sociales en las cuales subirlas). Y rápidamente, miles de comentarios de terceros empezaron a aparecer abajo de las fotos. Algunos eran cumplidos, pero la mayoría eran críticas a múltiples cosas que yo no pensé que podrían estar mal en una simple foto de una chica posando con una mano en la cintura. Y no, antes de que quieran perseguirme con una antorcha por hipócrita, yo no me quedé atrás. Internet tiene esa particularidad de hacernos creer que ser malos es copado, que para ser divertido hay que decir cosas que en cualquier otro contexto resonarían con un eco molesto, haciéndonos sentir fuera de lugar por animarnos a expresar una idea tan dañina. Entre esos comentarios malintencionados, hubo uno que estuvo de moda por la buena parte de dos años: el de la pared sin revocar. Vaya Dios a saber por qué a Twitter le molestaba tanto que las paredes de algunos desconocidos estuviesen sin revocar, pero esto fue lo que pasó. Y claro, mi atención empezó a fijarse en algo que hasta entonces había pasado desapercibido. Lo que hasta entonces había sido la casa más linda del mundo, sólo por ser mía, ahora era un conjunto de paredes con pintura descascarada, una puerta que necesitaba un cambio urgente, una habitación muy chica que seguramente cosecharía críticas de los Le Corbusier de las redes.
Quiero dibujar el paralelismo entre la escritura y mi casa rápido así que no voy a perder el tiempo explicándoles cómo hice para volver a enamorarme de ella (sí voy a hacerlo, fue simple, dejé de prestarle atención a lo superficial que podría ver alguien que ni siquiera me importa y volví a enfocar mi atención en esos detalles que la hacen hermosa: el rincón donde mi gata duerme al lado de la estufa, la ventana que conecta el living con la cocina y que a veces sirve de escenario para que mi papá me haga reír mientras yo miro televisión y él hace pollo al horno, esa manualidad de plasticola de color que hicimos con mi hermano  cuando éramos chicos y que mi mamá pegó en un vidrio a modo de decoración y jamás quiso sacar). Con mi escritura, pasó algo más o menos similar. Al principio, estaba conforme con lo que escribía. No me sentía el próximo Cortázar pero sí confiaba en mis capacidades. Y después, empecé a leer otras cosas que escribían personas de mi edad. En lugar de celebrar las diferencias y disfrutar lo que ellos querían transmitir, mi inseguridad me llevó a buscar fallas en lo ajeno para sentir que lo propio estaba a salvo. Sí, yo no era la única que escribía, pero mi éxito y mi identidad creativa no peligraban, porque al fin y al cabo, el trabajo de los otros estaba plagado de errores. Ahora bien, la teoría de la pescadería existe y aplica a la escritura. Cuando uno pasa mucho tiempo trabajando en una pescadería, ya no le molesta el olor a pescado. Cuando uno está inmerso en un texto, es imposible distinguir los errores. Y hasta ahí, todo iba a bien. De vuelta, estaba a salvo, nadie iba a venir a quitarme el derecho a escribir por no ser lo suficientemente buena, porque yo era buena. El problema llegó cuando me reencontré luego de varios meses con textos que yo consideraba geniales y descubrí, usando el ojo crítico y despiadado que usaba para leer cosas ajenas, que mi trabajo también estaba plagado de errores, que había mil cosas que no funcionaban y metáforas que no tenían sentido.
Amores míos, si algo aprendí después de haber sufrido el peso de mi propia soberbia, es que el camino hacia la felicidad creativa radica en la humildad. Cuanto más se enfocan en lo que otro hace mal, más van a notar las fallas en su propio trabajo. Es exactamente lo mismo que pasa cuando uno se pasa el día criticando la celulitis ajena, se te hace imposible no odiar la tuya cuando te mirás el culo en el espejo. Porque la realidad es que todos tenemos celulitis y todos tenemos párrafos que no funcionan o son lisa y llanamente una mierda. Encontrar la paja en el ojo ajeno no va a sacarla del propio, por ende hay que bajar un poquito el copete y, sobre todo la guardia. Van a ver que a lo largo de mi newsletter un tema será recurrente: el miedo. Todo lo dañino sale del mismo lugar oscuro que cría inseguridades y nos anula en lugar de estimularnos. No tengan miedo de que alguien sea mejor que ustedes, no tengan miedo de celebrar el éxito y el arte de los demás, no tengan miedo. Es una locura que el arte, el aspecto más bello de la vida y que más satisfacción le da a los que lo consumen, sea también lo que más ansiedad genera en los que ayudan a sacar creaciones a la luz. Creo que el miedo nunca se va a ir, ni de mí ni de nadie, y por eso aprender a vivir con él es más importante que cualquier otra enseñanza que queramos adquirir. Pero, como les dije en un principio, toda concepción personal se apoya o se contrapone con una concepción colectiva. Por eso, si queremos ser un poco más felices y tener un poco menos de miedo, podemos empezar por cambiar la forma que tenemos de leernos entre nosotros. Tenemos que celebrarnos un poco más, con honestidad, humildad y compasión. Tenemos que dejar de lado la vergüenza y escribirle a esa persona anónima de internet para decirle que nos sentimos conmovidos por los cuadros que pintan o las historias que escriben. Tenemos que dejar de ver al otro como una competencia y verlo como un compañero. Y sí, tenemos que comprender que quizás hay gente mala allá afuera que sigue criticando los revoques de las paredes ajenas, pero también hay muchísimas personas que están tan asustadas como nosotras que sólo quieren un abrazo.

El diablo está en pantalón cargo

Una tarde en 2015, mi amiga Camila me llamó desesperada. Necesitaba confirmar que los planes de salir a comer esa noche seguían en pie, porque tenía que hablar conmigo de algo importante. Mil ideas se me cruzaron por la cabeza. Quizás estaba embarazada, quizás quería dejar la carrera, quizás quería dejar la carrera para embarazarse. Todo es posible cuando uno tiene veintidós años y es propenso a tomar malas decisiones, como lo éramos nosotras en ese momento
Nos encontramos en restaurant elegido a las 9 de la noche. En esa época las cervecerías no eran ni por asomo lo que son ahora, por lo cual para ver a una amiga en ese momento te juntabas a merendar una torta seca o salías a comer como si tuvieras cincuenta años y tuvieras que quejarte de la profesora de pilates. Para los jóvenes que me leen, celebren lo que tienen. En fin, pedimos algo para tomar y sin mucho preámbulo le pedí que me contara qué le pasaba. ¿Estás bien? fue mi primera pregunta. Y ella, mirando la servilleta, me contestó que no. "Jua, tengo miedo de enamorarme de un hombre que usa pantalón cargo." Una personal cuerda y normal pensaría que mi amiga Camila es una tarada. Y lo es, por algo la quiero tanto, pero ese no es el punto que hay que destacar. Desde la mirada de un escritor, Camila es brillante.
En mis clases hablo mucho sobre caracterización, porque al fin y al cabo, es lo que yo considero el centro total de cualquier pieza escrita. Y no es que el lenguaje no importe o que la historia tiene que pasar a un segundo plano, para nada. Los personajes tienen que ser el centro porque, nos guste o no, los humanos somos el centro del mundo que construímos para nosotros. Quizás nos guste creernos dueños de nuestras percepciones, pero no lo somos. Somos personas entrenadas a prestarle atención a ciertas cosas e ignorar otras y, cuando de historias se trata,  nos han enseñado a girar en torno a nuestra raza. Y sí, una persona muy metida en el movimiento animalista o alguien que lucha por preservar el medio ambiente puede decirme que esto es terrible y, honestamente, no puedo negarlo. Es esencial reconocer las situaciones que hoy por hoy son reales para cambiarlas. Yo escribo porque me gusta pero también lo hago porque creo que es importante. Las historias moldean al mundo, no es al revés. Como ejemplo, piensen esto: estamos tan acostumbrados a esperar un principio, un conflicto y un final que incluso en nuestras relaciones o experiencias vivimos ansiosos esperando a ver cuándo algo se complica. Tenemos tan memorizados los estereotipos de personas con las que podemos encontrarnos que indefectiblemente vamos a comparar gente real con personajes clásicos. Como escritores, tenemos que luchar para romper con esas concepciones, para escribir historias nuevas que desafíen lo que creemos que está bien y mal. Por eso, si ustedes quieren escribir un libro sobre animales para destacar la crueldad que los humanos imponen sobre ellos, háganlo. (Ojo, tampoco vale escribir algo como Animal Farm en la cual los animales tienen rasgos humanos. Eso es lo mismo que poner de protagonista a un contador.) Ahora, si van a escribir historias sobre seres humanos, sepan que sus lectores van a necesitar conectar con esos personajes. Y cuando digo conectar no me refiero a que les caigan bien y se sientan identificados, sino a generar en el otro la idea de que la persona que nosotros inventamos efectivamente existe en algún plano. Y por eso, mi amiga Camila es una mente maestra. El diablo está en los detalles, dicen los grandes, y en este caso, el diablo está en un pantalón cargo.
Como ya les dije en el apartado anterior, no existe la magia para escribir. Hay trucos y, si uno presta atención, son muy fáciles de aplicar. Cuando de caracterización hablamos, el truco es hacer de cuenta que estamos mintiendo. Cualquier persona sabe que la clave para mentir bien es dar detalles claves y precisos. Si la información que damos es muy vaga, entonces vamos a quedar expuestos. Si contamos demasiadas cosas, se va a notar que no estamos siendo sinceros. Por último, hay que creerse su propia mentira, para que la inseguridad no nos delate. Por eso, cuando quieren hacerle creer al lector que el personaje que ustedes inventaron realmente existe, primero tienen que estar ustedes convencidos de eso.
Hay muchísimas cosas que podría decirles sobre esto y, como siempre, creo que es importante ir dosificando, por eso hoy me voy a enfocar en esos detalles que les van a hacer creer a sus lectores que efectivamente hay un señor allá afuera que se llama Roberto y anda con pantalones cargo por Rosario. (Si alguien está escribiendo sobre un personaje que se llama Roberto y anda con pantalones cargo por Rosario, tomen nota).  Ahora bien, el primer paso es buscar detalles significativos que digan mucho. Ahí entra en juego el pantalón cargo que tanto aterroriza a mi amiga. Porque el pantalón cargo antes de ponerse de moda en 2018/2019, representaba muchísimas cosas. El marido que usa pantalón cargo pone la comodidad por sobre la estética, no intenta ser atractivo dentro de casa y seguramente siempre esté arreglando un fusible. El marido que usa pantalón cargo también usa un buzo de polar amarillo que no combina y ya está lleno de bolitas, no sabe cocinar ni un huevo frito porque siempre estuvo muy ocupado lijando madera y seguramente elija organizar unas vacaciones familiares al Champaquí en pleno invierno en lugar de meter una semanita de playa en verano. Y no es que haya algo malo con ser ese marido de pantalón cargo, pero va totalmente en contra del concepto de hombre que Camila buscaba en ese momento y seguramente sigue buscando ahora. 
Como ejercicio final de este newsletter, les propongo que busquen detalles significativos y a partir de ahí hagan un brainstorming de personajes. Quizás la manera más fácil de hacerlo es tomar una persona que conocen y pensar un detalle que los represente. Si lo hacen con cuatro o cinco personas, pronto van a ver como empiezan a entrenar su cabeza para que haga esas conexiones. Una vez que la práctica fluye, pueden empezar a armar personajes de ficción. Si les sirve de ayuda, acá les dejo algunas ideas:
- El hombre pantalón cargo (agregar detalles).
- La señora que usa chaleco inflable para pasear un feriado.
- Una chica de unos 30/35 que usa remeras floreadas y chatitas. A estas chicas las chatitas nunca les sacan ampollas, no sé cómo hacen.
- Un chico de unos 20 años que usa malla cortita floreada.
- Una señora que se guarda los billetes en el corpiño.
- Un señor que anda para todos lados con una bolsa de supermercado con estudios médicos guardados adentro.
- Una nena que dice la palabra "emparedado" aunque sea de Argentina.
- Un nene de 8 años que lee libros para niños de 12 años.
- Una chica de 20/30 que tiene de fondo de pantalla una foto de una modelo muy flaquita.
- Un chico no usa ninguna red social.
Tener un buen personaje, es tener la mitad del camino ganado. La semana que viene les voy a hablar un poco de cómo poner a esos personajes en situaciones copadas, pero por ahora, jueguen con estas nuevas personas que inventaron. Jueguen, disfruten, creen.

Gracias al Chato Prada y Hoppe

Para muchos de ustedes, esta semana fue distinta, porque ya no están solos. Un enorme número de valientes se anotó en el formulario para conseguir un compañero creativo y el martes yo hice de palomita mensajera y los acerqué a su nueva persona especial. Si usted, que está leyendo, es una de esas personas y quiere compartir sus sentimientos con respecto a la experiencia, no olvide hacerlo, señora o señor, y contarme si el JuaniTinder de escritura sirve para algo o no. Uno de los mensajes que recibí de parte de una participante dice:

"Hola Juani! Te escribo para contarte que con mi compañera descubrimos que tenemos un montón de cosas en común, como la carrera y escritores favoritos, para que sepas que el match funcionó."

Para los que no pudieron o quisieron anotarse pero ahora se arrepintieron, les prometo que en unas semanas voy a volver a largar la propuesta. Estén atentos y prepárense para conectar con otras almas nobles.
También quiero que nos tomemos un tiempo para felicitarnos. Llegamos a la cuarta semana de newsletter, yo escribiendo y ustedes leyendo. En un momento en el que todo escapa a nuestro control, tener algo a lo que podemos aferrarnos con certeza es un regalo invaluable. Yo me aferré a ustedes. El saber que tengo que estar en sus bandejas de entrada el viernes me dio una estructura y un propósito en un momento donde todo parece demasiado efímero. Si les hice llegar aunque sea un poquito de la inspiración que ustedes generaron en mí con su entusiasmo, me voy a sentir satisfecha.
Por último, quiero agradecerles por el interés que mostraron en las clases online. Tanto a los que se anotaron, como a los que quieren y ahora no pueden por motivos varios, muchísimas gracias. Antes de acercarles la propuesta me preguntaba si realmente valía la pena hacerlo. Hoy, que me queda dar sólo la última clase con mis amados alumnos, entiendo que estuve equivocada en dudar. A los que están pensando en sumarse en el mes de mayo, les cuento que ya pueden empezar a reservar sus lugares. Por lo pronto los cupos disponibles se darían los martes a las 10 de la mañana y los jueves a las 16. Para los que trabajan, podemos armar un grupo los sábados. Para más info, me contactan por mail y les cuento en extensión. Y si están pensando si anotarse o no pero están demasiado ocupados con la facultad, no tienen tiempo de leer bibliografía o hacer tarea, no se pueden comprometer a seguir el ritmo de las clases, etcétera, etcétera, les digo que NO-METAN-MÁS-EXCUSAS. No hay bibliografía que leer, no hay tarea y el único compromiso que se requiere es estar presentes una vez por semana por una hora (y quizás unos minutos más) durante un mes para ser honestos y compartir cómo están llevando esta reconexión con la escritura. Los resultados son increíbles, se los prometo. Si no me creen, crean en las palabras de una de mis alumnas después de su primera clase:

"Mil gracias por estas clases Juani. La verdad es que nunca pude hablar con nadie sobre lo que significa escribir para mí, porque jamás estuve rodeada de gente que sintiera la misma pasión que yo. Así que te agradezco de corazón por darme un espacio que incluso yo misma dejé de darme durante mucho tiempo."

Por supuesto, no vivo en una burbuja y sé que económicamente hablando no estamos en momentos en los que se pueda tirar manteca al techo, por eso estoy viendo cómo puedo hacer llegar aunque sea un poquito del taller a los que hoy no pueden pagarlo. Todavía estoy buscando la forma, pero les prometo que voy a lograr que estemos más juntos en estos tiempos de separación.
Ahora sí, me despido. Nos encontramos el próximo viernes en sus bandejas de entrada.
Un abrazo, mis amigos,
Juani.

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