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Día 9:  Un Mártir por Cristo 

La Palabra de Dios

“Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Venid vosotros, a quienes mi Padre ha bendecido; recibid vuestra herencia, el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me disteis alojamiento;  necesité ropa, y me vestisteis; estuve enfermo, y me atendisteis; estuve en la cárcel, y me visitasteis’. El Rey les responderá: ‘Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, por mí lo hicisteis’” (Mateo 25: 34-36; 40).

La Vida de Kolbe

En marzo de 1960, Juan XXIII aprobó la introducción de la causa de beatificación del Padre Kolbe. Pablo VI lo beatificó el 17 de octubre de 1971, como “Confesor de la Fe.” No viendo ninguna "mariolatría" en su obra, lo clasificó en su homilía "entre los grandes santos y espíritus clarividentes que comprendieron, veneraron y celebraron el misterio de María". 

El 10 de octubre de 1982, el sucesor de Pablo VI, el papa polaco Juan Pablo II, canonizó a su compatriota como Mártir de la Fe, en presencia del padre de familia por el que Maximiliano había ofrecido su vida: "¡Por lo tanto, en virtud de mi autoridad apostólica, he decretado que Maximiliano Kolbe, quien fue venerado como Confesor después de su beatificación, sea en adelante también venerado como Mártir!

Juan Pablo II propuso al Padre Kolbe como modelo de la nueva evangelización en el mundo actual. Destacó la importancia de la consagración de San Maximiliano Kolbe a la Trinidad por medio de María, al igual que la urgencia de anunciar el Evangelio a través de los medios de comunicación. La acción gloriosa del Santo al final de su vida, en la oscuridad de Auschwitz, sigue iluminando el mundo. Este acto de amor puro es la expresión de una esperanza invencible en Dios y en el hombre, más allá de toda forma de totalitarismo.

Cita de Maximiliano María Kolbe

"El alma que mira toda esta revelación de amor querría devolver amor por amor. Pero por experiencia sabemos que somos muy débiles. Y ahí se manifiesta el amor del Corazón Divino, el que nos da Su propia Madre para que lo amemos a Él con su corazón; no con nuestro pobre corazón, sino con su Inmaculado Corazón. El amor de la Inmaculada es el amor más perfecto con el que una criatura puede amar a su Dios".

Meditación

Dios no conduce a todas las almas por el mismo camino, pero las que pasan por María llegan ciertamente a Jesús. San Maximiliano Kolbe es un ejemplo elocuente, después de otros "locos admirables" que acogieron a María en sus casas, como San Bernardo de Claraval, San Luis de Montfort, San Juan Eudes, Santa Bernadette Soubirous, Santa Teresa de Lisieux, la Beata Dina Bélanger y el gran Santo Padre Pío. Hoy tenemos gran necesidad de su intercesión para no hundirnos en la tibieza y la mediocridad. Que al finalizar esta novena ellos nos ayuden a discernir la voluntad de Dios, para cumplirla mejor, aquí y ahora. 

Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad, dejó un acto de consagración a María que nos compromete a acogerla en nuestra propia vida, para que amemos a Jesús cada vez más como ella lo ama. Este don de nosotros mismos, procedente de un corazón amoroso, sin límites ni condiciones, es también una invitación a renovar las promesas de nuestro bautismo. Nos une más íntimamente al Corazón de Jesús, saciando Su sed de almas. Dondequiera que la Inmaculada esté presente, nos dice el Padre Kolbe, allí se establece el reino del Corazón de Jesús.

La consagración a María no es un fin en sí mismo, sino un medio eficaz para servir a Cristo a través de Su Espíritu que habita en nosotros, para poder decir con San Pablo: "Vivo, pero ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2:20).

La consagración a María es realmente para Jesús; de hecho, las dos son inseparables. Aunque hagamos esta consagración individualmente, contiene un aspecto misionero ya que nos permite reflejar a Cristo en la Iglesia y en el mundo a través de las manos maternales de la Inmaculada. 

Oración

“Oh Inmaculada, reina del cielo y de la tierra,
refugio de los pecadores y Madre nuestra amorosísima,
a quien Dios confió la economía de la misericordia:

Yo, _________, pecador indigno, me postro ante ti,
suplicando que aceptes todo mi ser como cosa y
posesión tuya.

A ti, Oh Madre, ofrezco todas las dificultades
de mi alma y mi cuerpo, toda la vida, muerte y eternidad.
Dispón también, si lo deseas, de todo mi ser, sin ninguna reserva,
para cumplir lo que de ti ha sido dicho:

«Ella te aplastará la cabeza» (Gen 3:15), y también:
«Tú has derrotado todas las herejías en el mundo».

Haz que en tus manos purísimas y misericordiosas
me convierta en instrumento útil para introducir y aumentar tu gloria
en tantas almas tibias e indiferentes, y de este modo,
aumente en cuanto sea posible el bienaventurado
Reino del Sagrado Corazón de Jesús.

Donde tú entras, oh Inmaculada, obtienes la gracia
de la conversión y la santificación, ya que toda gracia
que fluye del Corazón de Jesús para nosotros,
nos llega a través de tus manos”.

V. Ayúdame a alabarte, Oh Virgen Santa.
R. Y dame fuerza contra tus enemigos.

Reza 10 Ave Marías

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