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Pues sí, querida.

Existen dos bandos en el mundo de la escritura. Brunildas Brújulas se enfrentan a Marías Mapas.

Unas les tiran a las otras el tiempo que desperdician en reescribir. Las otras les tiran a las unas el tiempo desperdiciado en no escribir desde el principio. Y, mientras tanto, algunas escritoras se quedan en medio, sin saber muy bien qué camino tomar.
De esto hablo esta semana en el blog, que es un sitio serio y respetable.

Como esta lista de correo es igualmente seria y respetable pero además es un poco más personal, te cuento cuál ha sido mi evolución a la hora de elegir entre ser una Brunilda Brújula y una María Mapa.

Spoiler: más que una elección ha sido (y sigue siendo) una evolución.

Yo empecé siendo Brunilda Brújula al cien por cien, sin duda. Y mis argumentos eran irrefutables:
  1. Si planeo mucho me aburro de la historia
  2. Planear lleva semanas y no tengo yo tiempo para eso
  3. Lo que yo quiero es escribir, no hacer planes. 
Tenía amigas María Mapa que me contestaban que:
  1. Si no piensas antes lo que vas a escribir, terminarás estancada
  2. Si escribes sin pensar perderás más tiempo en reescribir
  3. ¡Pero si planear es escribir también!
Y la cuestión es que tanto ellas como yo teníamos razón. Porque, afortunadamente, las reglas de la escritura, las que se refieren a cómo practicarla, son muy flexibles. Cada escritora se enfrenta a su proceso de una manera única y por eso surgen obras únicas.

¿Sabes cuántas maneras existen de lavar los platos? Dice Google que 250.

Pues de escribir hay más o menos las mismas.

En mi caso, mi pertenencia al grupo de las Brunildas Brújulas se debía a dos causas: por una parte mi personalidad impulsiva e impaciente. La edad va matizando ambas características, pero hace unos años yo lo quería todo para ayer y además empezaba mil proyectos en el mismo segundo. Con esos mimbres ¿Cómo iba yo a planear nada? ¿Y si se terminaba la vida al día siguiente y mi novela inmortal no había salido de mis manos?

En segundo lugar, y esto jamás lo diré fuera de este grupo íntimo de amigas escritoras: no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. En serio, ni la más mínima. Yo había leído mucho, redactaba bien y punto. Pero no sabía de qué elementos se componía una novela, qué peso tenía cada uno ni mucho menos cómo se relacionaban entre sí.

No hace falta darle muchas vueltas: si no sabes que en un mapa tienes que poner ríos, montes, valles, fronteras, poblaciones, caminos, vías de tren, autopistas y una escala que te diga a cuánta distancia se encuentra un punto de otro ¿qué utilidad tiene el mapa? ¿Para qué lo vas a dibujar? 

Pues eso era lo que me pasaba a mí.

Claro, cuanto más aprendo sobre el oficio de escribir, más necesarios me parecen los mapas. Creo que el punto de inflexión que hizo que me quitase la máscara de brújula y me pusiera el antifaz de mapa fue es descubrimiento del arco de la historia y su relación con el arco del personaje. Y que ambos funcionan estupendamente si se pliegan a la estructura en tres actos.

Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Lo que importa hoy es otra cosa: incluso si eres brújula, dale una oportunidad al mapa. Por si acaso. A lo mejor tienes ideas preconcebidas sobre él y te estás perdiendo a un ayudante de lujo.


 
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