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¿Hay alguien ahí? Me imagino que muchos estarán pendientes de los resultados de la votación, o tal vez ya están un poco hartos. La espera es difícil para los cronistas, que deben llenar el espacio durante horas sin mucho para decir. El silencio no se usa mucho en la televisión, se considera una falta, un error. Sin embargo, una gota de silencio ante ciertas imágenes tiene más fuerza que la voz más convincente y la pluma más inspirada. Hablemos de otra cosa.




La superstición es tonta, irracional, infantil y primitiva… ¿pero qué te cuesta tocar madera?
—Anne Tyler


 

Sí, soy supersticiosa. No me avergüenza decirlo, al contrario: creo que el respeto a leyes indemostrables, como las de la superstición, no son prueba de estupidez sino de la humilde convicción de que hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que sueña, contempla, (re)conoce nuestra filosofía. Sigo las consignas básicas, al menos en esta parte del mundo: evito el ominoso triángulo que forma una escalera contra una pared y tampoco abro el paraguas donde no debo. Con el tiempo fui aprendiendo que no se regalan cuchillos ni se celebra un cumpleaños antes de tiempo. Por otra parte las ofrendas de aves en la solapa o de perros bajo la suela del zapato, según parece, traen suerte. Pero la lista de advertencias es interminable. No barrer una vez que se puso el sol. No cortarse las uñas de noche. No usar hilo y aguja para coser un botón —o cualquier otra cosa— con la prenda puesta. No volver a entrar en la casa una vez que saliste y cerraste la puerta. Los niños aseguran que hay un monstruo escondido en el placard. Falta la liturgia completa del pie derecho: entrar en las casas, salir de la cama, iniciarlo todo con el pie derecho. Tan fuerte es esta convicción que se convirtió en una especie de aforismo. Una bruja (amiga mía) me dijo una vez que es una trampa del Diablo para molestar. Según ella es mejor el pie izquierdo. Algunas creencias son más flexibles, como el recelo ante el gato negro o el debate sobre el número 13. Pero la lista no se agota, cada uno tendrá sus propias órdenes astrales. Y cada zona del mundo cuenta con su propio vademécum, que no necesariamente coincide con el nuestro.

 

Por ejemplo, las chicas acá no apoyamos la cartera en el piso. No sé si trae mala suerte, si el dinero se va por las costuras, desconozco la razón pero no apoyamos la cartera en el piso: es ley. En Estados Unidos, en cambio, las mujeres indefectiblemente toman asiento y dejan la cartera en el piso. Es evidente que no comparten nuestra creencia; el problema es que cada vez que veo esa escena me preocupo por ellas.

Cada uno tendrá sus creencias privadas, que en algunos casos se llaman cábalas, y yo tengo las mías. Por ejemplo: si debo hacer un llamado delicado y el teléfono se queda mudo o falla de alguna manera, corto la comunicación porque lo considero una señal: postergo el llamado o directamente lo cancelo. Y ahora descubrí una nueva, deliciosa superstición. Igual que todo el mundo tengo un contador de palabras en mi Word. Cada vez que termino un párrafo lo consulto: si el número es capicúa el texto está bien. Si las tres o cuatro cifras son iguales el texto está muy bien. En fin, yo me entiendo.

Acabo de escribir 555 palabras: estoy hecha.

 




Odio todo

Odio el predictivo de mi celular. Algunas veces me adivina el pensamiento pero por lo general me distrae hasta la última letra con palabras que no tienen nada que ver y todavía no se dio cuenta de que soy una chica, escribe todo en masculino.





Palabras

Noche azul

llena de encanto y misterio,

vaporosa como un tul,

por doquier reina el silencio.

Los jazmines entreabiertos

en su palidez de nieve

silenciosos permanecen

sin descifrar el enigma.
 

Idea Vilariño (escrito a los diez años)




 

Qué hay para ver

Decíamos ayer que el arte, entre otras cosas, es el susurro de la historia. El cine por ejemplo fue reflejando los cambios de la sociedad a través de las décadas. En cierto momento mostró que los protagonistas dejaron de fumar. La campaña contra el cigarrillo era feroz, los juicios a las tabacaleras arrancaron sumas descomunales, los atados comenzaron a amenazar de muerte al comprador… y fumar dejó de estar bien visto. Algunos espíritus díscolos, sin embargo, nunca lo abandonaron.

Luego llegó el turno de las mujeres. Más allá de las líderes de mitad del siglo pasado, con Simone de Beauvoir a la cabeza, la cultura entera reconoció el cambio con libros, teorías y una montaña de trabajos académicos. El cine no se quedó al margen. Todos los argumentos clásicos se repitieron esta vez con mujeres como protagonistas. Aparecieron las policías, las abogadas, las militares, las estafadoras, las asesinas, las jugadoras, las adictas, por supuesto las juezas, las presidentas y las empresarias. Al mismo tiempo se cultivaron las problemáticas específicas de género, como la madre soltera, la fecundación asistida y la víctima de violencia doméstica que se entrena como un marine para vengarse de su depredador.

Más o menos al mismo tiempo entraron en escena los afroamericanos, también llamados (con todo respeto) negros. El primer actor negro en cruzar la barrera del color fue Sidney Poitier. Es decir, el primero que hizo el papel de persona y no de negro. Más tarde Denzel Washington y hoy Idris Elba. Lo mismo: policías, ladrones, detectives, comediantes, héroes y villanos ahora de raza negra, sin alusión alguna a la etnia. Y la consigna más reciente de la corrección política en el cine y la televisión es lo que el crítico Santiago García llama la versión “technicolor”. Junto con las mujeres y los afroamericanos se fueron incorporando los orientales, los indios, los paquistaníes, los aborígenes y algunas personas “con capacidades diferentes”.

Los últimos en llegar a la pantalla pero no mucho más tarde somos los viejos. También: policías y ladrones, gente divina o sujetos viles, hombres y mujeres por igual. Y Clint Eastwood, que esta semana estrena una película a los 91 años.




 

Juan Forn

“El nombre de la dama es Elsa von Freytag-Loringhoven pero se la conocía como la Baronesa Dadá. Ezra Pound menciona a la baronesa en sus Cantos, William Carlos Williams boxeaba con ella, Djuna Barnes quiso escribir su biografía. André Gide y George Bernard Shaw temblaban cuando recibían cartas de ella pero, noventa y nueve años después de aquellos tiempos, la baronesa había ido a parar al basurero de la historia hasta que saltó a la luz que el mingitorio de Marcel Duchamp, la pieza más famosa de la historia del arte de vanguardia, no era obra del pícaro Marcel sino de ella.”

(Yo recordaré por ustedes)



 

Exequias

Vi en Twitter el homenaje que se le hizo a Jean Paul Belmondo y lloré. Seguramente lo vieron, envuelto en la bandera francesa, cruzando el adoquinado Patio de Honor de los Inválidos cargado por soldados vestidos de gala con redoble de tambores militares, mientras una orquesta ejecutaba Chi Mai, la melodía de Ennio Morricone para la película El profesional, grabada a fuego en la historia del cine. Pompa y circunstancia. Una clase de homenaje que redefine la cultura popular y la eleva a una categoría heroica. Todos lloraban y al paso del féretro aplaudían. Yo preferiría el silencio a los aplausos, me parece más respetuoso y solemne, pero la gente prefiere aplaudir.
 




A propósito...

Antes de que comenzara la campaña contra el tabaco el cigarrillo era una parte nada despreciable de la mística cinematográfica, infaltable en figuras como Humphrey Bogart, Lauren Bacall o James Dean. Y más: el provocativo cigarrillo de Sharon Stone, la sofisticada boquilla de Audrey Hepburn, los cigarros de Groucho Marx, Orson Welles y el mismísimo Alfred Hitchcock. En la película Now, Voyager, con Bette Davis y Paul Henreid, su rito amoroso consistía en que él encendía dos cigarrillos y le daba uno a ella. No lo voy a negar, fumar es un placer genial, sensual, pero es peligroso y algunos tuvimos que dejarlo. Creo que mejor me despido acá hasta el domingo que viene y les dejo mi habitual invitación al Club del Viejo Smoking. Es acá.
 


¿Alguna noticia? ¿Todavía no?

Seguiremos esperando.

Como dice el I Ching, esperar no es una confianza vana.

Hasta el domingo,

Cecilia

 


 

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