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DEJAR DE ESCRIBIR

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Si tengo algún precepto, un lema moral que informe mi anarquismo es esta cita de la parte metodológica del Libro de los pasajes, de Walter Benjamin:

Todo aquello que uno está pensando tiene que ser incorporado al instante a cualquier precio al trabajo que uno está haciendo.

Esto es puro surrealismo, claro. Uno tiene un proyecto, y por su cabeza pasan un montón de cosas, el inconsciente haciendo de las suyas: todo eso tiene que entrar. Es una versión más estricta de la escritura automática. También le cierra el paso a cualquier compartimentalización que uno intente, queriendo separar la vida del trabajo, lo personal de lo público, lo bueno de lo malo, etc.  Esto implica también que uno ha de meter en su trabajo la realidad que lo circunda: el sistema económico, el sistema moral, el sistema estético, el entorno general en el que uno vive. Todo debe ser tomado en cuenta.

Por otro lado, uno ha de intentar que el proyecto afecte a su vez todo lo demás que uno hace. Todas las decisiones han de pasar por el proyecto. Siempre. Hay proyectitos, cositas, ocurrencias que uno va haciendo, pero si no hay proyecto general, de esos que duran años, décadas, toda la vida, la verdad es que no sé cómo se puede clasificar uno como artista. Así que cuando digo “el proyecto”, me refiero a ese proyecto general.

(Si uno no tiene proyecto, o sólo lo intuye, o no sabe no contesta, entonces el proyecto es averiguar cuál debe ser el proyecto.)

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El otro día me compré una escuadra cara. Aparte de funcionar como cualquier escuadra normal, o sea un artilugio con dos filos, uno a 90 grados del otro, tiene un montón de maneras distintas de medir (en milímetros y en grados). Es una escuadra de carpintero con un freno en uno de los filos que permite colocar la escuadra recta contra la madera que uno ha de marcar para cortar. Ya tenía una que hacía todo eso, pero a ésta se le puede quitar el freno, con lo cual me sirve también para trabajos de escritorio, y lo más importante, me sirve en el taller de la BiPA.

Le contaba a Adrián, el carpintero con el que trabajo, que estoy invirtiendo en herramientas que me valgan para la carpintería y para la BiPA. Voy poco a poco porque tampoco gano tanto dinero, y las herramientas son caras. Y también, ir despacio me permite averiguar no sólo qué herramienta necesito, sino también ese cruce tan importante entre el trabajo con la madera y el trabajo en la BiPA.

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Ayer fue el primer día satisfactorio desde que empezamos el nuevo trabajo que estamos haciendo. Arrancamos el lunes y perdimos un montón de tiempo: la madera no llegó hasta la tarde. Nos pasamos la mitad del día paseando por los alrededores de la casa donde es el trabajo, averiguando lugares para comer, ferreterías, esas cosas.

El martes y el miércoles fueron difíciles. Había que aprender a hacer este trabajo en particular. Uno siempre aprende a escribir el poema cuando lo está escribiendo. Cada uno tiene sus problemas particulares y sus soluciones particulares. Lo mismo con cualquier otro trabajo. Tenemos un modus operandi, pero luego hay que aprender a aplicarlo a cada situación. El aprendizaje va por ahí. Y la situación traerá también sus complejidades, sus diferencias, y esas también hay que incorporarlas al modus nuestro.

El jueves, llegamos tarde a la obra. Entre el tráfico y otras cosas perdimos más de una hora por la mañana. Pero llegamos al lugar, tomamos las decisiones que había que tomar y nos pusimos. Al mediodía, comimos rápido y volvimos al trabajo. Al final, nos quedamos una hora más para que la sección en la que estábamos trabajando quedara terminada. Así que nos fuimos con esa sensación de haber logrado algo, de haber llegado a un buen sitio.

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Llevo 30 años queriendo dejar de escribir, y sobre todo, de escribir poesía. Cuando terminé La arena prometida, en 1994, pensé: ya lo dejé todo en este poema, ya no me queda nada que decir, ya puedo parar. Pasaron unos meses, y ya estaba trabajando en Placer de la taxidermia, otro poema largo. Lo mismo al terminarlo, ya había terminado de escribir, ya lo había dejado todo en aquel poema, toda mi vida, todas mis ideas, todo lo que sabía hacer. Al año siguiente, vino Las voces, y otro año después, Antes el paisaje. Cuatro poemas largos, cada uno un libro en sí mismo, en cuatro años. Paraba y no podía parar.

Después cambié de ciudad, de paisaje, de clima y de idioma (del gallego al valenciano), y también incorporé eso a los poemas que vinieron. Diez años más tarde, me vine a Buenos Aires, y de nuevo hubo que incorporar un montón de cosas distintas a la escritura. De ahí, Poemas de Buenos Aires, la BiPA y lo que sea que esté haciendo ahora: la Niusléter, por ejemplo.

Al incorporar el nuevo entorno a la manera de escribir, al proyecto general (por muy involuntario que fuera), esa manera cambió. No sé si creció, si mejoró, pero eso no es lo que importa. Importa mucho más el encuentro del arte con la realidad, tanto la de dentro como la de fuera. No hablo aquí de todos los cambios y sobresaltos emocionales simplemente porque no me gusta airear esas cuestiones en público. Entran en el trabajo, pero no de manera explícita.

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Algún día dejaré de escribir. O al menos esa es mi esperanza. Escribo porque no me queda otra, lo hago sin voluntad, porque lo tengo que hacer y porque es lo que me sale. No hay nada peor que un poeta voluntarioso. La voluntad implica que uno fuerza la escritura, y así no deja que todo aquello que uno está pensando, y todo aquello que le pasa, vaya haciendo poso, vaya generando algo que decir. O aún peor, termina uno picoteando en el cadáver de su propia experiencia como un ave carroñera.

Si uno ha de esforzarse en escribir poemas, a lo mejor debería dedicar su tiempo, o sea su vida, a otra cosa. Si escribir no viene de forma natural, fácil, mejor dejarlo. Esto, sin embargo, no implica que no deba uno luego dedicar tiempo, atención y trabajo a la escritura. Sin eso, por mucho talento que haya, no saldrá nada que valga la pena leer.

Pongo otro ejemplo. El impulso de hacer música tiene que venir de dentro, fácil y natural. Eso no implica que uno no deba aprender a tocar un instrumento, o a componer, y que no deba dedicar horas y horas a ensayar.

6

Pero no todo el mundo puede ganarse la vida como artista. Y menos como poeta. Así que hay que trabajar en otras cosas. Para mí, lo mejor es que no tengan nada que ver con la poesía. Porque luego hay que incorporarlas al proyecto poético. Si uno está dando clases de escritura, terminará incorporando, sin darse cuenta, un montón de basura generada por principiantes. Además, a los principiantes no se les puede pedir que escriban com si llevaran 20 años haciéndolo, con lo cual, uno debe reducir sus expectativas, y eso también terminará afectando su propia labor como poeta.

Encima, lo más probable es que uno se robe un montón de ideas de sus alumnos, por esto de la incorporación de lo que a uno le rodea. Y eso es totalmente injusto, y hasta ridículo. Sí, nuestra obligación como artistas es robar ideas de donde salgan, pero también podemos decidir a qué ideas nos exponemos.

Es mucho mejor exponerse a situaciones y entornos que no tengan nada que ver con la poesía, o sólo tangencialmente, ya que todo tiene que ver con la poesía. Hasta el desvío que el colectivo tuvo que tomar el otro día porque otro colectivo se había averiado y estaba bloqueando la calle. Todo, por nimio o cotidiano que parezca, entra. O vale. Es cuestión de prestar atención, de dejarse afectar, de darle tiempo a esos afectos que hagan poso. Así evita uno convertirse en su propia carroña, y evita la canibalización del trabajo de otros.

7

Por lo mismo, me parece mejor no liarme emocionalmente con poetas. Ahí pasan dos cosas. Una es que se robaran ideas uno al otro, y eso generará resentimiento. Otra es que si no me gustan sus poemas, ¿cómo puedo respetar a esa persona? El respeto conlleva cierto grado de admiración. Y si no se admra a la otra persona, ¿cómo amarla?

Y luego, ¿cómo le dice uno a su pareja que el poema que acaba de escribir no funciona? ¿Hay que mentir para mantener la paz? Eso generará más resentimiento, el deterioro del respeto, y por ende, el del amor.

Puedo decir lo mismo de liarme con artistas de otros tipos, pero ahí ya hay por lo menos una distancia entre lo que haga esa persona y lo que hago yo. El equilibrio, en estos casos, es más fácil de conseguir, pero tampoco es que venga dado. (No sé si viene dado alguna vez.) En cualquier caso, lo que sea que haga la otra persona terminará afectando lo que hago yo, y eso implica ir con cuidado. Influencia y robo no son lo mismo, pero se parecen un montón.

8

David Hall, mi profesor de filosofía favorito en la universidad, cuando le preguntaban de cuántas páginas debían ser nuestros ensayos finales, siempre decía lo mismo: usted escriba, y cuando termine de escribir, pare. Había gente que entregaba trabajos de 5 páginas y había que los entregaba de 30. Yo estaba por el medio, entre 15 y 20, dependiendo también de la cantidad de páginas que tuviera que escribir al final del semestre para otras asignaturas.

Esta lección me marcó, lo tengo claro. Hay que escribir hasta que ya no quede nada. No hay que dejar nada en el tintero, hay que exprimirle hasta la última gota de tinta. Pero también hay que saber cuándo se ha gastado esa gota, cuando ya no queda nada por decir.

Por lo que llevo 30 años viendo, cada vez que me lo dejo todo en un poema, o en un proyecto como la BiPA, siempre queda algo, o siempre se vuelve a llenar el tintero. Siempre hay más basura que recoger de la calle y ponerla en un libro. Así que no termino nunca.

9

Lorena Alfonso, la curadora de la muestra en la que ahora hay algunos libros de la BiPA, le dice a la gente que los libros son interminables. Y sí, lo son, lo cual resulta ligeramente desalentador. Paro de hacer un libro cuando pienso que ha dicho claramente lo que tenía que decir.

A veces, ni siquiera hay que hacer el libro. Con hacer la portada llega. El lector debe armarse el libro en su propia imaginación. Hago algunas de estas portadas en madera, mientras que otras quedan en papel en el Registro, o en los cuadernos.

Para mí, todo esto, los libros y las portadas, sigue siendo escritura, sigue entrando en el campo de la poesía, aunque de manera más bien conceptual, metapoética. Es como una especie de poema visual acerca de la poesía, o de lo poético. Y por supuesto, incorporo el humor, que es una parte importante de mi personalidad. (Eso que llamamos humor, o sentido del humor, o de lo cómico, viene tanto de cuando estoy de buen humor como de cuando estoy de mal humor. Ambos dejan ver lo cómico en nuestro entorno, aunque desde ángulos distintos.) (Cuando me topo con alguien que carece de sentido del humor, sé instantáneamente que carece, también, de sentido de lo poético. Sé que debo alejarme de esa persona cuanto antes.)

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Lo dije en las Noticias de la semana pasada, pero lo repito aquí. Estoy colgando en Instagram muchas de esas portadas, las de papel, sacadas del Registro y los cuadernos, como una forma de mostrar otro lado del trabajo poético (o que a mí me parece poético) dentro del contexto de la Biblioteca Popular Ambulante. Tiene que ver, también, con lo que decía Osvaldo Lamborghini, aquello de primero publicar, después escribir.

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La meta, entonces, es dejar de escribir. Pero eso no se puede hacer si no se escribe. Dejar de escribir significa llegar al final de lo que uno tenga que decir. Siempre que he pensado que había llegado a ese final, que me podría dedicar a otras cosas, ha resultado que no, que no había llegado más que a un descanso, a una posta en el camino. A un albergue temporario, digamos (colocar emoji sonriente aquí).

Una parte cada vez más importante de esa escritura viene siendo toda la metaescritura de la BiPA. Y creo que todavía me queda un rato.

NOTICIAS

1. Ifi, la gata del IF, se puso como loca el otro día cuando llegué. Maullaba y maullaba, caracoleaba, iba y venía. Ni por un momento pensé que se alegrara de verme. Está clasificada como gato, no como perro. Era que no tenía comida, claro. Como siempre le dejo la ventana abierta para que entre y salga a placer, sospecho que algún otro gato entró y la dejó sin nada, muerta de hambre. O por lo menos sin la seguridad que veo que le proporciona ver que en su plato hay comida.

2. Sigue en pie la muestra Goliat Persiste: una exploración sensorial de Buenos Aires en Pasaje 17 (Bartolomé Mitre 1559). Hoy, incluso, hay visita guiada/comentada por los artistas y la curadora. Eso de 17 a 19 horas.

3. Hace frío y no hace frío. Maldito entretiempo. Sé que a la mayoría no le gusta el invierno, pero a mí me encanta. Quiero que llegue cuanto antes

4. Si la gente que está suscrita por Mercado Libre me escribe, vemos de cómo les hago llegar el último libro de la sección editorial de la BiPA: AMOR, campo semántico. (Por favor no dejen de hacerlo, así no tengo que perseguir a nadie.)

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