Copy

A veces se me ocurre espontáneamente una buena idea, por lo general cuando estoy a punto de dormirme. Debería anotar esta idea, me digo, pero no quiero romper esa agradable somnolencia (aun cuando tengo un cuaderno al lado de la cama). De todas maneras, me digo, es una idea tan buena que mañana la voy a recordar sin problemas. Y sigo durmiendo. No hace falta que cuente el final de esta triste historia.



Sigo aprendiendo.
—Miguel Ángel

 

Estoy acá sentada haciendo solitarios en la computadora. Ya hice las compras, terminé la tarea, pagué mis cuentas y ahora estoy sentada frente a la computadora haciendo solitarios. Uno tras otro. Tras otro. Tras otro. Este es el último, me digo, pero gane o pierda hago otro a continuación. Me preocupa. ¿Acabo de adquirir una nueva adicción? ¿No debería estar haciendo algo útil? ¿Aprender un idioma, barrer el balcón? De pronto me doy cuenta de que sí estoy haciendo algo útil. Estoy pensando. Tengo la parte frontal y frívola de mi cabeza organizando los naipes en la pantalla mientras medito sobre qué voy a escribir este domingo.

Llegué a esta conclusión gracias a un niño genio atrapado en una pesadilla de Stephen King. El chico está desesperado, encarcelado y torturado en su celda: no tiene libros ni computadora ni nada. Qué puedo hacer, se pregunta. Entonces recuerda que es un genio y se dice: lo que puedo hacer es pensar. Se sienta al borde de su modesta camita y se dedica a pensar. Yo por mi parte no soy un genio, nada más lejos, pero puedo pensar. Debo pensar.

 

Ayer a la noche escuché por primera vez un podcast. Hasta ahora me había dedicado enérgicamente a ignorarlos. Todo tiene un límite. O como dice mi hija, todo no se puede. Yo pertenezco a la generación que se derritió de placer cuando tuvo acceso a su primera máquina de escribir eléctrica. Una Brother, negra y magnífica. No llegué a la IBM con bolita, tampoco la codiciaba. Muy tarde encaré la computadora. La edad no es un pretexto válido. Algunos se lanzan confiados al galope de los tiempos; yo soy de los que se quedan quietos en su lugar. Cuando el mundo comenzó a transformarse en una ecuación eterna de unos y ceros yo me dediqué a balconear. Leía algunos blogs de la época, como el de Jorge Bernárdez, mi favorito, o Trabajos Prácticos, porque soy fan de Tomás Abraham. Pero no me detenía en los portales, mi corazón seguía fiel a los diarios de papel.

Entonces llegaron las redes. Todo el mundo estaba en Facebook menos yo. Ningún argumento me convencía. No quería reencontrar a antiguos compañeros de colegio. No recuerdo a ningún compañero de colegio. No me atraía la idea de recuperar viejos sentimientos. Tengo un particular respeto por el pasado, prefiero no traerlo a la inmanejable realidad del presente. Además me resultaba indiferente —hasta hoy— la felicidad ajena. Pero Twitter es otra cosa. Todo lo que pasa en Twitter me interesa, me divierte o me indigna. Ahora sí dejé los diarios y no exploré nada más. Disculpen.

Con ese mismo criterio de persona mayor, Mente Cerrada con Candado y a Mucha Honra, con ese mismo criterio, decía, me abstuve de los podcasts. Los había visto en las series. Podcasts con envergadura de cadena de radio, grandes producciones. De entrada lo tomé como una de esas fantasías de comedia sobreactuada. Pero lo cierto es que en Estados Unidos, al parecer, hacen furor los podcasts (ésta es la palabra más difícil del mundo, no hay en castellano, creo, palabra alguna que ponga una c detrás de una d; hay que entrenar la lengua para pronunciarla) hacen furor los podcasts, decía, dedicados a investigar crímenes. Acá los tenemos de todo tipo, grandes firmas, gente, ideas: no me quedó más remedio que explorar.

 

Yo soy una chica de radio, me gusta la radio. Y soy una chica de AM. No pido explicaciones ni las doy. Leo en la cama hasta que se me caen los ojos, entonces apago la luz y prendo la radio con el volumen bajo. Escucho programas donde la gente habla, ésa es la música que prefiero. Dejo que me arrulle y luego me duermo. Pero últimamente la cuestión no es tan sencilla. Supongamos que hay fútbol, algo que ocurre con desesperada frecuencia. Todas, todas las radios transmiten el partido menos dos, igualmente estridentes e insensatas. Tuve que admitir que el podcast es una salvación. No importa que esté jugando River, que se defina el campeón de la Liga, que un equipo grande pueda ir al descenso: siempre se puede apagar la radio y escuchar un episodio cualquiera de Vidas prestadas, dejar que te arrulle la voz de Hinde Pomeraniec y elegir el programa: ¿Martín Kohan? ¿Laura Ramos? No solo eso: podés escuchar uno de los Cuentos de Medianoche que lee Quique Pesoa por Radio Nacional. ¡Quique Pesoa! Nadie pronuncia la palabra Arlt como él. Llego tarde al podcast, como siempre, detesto la palabra y todavía tengo que aprender bien cómo se usa, pero me salva del fútbol, de las arengas políticas y de las tandas publicitarias: me hace feliz.





Odio todo

Me disgusta bastante la expresión “Se fue de gira”. Reconozco que no es fácil anunciar que un artista murió y demasiado afectado decir “Falleció”. El inglés, como siempre, tiene la palabra justa: Is gone. En este caso, más que “se fue” significa “no está más con nosotros”. “Se fue de gira” implica presuntamente una especie de cumplido, alguien tan querido y valorado que no lo podemos tocar con la muerte. Pero el abuso de la expresión le ha quitado lo que podía tener de homenaje y se convirtió en un clisé de segunda.





Palabras

Ya que estamos, por si a alguien le interesa, fallecer no es exactamente lo mismo que morir. Morir mueren todos, personas, animales, ideas, modas. Fallecen solamente los humanos. No solo eso. La muerte admite la idea de violencia; fallecer no, es un fenómeno natural. Y perecer, si vamos al caso, significa dejar de ser después de un largo padecimiento, fatiga o molestia. Mueren humanos y animales, perecen las cosas materiales, algunos alimentos, los bosques, los valles. Un bello ejemplo que ofrece el diccionario es éste: “En la batalla no mueren los valientes sino que perecen; en el hospital son más los que mueren”.

 



 

Qué hay para ver

Comencé a ver El servidor del pueblo, protagonizada por Volodímir Zelenski, el actual presidente de Ucrania. Es una serie de televisión y un caso extraordinario que por lo visto no parece despertar mayor interés. Pues tiene un interés enorme. No puedo comentar demasiado porque apenas vi 7 capítulos de una serie larguísima, que lleva tres temporadas de más de veinte episodios cada una. El servidor del pueblo trata acerca de un profesor de Historia que un día se convierte en el presidente de Ucrania. Fue así: Vasyl Petrovych Holoborodko (Volodímir Zelenski) es un profesor de Historia de los que aman su materia y saben lo que dicen. Un día tiene un arranque de indignación por algún incidente en la escuela donde trabaja y lanza en privado una violenta diatriba llena de improperios contra sus colegas, ciertos profesionales y en general la política de su país, sin darse cuenta de que uno de sus alumnos lo está grabando. La escena se vuelve viral y ese discurso lleno de verdades y palabrotas lo convierte de inmediato en un héroe nacional. Sus alumnos organizan un crowdfunding y financian su campaña política. Y para su enorme sorpresa, Vasyl es elegido presidente de Ucrania. De pronto se encuentra frente a un cargo para el que no está preparado y no cuenta con más armas que su honestidad y el genuino deseo de proteger a Ucrania de la corrupción y la caída.

Lo paradójico es que todo lo que parece inverosímil y excesivo en la comedia, un hombre ajeno a la política, sensible e indignado, que llega a la presidencia de su país por encima de los poderes ocultos que manejan el verdadero poder, todo lo que parece excesivo en la comedia, decía, se convirtió en realidad poco tiempo después y a través del mismo proceso: en 2015 Zelensky creó una compañía grabadora y realizó la serie El servidor del pueblo que, lo mismo que aquel video, lo convirtió en presidente de su país.




 

Estilo

Cuando sea grande y rica voy a vestirme como se veían los Rolling Stones al llegar a Madrid. Un estilo me-puse-lo-primero-que-vi y acá estoy. Me gustaría lograr ese glamour desfachatado, ese humor y si fuera posible, ese garbo.



 

A propósito

Voy a hacer el heroico intento de dominar por mi cuenta el universo de los podcasts sin abusar de la paciencia de amigos y vecinos. He descubierto que muchas operaciones son más sencillas de lo que mi natural aprensión me hacía suponer. Un enigma, un problema indescifrable, la rebelión de una imagen, tal vez se resuelven fácilmente tocando cierta tecla dos veces en lugar de una. Sé que hay mucho movimiento en el aire virtual, que brotan redes como catedrales, muchas que ni siquiera oí nombrar, pero la televisión se mantiene alerta y se apoya descaradamente en Twitter. Yo me quedo en mi casa leyendo como el creador de los replicantes en Blade Runner. En la cama y lejos del mundo. Pero el club del Viejo Smoking está siempre. Es acá.


Solo ceros y unos, la vida digital.

Quien lo entienda que levante la mano.

Yo tengo mucho que aprender.

Hasta el domingo,

Cecilia

 

 

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