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Escritura Creativa
Anti Apocalipsis

 
Newsletter semanal para sobrevivir la cuarentena

El pensadero

Qué semana extraña que pasó, ¿no? Creo que cada día que pasa me alejo más del plano real y me adentro más en cosas que existen sólo en las palabras, la música y el aire. Quizás me cuesta girar junto con el mundo cuando no puedo sentir que estoy en él. Pero no es malo, nada es nunca malo, es diferente y hay que recibirlo con los brazos abiertos porque no sabemos por cuánto se va a quedar.
Desde el último newsletter, siento que abrí un portal. Hablarles de las historias que no le importan a nadie pero están bien contadas me hizo acordarme de una de mis primeras ídolas: una chica casi anónima de fotolog que leí obsesivamente por años con mi amiga Tina. No quiero nombrar a la chica o al fotolog, sobre todo porque esto que estoy contando sucedió hace doce años o incluso más, y quizás ella no quiera que la relacionen con esas anécdotas lejanas o con mi fanatismo adolescente. Pensé en escribirle para decirle que me acordaba de ella (encontré su instagram y sigue siendo tan misteriosa y fascinante como hace doce años) pero me ganó la vergüenza y la posibilidad de que se sintiera incómoda, así que me quedé en silencio, mirando su vida desde afuera como hace tantos años. Ahora no publica lo que escribe, pero cuando yo tenía catorce y ella unos cuatro años más, era lo mejor que podías encontrar en internet. Una foto espontánea de esas que realmente son espontáneas y no buscan hacer nada más que ilustrar un sentimiento indescriptible acompañaba el relato de una tarde de verano que seguramente había sido común y corriente pero ella te hacía ver como extraordinaria. Entre esas historias recuerdo una noche en la que había hecho un vestido de gala con un acolchado rojo (no había fotos, pero podías imaginártelo perfectamente) y una madrugada en la cual su amiga se había desmayado porque se había golpeado el codo. No sé si sigue estando en mi memoria por los detalles (eran muchos y súper específicos, casi íntimos sin llegar a serlo) o por la enseñanza que me dejó.  Con sus posts relatando noches en Rosario que, cualquier rosarino sabe, tampoco son tan excitantes, me explicó que la vida es interesante si queremos que lo sea. Hace un tiempo descubrí que las cosas siempre me parecen increíbles antes o después de vivirlas, nunca mientras. Cuando me están pasando, me suenan naturales, uno podría decir incluso que las doy por sentado, o quizás es que mis sentidos se acostumbran rápidamente a la maravilla. Quizás por eso escribo, quizás por eso lo hacía ella: para soñar con lo que viene y decorar con magia lo que se fue. Sea cual sea el motivo por el cual ustedes escriban, sigan haciéndolo y compartan, cuando puedan. Nunca saben qué chica de catorce años está leyendo su fotolog y cuánto están cambiándole la vida.

True tales of San Francisco

Hoy voy a seguir viajando en planos irreales para contarles sobre esa semana en la que viví en un mundo que en realidad no existe, o quizás lo hizo sólo mientras yo lo estaba mirando. Durante esa semana, fui escritora con todas las letras, desde la E hasta la A. Todo fue gracias a la compañía y las calles que suben y bajan, que no te permiten ver el lugar que dejaste y aquel al que vas a llegar.  Sólo existe el presente, el centímetro de cemento que estás pisando, la mano que te acompaña, el sol que quizás en un rato se va. También quiero darles un ejemplo de cómo uso los sentidos para describir situaciones, lugares o mis sentimientos en general. Les pido que me lean como escritores, que intenten descubrir los hilos detrás de esto que intenté coser.
Mi amiga Victoria y yo llegamos a San Francisco después de que ella se animara a cruzar el desierto californiano detrás del volante. Cinco o seis horas, millones de canciones, un termo con agua que calentó el señor latinoamericano en el estacionamiento del aeropuerto de Los Ángeles, donde alquilamos el auto. Mientras bajaba el sol por debajo de las montañas y sonaba Collide de Howie Day, yo lloré un poco porque el aquí y ahora me parecía demasiado hermoso para ser verdad y a la vez, podía aceptar perfectamente el honor de lo que estaba viviendo. Viendo en retrospectiva, creo que fue uno de los pocos momentos de mi vida en los cuales me sentí abrumada, donde la fantasía no le ganó a la realidad.
Las risas siempre abundan cuando estoy con ella, y ese viaje no fue la excepción, pero creo que sería una pérdida de tiempo contarles esto. Todos consideramos que nuestros amigos son graciosos, sino no serían nuestros amigos. Si les tuviera que contar de mi amistad con Victoria como lo hace un escritor, en pocas palabras y sin usar adjetivos vacíos, describiría ese momento en el cual, después de horas de manejar, me pidió que abriera el estuche de los lentes de contacto y se lo acercara mientras ella, con la mano que tenía libre, se pellizcaba el ojo y largaba ese fiel compañero de todo el día en la pequeña pileta de solución salina y agarraba el par de lentes aéreos que yo había apoyado cerca de su pierna. Después de años de conocernos, nos habíamos convertido en esos personajes de los musicales, que mágicamente bailan la misma coreografía sin haberla practicado antes. Incluso hoy, cuando el mundo se hace más angosto y estamos en el mismo país, mi mano encuentra el hueco que deja la de ella sin tener que avisarme, sus ojos buscan los míos cuando el comentario de alguien se convierte en las primeras notas de una canción que ya conocemos, nuestra existencia en conjunto fluye con oraciones que a veces no terminamos de decir porque el código común ya señala el subtexto de lo que sigue. Cinco, seis, siete, ocho, manos de jazz.
El primer día fuimos a hacer un tour de la ciudad. Nos llevaron a City Lights, 
la librería que solía frecuentar Jack Keourac. De alguna manera, se me hacía imposible pensar que él se había ido de San Francisco. Me pasé el día entero esperándolo, viendo si aparecía entre los murales pintados, los faroles antiguos o esa panadería donde compramos focaccia. No sé qué temperatura hacía, pero alcanzaba con tener un pantalón largo, una remera corta y un buzo no muy abrigado. Dar vueltas por las calles me hizo pensar que San Francisco era la primera ciudad del mundo, el molde de cómo deberían ser todas las otras ciudades. Las calles ordenadas, el cielo prometiendo días de sol que iban a seguir llegando, las casas que bien podrían haber sido diseñadas por un nene de cinco años con una preferencia por los colores pasteles. Los árboles, la playa, las montañas, todos los ecosistemas en un solo lugar, sin golpearse, sin molestarse, dando un ejemplo de como coexistir en paz. Las manzanas más peligrosas cerca de Union Square, recordándote que el crimen existe y dándote la esperanza de que quizás, como todo parece salido de una película, el que baje de los cielos para salvarte sea Superman o un Tom Holland con traje de Spiderman.
La paz que pensé que jamás iba a tener se apoderó de mí en San Francisco y yo caminé por las calles liviana, contenta pero no eufórica, disfrutando lo pequeño, lo clásico, lo natural. Con esa paz llegamos al día siguiente al Golden Gate Park. Era cuatro de julio y sobraban picnics y personas usando remeras rojas, azules y blancas. Había olor a asado y a naturaleza antigua. Victoria ponía canciones del Duki y yo miraba el cielo, haciendo de cuenta que no me gustaban pero secretamente disfrutándolas. Ella siempre encuentra la forma de hacer que deje de escaparme de mí, de la verdadera Juana, la que existe cuando nadie la ve. Más cosas sucedieron, nos fuimos al muelle a ver bandas de rock cantando himnos américanos, nos encerramos en un bar porque las palomas me daban mucho miedo, caminamos cerca del mar y eventualmente terminamos en un callejón que  tenía algunos barcitos al aire libre. Elegimos uno que casualmente vendía Guinness, mi cerveza favorita. Un chico estaba sentado al lado de nosotros, callado, mirando su vaso. Empezamos a hablar con él, como harían dos sagitarianas, y después de algunos minutos ya lo conocíamos. Nos dijo que era de Túnez y que estaba esperando a una pareja amiga. Pronto llegaron Zeineb y Bechir, ella con sus rulos, él con su simpatía que pronto lo llevó a aprenderse la palabra "temazo" y repetirla cada vez que sonaba un, valga la redundancia, temazo.
Nos presentamos con sonrisas, con el entusiasmo que sólo tienen aquellos que no son de un lugar pero les gustaría serlo. Dé dónde son, cuántos años tienen, a qué se dedican. "Ella es escritora," dijo Victoria, señalándome. Hasta ese entonces, no me había definido a mí misma de esa manera. La seguridad de su tono me obligó a hacerme cargo. Qué escribís, me preguntaron, y contesté ficción. Qué tipo, siguieron insistiendo, y yo de a poco empecé a tirar palabras que pudieran definir eso que definía mi vida. En San Francisco podía ser escritora, de hecho era obligatorio ser artista, la historia de la metrópolis te llevaba a serlo. Les conté de mis novelas, mis cuentos, mis tímidos posts de Instagram en los que me animaba a escribir más que una simple letra de canción. Aprendí que si hablás, la gente escucha, y que la gente te cree cuando les decís quién sos. Nadie puso en tela de juicio la seriedad de mi proyecto, les dije que era escritora y eso alcanzó. Sobró, de hecho, porque me regaló el espacio para hablar de aquello que tanto me gustaba. Esa lección me sigue acompañando día a día, cuando me aburre mi propia existencia me pregunto qué estoy poniendo en el mundo. Sin ir más lejos, acá en Londres pude notar la diferencia entre presentarme como recepcionista o como escritora. Nadie quiere saber qué hacés para ganar plata, por lo menos nadie que a mí me interese conocer. Si yo les doy un poco de mi alma, ellos van a darme las suyas. El intercambio es justo.
Nos fuimos de San Francisco unos días después. A esa altura habíamos sido víctimas de algunos incidentes que nos hicieron sentir que la ciudad no nos quería tener entre sus calles. Lo entendimos, estábamos abusando de su energía y la represalia se sentía en la densidad del aire, en el cielo que parecía haber bajado y ahora más que posibilidades nos traía encierro. Nos fuimos a la mañana y seguimos soñando con volver. Sé que vamos a hacerlo, sé que nos quedan más anécdotas que recolectar. Por lo pronto, esa es la historia de la semana en la que Victoria se convirtió en heroína y se animó a manejar una camioneta 4x4 del tamaño de tres vacas adultas y yo fui escritora y a mucha honra.

San Francisco, Santa Rosa, San Luis

Les conté un poco de mi viaje, mis experiencias, mis sensaciones. Ahora me gustaría que probaran haciéndolo ustedes. No les pido que me describan lugares en el extranjero, junglas exóticas, ciudades excitantes. De hecho, me interesaría mucho más que me contaran acerca de esos lugares que no aparecen en los libros y las películas. We live in cities you never see on screen, dice Lorde, y creo que ese es el caso para la mayoría de nosotros. Personalmente, hoy prefiero escribir sobre Rosario antes que Londres. Londres, después de un año, me sigue pareciendo ajena. Cuando hablo de mi ciudad, en cambio, puedo contar esas cosas que sólo conocemos los que aprendimos a distinguir lo que un turista jamás podría. Sólo alguien que vivió ahí por años podría, por ejemplo, escribir un cuento sobre una mujer que todos los días se para unos segundos frente al edificio espejado de Córdoba e Italia, sin saber que hay un guardia de seguridad adentro que la reconoce y la espera. O quizás, por el contrario,  prefieran hablarme sobre un pueblo que visitaron una sola vez y dejarse llevar por la fantasía que no alcanza a ver lo malo, como me pasó a mí con San Francisco. De cualquier forma, quiero que hagan la prueba y me cuenten una anécdota simple en un lugar simple. Sáquense de encima el peso de tener que inventar un final fascinante y concéntrense en transportarme a otro lugar por un rato, ayúdenme a viajar. Háganme maravillarme con su vida, denme ganas de vivirla por un rato, como hacía esa chica de fotolog. Mi único consejo en este caso es que se concentren en los sentidos, que jueguen con las metáforas. Una persona normal diría que el olor a pólvora es eso, olor a pólvora. Un escritor, en cambio, diría que es olor a navidad. ¿Qué olores, colores y sabores tienen los lugares a los que van a llevarme? Jueguen, diviértanse. Como siempre, si quieren compartir algo conmigo, acá estaré. 

Praise the Lorde

Recuerdo que Lorde sacó Melodrama en 2017. Había sol pero hacía frío en Rosario y yo estaba helada porque la tristeza me había sacado el calor. No voy a aburrirlos con detalles y no voy a exponerme con historias que fueron escritas para que sólo las lea yo, pero sí voy a decirles que esta persona que leen ahora, que por momentos es irritante y los quiere convencer de que ser feliz creando es fácil, no existió siempre. O quizás sí existía pero yo la tenía guardada.
Melodrama es una historia de amor propio después de una historia de amor fallida y su primer single fue Green Light. En esa canción Lorde dice dos cosas que me gustaría que ustedes se llevaran a sus cuadernos. La primera es “I’m waiting for it, the green light, I want it”. Ella explicó que esa luz verde que estaba esperando era en realidad el permiso para olvidarse de su ex novio, para empezar a curarse y superar la pena. Por mucho tiempo yo viví esperando luces verdes, soñando con momentos que todavía tenían que llegar, preparándome con paciencia para lo mejor. Es aburrido, es tortuoso, es esclavizante. Cuando el mes de septiembre me trajo la primavera y el ultimo cuchillazo de ese 2017 de llantos, yo ya conocía cada palabra de Melodrama, lo escuchaba todos los días, lo cantaba en mi mente todas las noches. Seguía esperando la luz verde para seguir adelante, para dejar atrás eso que no quería que yo lo llevara conmigo. Mis circunstancias personales hicieron que mi luz verde nunca llegara, ese permiso no me lo dio nadie, tuve que dármelo yo. Y una vez más, la música ayudó. Empecé a escuchar Bleachers, la banda del productor de Melodrama, y llené mis oídos de un canto de guerra que dice que quiere mejorar. Yo quería mejorar. Me acuerdo el día, la hora, qué ropa me puse, adónde fui. Era sábado 16 de septiembre de 2017 y sucedió alrededor de las 5 de la tarde. En mis oídos retumbaba la voz de Jack Antonoff y en mi corazón había una pena que parecía aferrarse a mí como una mancha de fernet pegajosa y eterna. Caminé hasta El Ateneo, mi bar y librería favorito en Rosario. No pasaba nadie por la peatonal pero yo seguía mirando por la ventana. En mi mochila tenía algunos cuadernos y el libro Big Magic de Elizabeth Guilbert. Lo había comprado algunos meses antes pero no me había puesto a leerlo. El momento había llegado, había que salvarse el alma.
Tan importante fue ese día, que hasta hoy recuerdo cada momento. Había decidido alejarme de las redes y por eso no toqué el celular en toda la tarde. Cruzarme conmigo me aturdió, era demasiada información junta, había muchos agujeros que pedían a gritos un poco de atención, había demasiadas ansias de crear que yo había olvidado. Les pregunto, y no me contesten a mí pero cuéntenselo a ustedes, ¿hace cuánto que las ansias de crear están al fondo de su pila? Si están buscando una luz verde para hacerlo, acá la tienen, soy yo. Vayan y creen. Y crean que pueden hacerlo.
Les dije que había otra frase que me gustaba y me acompañaba y esa es “I whisper things, the city sings them back to you”. A mí las ciudades siempre me hablaron, siempre me dieron historias que contar. Me gusta pensar que es la fuerza creadora la que susurra ideas al aire y deja que los edificios las canten para mí. Y no es que yo tenga el don de la atención o que posea un talento especial para captar lo que otros nos pueden. La realidad es que soy insoportablemente chusma. Si mis vecinos gritan, yo voy a abrir la ventana. Me gustaría disfrazarlo de un hábito de escritora pero no lo es. Sólo me gusta saber qué pasa. A veces, entre tanto chisme (y bronca porque la gente no modula cuando pelea), me encuentro con una frase que me hace llegar a otro lado, que me hace saber que hay una historia que contar. Uno de los cuentos que más me gusta haber escrito salió, sin ir más lejos, cuando me crucé a una pareja desconocida en Paraguay y Córdoba, enfrente de la plaza. Una frase se me vino a la cabeza al verlos y la anoté en este mismo celular en el que ahora estoy escribiéndoles todo esto (es que la computadora me quedó en el piso de arriba, la vagancia se apoderó de mí). Mis dedos nunca se habían preparado para tipear a ese ritmo y de pronto se encontraron en la maratón de su vida. Hoy te convertís en héroe, les dije, y lo hicieron. Cuando llegué a mi casa, el corazón del cuento ya estaba escrito.
Lorde nos dio Melodrama, yo les estoy dando vía libre para que salten y se confiesen creativos y la ciudad les está dando ideas. Claro que ahora, con la cuarentena, es más difícil escuchar conversaciones que retumban en edificios. Por eso, voy a dejarles una frase que yo recolecté hace un año y que nunca encontró su lugar entre mis escritos. Creo que es hora de dejarla ir, darle vía libre para que encuentre a otras personas. Esa frase es “soy demasiado buena para vos, borrá mi número” y la dijo una mujer a los gritos, haciendo que todas las cabezas se dieran vuelta. ¿Qué podrían hacer con eso? Vamos. Rojo, amarillo, verde, ya.

Hasta luego

Muchas gracias por leerme otro viernes. Las medidas de confinamiento se están flexibilizando de a poco y, si bien no planeo irme a ningún lado por ahora, sí pienso que quizás en algún momento tenga que llegar a sus casillas con menos frecuencia. Disfrutemos lo que tenemos por ahora, y sigamos en contacto con el entusiasmo de aquel primer viernes.
Hay dos cosas que quiero comentarles. La primera es que la edición anterior de No Estén Solos, mi especie de Tinder creativo, ha sido un éxito y que por eso, si quieren sumarse, van a poder hacerlo a partir de la próxima semana. Estén atentos al próximo newsletter y anímense a buscar a su compañero creativo. La segunda es que todavía quedan lugares para la masterclass del próximo sábado 23/05 a las 16 hs (Argentina), especial para todos aquellos que quieren hacer el curso mensual pero no tienen tiempo, ganas o medios para comprometerse a hacer clases semanales
. Será de dos horas de duración y en ella vamos a tratar hábitos de escritura, construcción de personaje, diálogo y descripción de lugar. Sus micrófonos estarán apagados durante la clase pero van a poder hacer preguntas a través de la la sección de chat. Al final habrá tiempo para preguntas y respuestas con el micrófono abierto. No va a ser necesario tener la cámara prendida. Sí,  repito, se puede hacer la clase comiendo arroz en la cama. Los cupos gratuitos se agotaron, pero todavía pueden reservar sus lugares haciendo click acá
Como siempre, mi bandeja de entrada está abierta para ustedes, que abrieron la suya para mí.
Los quiere,
Juani

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