Copy

Viernes de Insight


El newsletter que te entretiene y al mismo tiempo te ayuda a pensar en formas creativas de resolver tus problemas.

Si disfrutas de estos correos, considera la opción de reenviárselos a alguien que los pueda disfrutar también. Si tú lo estás recibiendo reenviado por alguien más, puedes suscribirte a esta lista de correos aquí

La Reflexión de la Semana: el primer requisito para evitar relaciones tóxicas 


El golpe más duro que recibí al empezar la universidad no fueron los exámenes ni el estar separado de mis papás.

Fue la convivencia. 

Como muchos, yo fui uno de los tantos jóvenes que dejó su casa para “sacar la carrera” en otra ciudad, y también como muchos, me fui con unos amigos del colegio y decidimos rentar un departamento para todos. Hasta aquí, todo normal.

El detalle fue que empezamos siendo cuatro y luego, después de un año, nos convertimos en seis.

Seis en un solo departamento. Hasta donde sé, éramos los únicos de la universidad que vivíamos con cinco estudiantes más. 

Algunos amigos nos decían “los de Maturín”, la ciudad de donde veníamos, y cuando le contábamos a alguien que todos éramos roomates, solían decirnos cosas como “maric*, ¡Qué fino! Eso debe ser rumba y rumba todo el tiempo...”.

Y tenían cierta razón. Sí hubo algo de rumba, era divertido estar juntos todas las tardes después de clases y también aprendimos mucho (muchísimo) acerca de cómo llevar nuestra vida siendo independientes de nuestros padres.

Ellos nos seguían mandando dinero y teníamos una señora que limpiaba la casa y preparaba los almuerzos (mención honorífica a Daisy por su excelente trabajo—y paciencia— a lo largo de toda esa época), pero aun así, teníamos que arreglárnoslas para preparar desayunos y cenas, organizar nuestras sesiones de estudio, decidir si asistíamos a clases o no (en este aspecto resultamos ser responsables y casi nunca faltábamos), entre otras actividades que, antes, en Maturín, no nos preocupaban. 

Qué años. 

Visto en retrospectiva, fue una experiencia tan divertida como formativa, pero...
 

No todo fue color de rosas.

 

Ni de cerca fue todo color de rosas, mejor dicho. 

Hubo conflictos. Unos mayores y otros menores.

Discusiones, malos entendidos, manipulación, mentiras, rencores... Todo lo que puede esperarse al juntar a seis adolescentes que, tras pasar por el sistema educativo tradicional, no tenían ningún conocimiento acerca de cómo manejar sus emociones y tener una convivencia pacífica. 

Y yo estaba involucrado en la mayoría de dichos conflictos. Al menos en los más importantes.

En el día a día había peleas porque uno insultaba al otro o porque nos “picábamos” jugando FIFA, pero esto se resolvía tan pronto como se producía y, en un par de horas, todo estaba olvidado. Este no era mi tipo de pelea.

Lo mío era más complejo, más duradero. Mis problemas con mis amigos iban más allá de las molestias superficiales e iba directo a la profundidad de nuestros valores: yo pensaba que debíamos vivir de una forma y ellos pensaban que debíamos vivir de otra. Con total seguridad, este choque de ideales era lo que más daño nos hacía.

¿Y mi forma de manejarlo? Terrible. Hoy en día recuerdo esa época y me avergüenzo por muchas cosas que hice. Afortunadamente, las lecciones quedarán para siempre. 

Llegó un punto en el que cada día me imaginaba yéndome del lugar. Estaba harto de los problemas de comunicación y la falta de acuerdo entre nosotros, así que, en cierto punto, comencé a manejar la posibilidad de irme a otro sitio para estar más en paz conmigo mismo.
 

"¿Y por qué no lo hiciste?" Te estarás preguntando


Falta de decisión. Pura y dura.

Mi sufrimiento era real, pero al mismo tiempo, ¡Estaba mejor que en cualquier otro sitio!

El dueño del apartamento donde vivíamos, que era papá de dos de mis compañeros, es una especie de Santo. Un señor tan amable, tan involucrado en nuestra vida y tan "pana" que, hoy en día, a pesar de todos los problemas, sigue siendo como un papá para mí también. Cuando menos, un tío. (Saludos al Sr. Juan).

Con mis amigos podía tener las peleas que fueran, pero al final del día, les seguía teniendo cariño y uno de ellos fue mi compañero de estudio a lo largo de toda la carrera (un saludo a Zerpa).

Con otros jugaba fútbol sala en el equipo de la universidad y eran mis rivales en FIFA y truco (un juego de cartas). Yo no era tan “truquero”, pero había ocasiones en las que las partidas se ponían buenas y el departamento se convertía en un casino.

¿Quería perderme de todo esto? Claramente, no.

De hecho, me pasé más de dos años hablando con mi papá para cambiarme de apartamento pero nunca hice nada al respecto. Nunca.

Jamás hice ni siquiera una llamada para ver si había una habitación disponible en otro lugar. Nada. 
 

“Si alguien te dice que es honesto y luego lo encuentras mintiendo, olvida lo que dijo y solo haz caso a sus acciones”.


En mi caso era “si alguien te dice que se quiere ir de su departamento pero no mueve ni un dedo para irse, no le hagas caso. Se quiere quedar, pero disfruta quejándose”.

Ese era yo: alguien que quería que las cosas mejoraran pero, como no tenía las herramientas para hacerlo, prefería quejarse y echar tierra a los demás.

Este es un patrón de conducta que me costó identificar (muchos lo tenemos y no lo sabemos), y más aún, eliminar.

Ese comportamiento de “me quejo pero no hago nada” sigue presente en ciertas áreas de mi vida y sacarlo por completo es un trabajo constante con el que estoy felizmente comprometido.

Hoy en día sigo manteniendo una relación con casi todos estos amigos y, gracias al correr del tiempo, he superado gran parte del resentimiento que tenía por dentro. Todos compartimos una época importante de nuestras vidas y más que con rencor, los recuerdo con cariño.

El caso es que yo juraba que al graduarme todos mis problemas de convivencia se acabarían y, finalmente, comenzaría mi vida feliz.
 

Error.
 

Con el pasar de los años, estos problemas de convivencia siguieron apareciendo frente a mí. Fue un claro ejemplo de “hasta que no aprendas la lección, estarás condenado a repetirla”.

De la forma más extraña que puedas imaginarte, terminé viviendo con una serie de personas 10 veces peores que mis amigos de la universidad. A estos ni siquiera los conocía de nada ni les tenía ningún tipo de aprecio, así que los conflictos eran incluso más frustrantes y menos llevaderos.

Pasado un año me libré también de esas personas, y justo cuando dije “listo, esta vez sí”...

Empecé a tener problemas de convivencia con mi novia.

Nada fuera de lo común. Los mismos problemas que todos tienen con respecto a quién lava la ropa y quién dejó los platos sucios. 

Pero, ¿Cómo?

Yo creía, mejor dicho, juraba que cuando estuviera solo con mi novia los grandes conflictos desaparecerían, y aparte de una ligera molestia ocasional, todo sería una maravilla. 

“¡Ahora empieza mi vida feliz!”, me dije emocionado solo para darme cuenta de que, nuevamente, mis problemas de convivencia salían a flote.. Y cada vez lo hacían con mayor intensidad.

Fue entonces cuando aprendí la lección más importante acerca de relaciones interpersonales que he aprendido hasta ahora.

Algo tan profundo que es para mí el principal requisito para evitar todo tipo de relaciones tóxicas.

Y ​dicho requisito es...

Aceptar que si no haces más que encontrarte con gente tóxica, entonces el tóxico eres tú. Duele como un tiro cuando lo aceptas por primera vez. 

Este principio aplica para relaciones amistosas, relaciones de convivencia por conveniencia, relaciones amorosas e incluso la relación con tu mascota: si no consigues escapar de los problemas, entonces el problema eres tú.

Y desafortunadamente, este es el caso de la mayoría de las personas en el mundo: creamos conflictos por nuestra forma de ser pero somos incapaces de aceptar nuestra parte de la culpa. Como resultado, intentamos huir de los demás, los “culpables” de nuestro sufrimiento, pero cuando finalmente escapamos de la situación y estamos a punto de cantar victoria, los mismos conflictos comienzan a reaparecer para decirnos “hola, ¿Me recuerdas?”.

No es casualidad que los últimos tres novios de tu mejor amiga le hayan montado cachos.

Ni que los últimos 5 trabajos de tu papá hayan sido una porquería.

En mi caso, no fue casualidad que, me mudara donde me mudara, tuviera problemas de convivencia. Nunca se trató de los demás, sino de mi falta de tacto y mi comportamiento casi-nazi con el que pretendía obligar a los demás a vivir como yo quería.

El golpe de realidad fue fuerte, pero infinitamente necesario. Ya había escuchado muchas veces esta idea de que somos los únicos causantes de nuestros problemas, pero una cosa es “saberlo” y otra es saberlo. Normalmente, el verdadero aprendizaje viene con la experiencia.

(O, con suerte, leyendo historias cómo está ;)).
 

Lo que finalmente cambió mi vida fue aceptar mis errores y ser comprensivo con los errores de los demás 


Por mucho tiempo critiqué a los que no ayudaban con la limpieza... Hasta que me di cuenta de que yo no ayudaba con la cocina.

Señalé a los que no decían las cosas de frente... Hasta que descubrí que yo también le tenía miedo a las conversaciones incómodas.

Y es este (y solo este) ejercicio de autoconocimiento el que me ha llevado a cultivar la mejor convivencia de mi vida, la que comparto actualmente con mi novia bella (un saludo a mi amorcito).

Cuando somos tóxicos, atraemos gente tóxica, y con esto no me refiero a un karma cósmico que los lleva directo a nosotros (aunque también creo en esto).

El hecho es que nuestra toxicidad nos hace repeler a los no-tóxicos y nos hace tener cosas en común con los tóxicos, lo que, por lo general, termina llevándonos a relacionarnos con estos últimos.

Hay quienes reconocen de lejos nuestra toxicidad y nos evitan a propósito, pero en la mayoría de lo casos, es algo inconsciente.

Conoces a ese buen tipo que podría serte fiel por el resto de tu vida pero, por algún motivo, no hay química y la relación muere antes de nacer.

Te encuentras de forma fortuita con alguien que podría llevarte a un ambiente laboral diferente pero, casualmente, la conversación no fluye en esa dirección.

Y así con todas las relaciones: atraes lo que eres y repeles lo que no eres. 

Claro qué hay gente “mala” en el mundo. Gente que parece no comprender que la vida se trata de ayudarnos entre nosotros para progresar y que, por el contrario, quieren hundir a los demás para salir a flote.
 

Si tú te encuentras con alguien así, no es tu culpa, pero si a partir de allí no lo evitas... Entonces hay algo que los hace congeniar

 


La misión es embarcarnos en el duro pero satisfactorio camino del autoconocimiento para poder determinar qué buscamos en los demás, qué cualidades necesitamos cultivar para atraer a ese tipo de gente y, principalmente, que errores nos están alejando de ellos.

Sin duda alguna, en el mundo hay gente buena. Hay de sobra, de hecho.

Si dicha gente parece eludirte, mira en tu interior:

¿Eres el tipo de persona con el que ese tipo de persona se quiere relacionar?

¿Compartes intereses y hábitos con ellos/ellas?

¿Te respetas lo suficiente como para evitar a quienes te faltan el respeto?

Lo más seguro es que tu respuesta a estas preguntas sea un fuerte y claro “no sé”.

Muchos no conocemos en detalles nuestros valores, nuestras creencias ni nuestras personalidades lo suficiente como para determinar qué pasos debemos seguir para alcanzar nuestros objetivos.

Por lo pronto, yo puedo ayudarte de dos maneras:

1. Con los artículos Cómo liberarte de los pensamientos que te atormentan en 5 pasos (este artículo te impulsará naturalmente a hacerte preguntas importantes) y 3 duras verdades que necesitas conocer para liberar tu vida de relaciones tóxicas (donde ya toqué este tema con un enfoque ligeramente diferente).

2. Con el curso de Limpieza mental en 30 días, que está actualmente en proceso de desarrollo pero que en poco tiempo estará disponible para todos ustedes. Este es un intensivo de autoconocimiento, y construir mejores relaciones interpersonales es uno de los principales beneficios de llevarlo a cabo.

(Para más información, responde a este correo).

Es totalmente posible cultivar relaciones sanas y satisfactorias, pero el método para conseguirlo no es huir de todo aquel que te parece tóxico.

La verdadera cura para nuestras relaciones se encuentra en nosotros mismos, y cuando empieces a trabajar en ti, la gente positiva y buena vibra empezará a aparecer por arte de magia... Y a quedarse.

Sin forzarlos. Sin manipularlos. Sin rezar todas las noches para que no se vayan. 

Se mantendrán a tu lado de forma natural, y tú, que ya sabrás por qué se alejaban de ti, podrás seguir reforzando tus nuevas costumbres para convertirte en alguien cada vez más sociable, empático y digno de confianza. 

No busques bajo las piedras. Busca en tu interior.

La solución que necesitas está dentro de ti. Comparte este correo con alguien que lo necesite.
(Nota: si te gustó este correo, considera la opción de reenviárselo a alguien que también lo pueda disfrutar. Si tú lo estás recibiendo reenviado por alguien más, puedes suscribirte a esta lista de correos aquí).
Twitter
Facebook
Website
Copyright © 2021 Alejandro Luis, All rights reserved.