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¿Todavía se puede desear feliz año nuevo?

¡Feliz año nuevo!

En realidad este correo va a ser cortito. En primer lugar quiero pedirte disculpas porque no te envié nada en diciembre. El final del año y la Navidad me ponen tristona y no quería contagiar a nadie con la enfermedad de las paparruchas, mucho peor que las paperas porque no tiene vacuna.
En segundo lugar, porque no había mucho que estudiar en el contenido del mes. Lo que no quiere decir que no publicase cosas interesantes ¿eh?
Mira por ejemplo estas dos listas, que ahora viene San Valentín, aguas mil y lo mismo necesitas algún regalo:

Además tuve muchos invitados estelares, como María Acebes, que sigue con su serie sobre la siniestro en Literatura y que en Diciembre nos habló de la Femme Fatale, un tema apasionante, la verdad.
Luego, como siempre, te pongo en enlace de descarga a los artículos más técnicos. Incluyo diciembre y enero. Un total de 6 posts con notas técnicas sobre la estructura y los tipos de historias y también una invitación a que te apuntes al taller literario que hemos inaugurado este mes:

Pero de lo que de verdad te quiero hablar es de lo que decía el asunto del mail: Lo que estudiar derecho me enseñó acerca de ser escritora.

Aunque en realidad no me lo enseñó el derecho, sino una película malísima de Netflix que vi la semana pasada y que me ayudó a que se me encendiera la bombilla.
Allá va la historia de cómo Alicia pasó de fiscal del estado a autora autopublicada en Amazon :). Y de cómo salió de un bache un poco feo en el que ha estado buceando los últimos meses.

La Ley de los Ángeles. Ya está, esa es toda la historia. Esa serie de abogados me enseñó un montón de mentiras sobre las mujeres, el derecho y mis deseos. Claro, que yo solo tenía 8 años cuando la emitían. Y ya a esa edad decidí que quería ser el personaje que interpretaba Susan Day: una mujer guapa, rubia, de ojos claros, delgada, poderosa, fiscal del estado, rica, con una relación turbulenta con un abogado defensor (que luego resultó ser Jason en Furia de Titanes). Yo quería ser Grace Van Owen. No Abby Perkins, que abría un despacho para ayudar a los pobres, ni la única socia del bufete de éxito en el que todos trabajaban. El personaje que se escribió para describir el éxito de las mujeres era Grace Van Owen. Y dejaba muy claro que para alcanzar ese éxito había que renunciar a mucho por el camino. Al amor, por ejemplo.

Cuando crecí descubrí que no quería ser abogado. No tenía, ya en la facultad, ni la más remota idea de lo que quería ser. Excepto que no deseaba parecerme a mi madre y que tampoco quería llevar trajes de chaqueta entallados y zapatos de tacón. En los días buenos -recordemos que fui joven en los noventa- quería vivir en una comuna hippie con mis compañeros del taller literario. En los malos me sentía muy cerca de Kurt Cobain.

Pero había escogido derecho y derecho estudié. 

Luego di todas las vueltas del mundo y descubrí que lo mío era escribir, así que aquí estamos.

El problema es que no siempre se acuerda una de por qué quiere escribir, de cuáles son sus objetivos y sus sueños personales e intransferibles. Cuando eso pasa es muy fácil adoptar los sueños de los demás. Y si eres escritora, los sueños de los demás se convierten en una versión adaptada de Grace Van Owen pero en plan literario. De repente quieres ser, o crees que quieres ser, J.K. Rowling o Stephen King (nunca he tenido muchos problemas en querer ser un hombre, la verdad). Lo crees con todas tus fuerzas. Crees que escribir consiste en que hagan siete películas de tu obra de magia para niños. 

¿Resultado inmediato de eso?: DESESPERACIÓN.

Porque solo hay una Rowling, solo hay un King. 

Y además, escribir no es ser escritor superventas.

Pero parece que sí. Parece que esa es la única fuente de éxito literario y que si no has hecho determinadas muescas en la culata de tu revólver no eres una escritora de verdad. Ostras, se vive fatal con la sensación de que hay algunas muescas que jamás serás capaz de grabar. 

Así estaba yo la semana pasada: superada por el trabajo, con la sensación de que haber conseguido todo lo que he conseguido no era suficiente, cuando me encontré con A traición. Una peli de abogados tan mala que daba pena verla. En un momento, al principio, la protagonista lloraba en el hombro de su muy aguerrido y muy deseable marido policía y le decía algo del tipo: «Cariño, cuando me dieron el título de derecho pensé que me había tocado la lotería, pero es que no quiero relacionarme con criminales. A mí esto de los juicios no me gusta».

Claro, yo me sentí identificada, si no igual no habría seguido viendo la peli (el marido aguerrido no tenía mucho metraje). Me dio un ataque de nostalgia, me acordé de cuando me di cuenta de que no quería ser abogado y me dije: «¡Eh, Alicia! ¿Seguro que quieres ser escritora?»

La respuesta fue que sí.

Claro, que aquello podía ser una trampa, así que me pregunté los motivos. Amiga, esa sí que fue una respuesta épica.

Quiero seguir siendo escritora porque me encanta escribir. Escribiendo soy yo. Cuando escribo estoy conectada con lo que pienso, con lo que siento, con lo que deseo. La sensación de que cuando cierro mi cuaderno existen cosas que entes no existían es difícilmente superable. Escribir es aparcar todas las frustraciones de la vida diaria. No para siempre, claro, pero sí durante todo el tiempo que dedico a escribir. 

Así que sí, quiero ser escritora. El éxito en la literatura, lo que yo considero tener éxito en literatura, es escribir. Hacerlo cada vez mejor, llegar cada vez a más gente. Establecer nuevas líneas de comunicación, crear maneras nuevas de contar las historias que me preocupan.

Y claro que quiero ganar dinero y que legiones de fans me persigan por las ferias. Pero ese no es el clímax, cielo mío: ese es el desenlace.

Así que escribe si es lo que quieres. Alcanza ese primer éxito si es lo que deseas. 

Aprovecharé la coyuntura para dejar caer que tengo un libro estupendo para ayudarte a colocar los cimientos de una buena historia.
 


 

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