¿Han notado la condescendencia con la que la sociedad trata a las adolescentes? ¿O lo mucho que sorprende que tengan posturas frente a temas políticos?
Esto a pesar de que han demostrado que sus visiones son indispensables para construir un mejor futuro. Pienso en Artemisa Xakriabá, activista índigena de 20 años, quien lidera la lucha contra el cambio climático; en Valentina Muñoz, activista digital de 18 años, quien trabaja para que tengamos más mujeres en STEM; o en Julieta Martínez, activista de 17 años, que lidera proyectos sociales.
Pienso en todas las adolescentes feministas que asisten a marchas, que usan sus redes para informar y que –sin exagerar– están cambiando al mundo para volverlo más igualitario.
¿Por qué solo las escuchamos cuando son Greta Thunberg o Malala? BeGo, adolescente de Guatemala, lo explica perfecto. “Aún falta mucho para que la participación de las jóvenas sea real. Creo que siempre estamos cuestionadas y normadas por feministas adultas u organizaciones feministas que se niegan a ceder espacios donde podamos expresar nuestros saberes, sentires y pensares con la excusa que ‘aún no estamos preparadas para hacerlo’”.
El feminismo tiene que sacudirse el adultocentrismo y poner al centro las voces feministas de adolescentes. No solo porque enfrentan vulnerabilidades específicas –en especial en el contexto de la pandemia–, sino porque siempre han estado listas para hablar y tienen mucho que enseñarnos.
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