La remodelación de la Catedral de Notre Dame de París fue encargada en el siglo XIX a hombres iniciados en los secretos de la Masonería. Así lo revela el Premio Planeta Javier Sierra en una crónica publicada en el diario 'El Mundo'. El investigador relata que el 2006 el catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza, José Luis Corral, ascendió hasta las cubiertas de Notre Dame con un permiso especial para ver la aguja deborada por el fuego. "Tras gatear entre las vigas alabeadas de la estructura, la sorpresa de Corral al alcanzar su objetivo fue mayúscula. Clavada a la base (machón) de la impresionante flèche de 750 toneladas de madera revestida de plomo, halló una placa de 50 x 20 centímetros adornada con simbología masónica e inscrita con una curiosa leyenda: Esta flecha se hizo en el año 1859. M. Viollet-le-Duc era arquitecto de la catedral. Por Ballu, empresa de carpintería, siendo Georges capataz de los compañeros carpinteros del Deber de Libertad", explica.

"De Eugène Viollet-le-Duc se sospechaba desde hacía tiempo. Aunque nunca se ha probado su vínculo con ningún colectivo de ese tipo, se admite que tuvo familiares que fueron masones. Lo fue sin duda su socio en las tareas de rehabilitación, el arquitecto Jean-Baptiste Lassus. Y tras unas sencillas pesquisas fue fácil identificar al 'Georges' de la placa con Henri Georges, un habilidoso carpintero que en los años anteriores al trabajo de levantar la aguja de Notre Dame levantó también las de la Santa Capilla de París, el monasterio de Mont Saint-Michel, la basílica de Vézelay y la catedral de Orléans, 21 metros más alta que la que acaba de colapsar. Su nombre masónico era Angevino, el Hijo del Genio", añade.

Los medios de comunicación católicos prestan una creciente atención hacia las relaciones entre la Masonería y la Iglesia. En respuesta a las preguntas del semanario Vida Nueva, la Gran Logia de España ha confirmado que "hay sacerdotes y pastores de las distintas confesiones cristianas que pertenecen a la Masonería". Como explica el semanario, más allá de las diferentes condenas históricas, "la realidad es que, históricamente, desde el mismo origen de la masonería, muchos consagrados y laicos han mantenido una doble pertenencia".

Vida Nueva resume que el momento álgido de esta doble pertenencia "fue en el siglo XVIII, con 3.000 curas masones. En sus inicios, hubo incluso varios cardenales importantes que pertenecían a las logias. En los años sesenta, el patriarca de Constantinopla y el primados anglicano tenían esa doble pertenencia".

Para explicar esta realidad histórica, el medio cita al jesuita e historiador José Antonio Ferrer Benimeli. "Los masones se encontraban en una atmósfera social en la que se borraban todas las diferencias de clases, fortuna o religión, y donde, en un espíritu de fraternidad e igualdad, podían permitirse una cierta forma de filantropía. Sus ceremonias, su gusto por lo simbólico y litúrgico, la dotaban de un lado místico que ejercía un poderoso atractivo en una época todavía profundamente religiosa, y que hizo que la afluencia de católicos y eclesiásticos fuera masiva en las logias”, dice. "No tuvieron inconveniente ni problema de conciencia en incorporarse a una asociación condenada y prohibida por el Papa, por cuanto ellos no identificaban su masonería con la que el Papa había condenado", añade.