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Soy Andrés Actis, un periodista rosarino suelto en Madrid, y estás por leer el envío #85 de un newsletter que intenta navegar entre dos orillas, las de Argentina y España, para vencer la desmemoria y el olvido. Si te gusta lo que escribo, reenvíalo. Y si te lo han reenviado, puedes suscribirte aquí.
 
El refugio del reloj
Para que 10 MIL KM no caiga a tu bandeja de entrada en medio de la resaca de la Nochebuena, decidí enviarte hoy, 24 de diciembre, el último envío del año. Te cuento que, si ómicron lo permite, viajo a Rosario a visitar a la familia, por lo que nos vamos a reencontrar en febrero, cuando vuelva a la rutina. Espero que sigas ahí, fiel al newsletter como hasta ahora.

La historia de hoy la escribí para el diario La Capital, medio argentino en el que colaboro. Salió publicada hace algunas semanas, aunque solo está disponible para suscriptores. Te la comporto por si no la leíste. Es uno de los trabajos periodísticos que más disfruté en este 2021.

Un tuit me llevó a una larga charla con el nieto de un abogado pamplonés que, tras el golpe de Estado de 1936, decidió esconderse varios meses en la torre de un reloj para sobrevivir a la cacería franquista. La historia transcurre entre España, Chile y Argentina.

Es un poco larga para el formato de este boletín. Agarrá un mate/café y preparate para un scrolleo un poco más largo de la habitual. Vale la pena, te lo aseguro.

Espero que te guste. ¡Feliz Navidad y feliz 2022!
El reloj de Pamplona (Luis Weinstein)
El hombre que se escondió en un reloj para salvar su vida

“Me tengo que esconder, me van a atrapar”. Enrique Cayuela Medina sabe que lo están buscando, que los sublevados van a por él. Ya capturaron a Santiago y a Natalio, sus dos hermanos. Entra en pánico. Los golpistas saben dónde vive. Su mujer intenta tranquilizarlo. Sus pequeños hijos juegan en el departamento ajenos a esa preocupación de vida o muerte.

“Ya sé, el reloj, el reloj”, grita el padre de familia. Sube las escalares, mira ese minúsculo espacio, de no más de un metro de ancho y de largo, y se convence de que pasará los próximos días ahí dentro, hasta poder escapar de la cacería que los nacionalistas están haciendo por las calles de Pamplona. Pero los días se transforman en noches. Las noches en semanas. Y las semanas en meses. El tiempo se convierte -literalmente- en su único refugio.

Solo sale de su escondite para ir al baño y para buscar comida. Cada tanto, para darle besos a sus hijos. Pasa tres meses tumbado en el suelo para evitar que su silueta se refleje tras el cristal del reloj. Hasta que logra escapar.

Un compañero de militancia recoge a la familia en su auto. Cruza la frontera y los lleva a Francia, a Biarritz. El exilio dura poco, algunos meses. La guerra se alarga y Enrique decide volver. Quiere ser parte de la resistencia republicana. Primero se instala en Cataluña. Luego en Valencia. Pero el avance nacionalista no se detiene. Enrique y su familia están, nuevamente, cercados. Otra vez las valijas. Otra vez la frontera. La huida, ahora, es definitiva. Y por mar. Un puerto, un barco y el enorme océano Atlántico.
El edificio donde todavía funciona el reloj (Luis Weinstein)

19 de julio de 1936. Las tropas nacionalistas avanzan sobre Pamplona. La capital de Navarra cae veinticuatro horas después de consumarse el Golpe de Estado contra el gobierno democrático de la Segunda República. En ese rincón de España no hay guerra ni resistencia. 

Los sublevados toman el poder del Ayuntamiento, donde Enrique, abogado, trabaja como secretario interino. El apellido Cayena Medina forma parte de la pequeña burguesía de Pamplona. Una familia liberal, culta y con una activa vida social, política y deportiva. Una familia con amigos, pero también con muchos enemigos. 

Los golpistas no perdonan a ningún Cayena Medina. Deberían estar de nuestro lado, piensan los que ahora, por la fuerza, tienen el poder. Pero están del otro, con los izquierdistas, con los republicanos, maldicen. 

El primero en caer es Santiago (25 años), el más pequeño de los hermanos. Lo detienen el mismo 19 de julio, en la primera tanda de detenciones. “Ya lo van a liberar”, lo tranquiliza Natalio (46), el mayor, a Enrique. “No sé, todo esto me da mala espina”, responde asustado.

Natalio no se esconde, se queda en su casa. Está convencido que nadie se va a animar a tocarlo. Exsecretario de sala en la Audiencia Provincial de Pamplona y expresidente del club Osasuna. Durante su mandato, el equipo de fútbol subió dos categorías, de Tercera a Primera. 

Se equivoca. Dos semanas más tarde, el 3 de agosto, lo detienen y encierran. Él y su hermano Santiago son fusilados a los pocos días junto a un centenar de republicanos. "Esto impresiona en Pamplona porque han matado a los Cayuela, gente con cierto nivel adquisitivo, político y cultural", explica el historiador español Eduardo Martínez Lacabe en su reciente libro “Y el tiempo se detuvo. Natalio Cayuela. Osasuna y justicia (Txalaparta, 2021), una publicación que brinda detalles desconocidos e inéditos sobre la vida de los Cayuela.  

El trabajo -próximo a publicarse en las librerías españolas- recoge algunos testimonios que indican que Enrique tuvo un vecino como aliado, quien también habría utilizado el mismo escondite. "Creemos que algún vecino lo sabría porque él sí que subía y bajaba las escaleras. O hubo buena gente en el vecindario o no se querían meter en líos", afirma el historiador.

El reloj que salvó la vida a Enrique (@joseweinstein)

24 de julio de 2020.  El club Osasuna cumple sus 100 años de vida. Un grupo de socios decide saldar una deuda histórica de esta institución: sacar del ostracismo a los dirigentes y jugadores republicanos represaliados durante el franquismo.
El primer nombre que se recupera es el de uno de los fundadores del club, asesinado durante la Guerra Civil: Eladio Zilbeti. Lo homenajean. Una peña inaugura un centro cultural con su nombre. 

El segundo nombre que aparece de esa “lista negra” es el de Natalio Cayuela, presidente en la temporada 1923-24 y entre los años 1928 y 1935. “Qué mejor homenaje que juntar a su familia y hacer un saque de honor en El Sadar (estadio de Osasuna)”, piensan estos socios. Empiezan a indagar, a preguntar. Tiran del hilo. Se ponen en contacto con el historiador Martínez Lacabe y descubren la historia de su hermano Enrique. Aparece el famoso reloj. Testimonios y registros que hablan de un escondite, de una supervivencia de película. 

“Yo conozco un Cayuela en Barcelona, ¿tendrá algo que ver con esta familia”, dice un socio en una de las reuniones del grupo. Lo llama. El rompecabezas se termina de armar. “Esta persona resultó ser un primo mío, que me llamó y me contó todo esto. No lo podía creer”, cuenta Luis Weinstein, uno de los nietos de Enrique y pieza clave de este puzle. 

Los socios de Osasuna organizan una serie de actividades para homenajear a los Cayuela, a Natalio y a Enrique. “Nos gustaría que tu y tu familia estén presenten”, le dicen a Luis, que vive en Chile, en una charla telefónica. 

“Cuando supe que estaba la posibilidad de subir al reloj, a ese reloj que escuché durante toda mi infancia, saqué un pasaje y me fui a España. El sábado a la mañana estaba en el sillón de mi casa y a la noche arriba de un avión”, agrega Luis sobre el inicio del “viaje de la memoria”.

Luis y su familia en el Ayuntamiento de Pamplona (Noticias de Navarra)

24 de agosto de 2021. . Luis Weinstein Cayuela atiende el llamado de La Capital sentado en el sofá de su casa, en Santiago de Chile. Acaba de regresar de España y está en cuarentena, con tiempo y ganas de revivir uno de los momentos más emotivos de su vida. 

La historia del reloj de Pamplona es la historia de su infancia. Creció escuchando ese relato en boca de su abuela María. Luis no conoció a su abuelo. Murió de tuberculosis a mediados de la década del 50. Lo imaginó y lo creó en su cabeza -valiente, audaz y rebelde- a través de aquella narración. 

La reconstrucción de esa (increíble) historia familiar llegó de grande. Luis y sus hermanos armaron una línea cronológica. El abuelo Enrique trabajaba en el Ayuntamiento de Pamplona cuando ocurrió el Golpe de Estado. Vivía, junto a otros empleados, en un edificio que era propiedad estatal, en el que funcionaba la vieja estación de colectivos de Pamplona, sobre la céntrica avenida Conde Oliveto.

“El inmueble tenía en la parte de arriba un reloj que daba a la calle. Por esa avenida desfilaban las tropas franquistas. Eligió esconderse tres meses allí, en ese metro cuadrado, para escapar a las requisas que hacían los nacionalistas. Ese refugió le salvó la vida”, explica Luis.

Y agrega: “Salió por Francia cuando pudo escapar. Pero al poco tiempo decidió volver para trabajar por la causa, por La República. Volvió a entrar por Cataluña y luego a Valencia, hasta que también cayó esta ciudad. La familia huyó otra vez a Francia y de ahí en barco a Buenos Aires. Luego se tomaron un tren a Chile, donde mi abuela tenía un conocido. Allí se instalaron”.

El exilio y aquellos fantasmas se actualizaron treinta años más tarde, en la década del 70. Primero en Santiago. Luis era un adolescente cuando sus padres le ordenaron hacer las valijas. El Chile de Pinochet no era un lugar ameno para voces disidentes. Los Weinstein se mudaron a Buenos Aires para poder sobrevivir. 

El alivio duró poco. Luego aparecieron los tanques militares comandados por Videla y compañía. Otra vez el miedo. Otra vez el terror. “Yo tenía 18 años en esa época. Recuerdo que a mi abuela se le vino todo el horror de España encima. Fue muy duro para ella esos dos golpes de Estado, el chileno y el argentino. Le parecía que la pesadilla nunca terminaba”, recuerda Luis.  

En diciembre de 1976, sus padres se tomaron un avión a España. Él y sus hermanos (Marisa y José) volvieron a Chile. La vida continuó sin mirar mucho hacia atrás. Hasta que sonó el teléfono y una voz española con acento navarro trajo al presente al abuelo Enrique y al reloj de Pamplona.  

Luis se tomó un avión y se encontró en la capital de Navarra con su hermana y sus sobrinos. Visitaron el Ayuntamiento y fueron recibidos por el alcalde. Luego, llegó el turno de subir al reloj. Los actuales propietarios del departamento que conecta a la torre abrieron la puerta de la casa para que los Weinstein subiesen por las escalares. 

El momento quedó inmortalizado en algunas fotos familiares que José, el hermano de Luis (exministro de Cultura de Chile) subió a sus redes sociales. “Mi abuelo Enrique Cayuela, republicano, debió esconderse 6 meses durante la guerra civil española en un reloj de Pamplona. Hoy mis hermanos han podido conocer el mítico reloj del que se hablaba en nuestra infancia ¡Gracias @CAOsasuna por recuperar la memoria de los represaliados!”, escribió en Twitter.

En una de las fotos se la ve a Tamara, sobrina de Luis y bisnieta de Enrique, de cuclillas dentro del reloj. "La historia del bisabuelo nos la imaginábamos como de película: estuvo medio año escondido, logró huir dos veces, se tomó un barco a otro continente. Es una historia de película, pero a la vez muy triste", le dijo al portal Noticias de Navarra al bajar las escaleras.
 
A Luis le cuesta poner en palabra la vivencia. Habla de un “cúmulo de emociones”. De una experiencia “transformadora y reparadora”. “Estás adentro de un lugar muy chico, que te asusta, que te perturba, escuchando todo lo que pasa en la calle, escuchando las agujas constantes del reloj. Estando ahí dentro pude pensar y dimensionar un montón de aspectos de aquella experiencia de mi abuelo que no había pensado antes”, dice. 

Para su abuelo, el reloj fue el refugio para poder sobrevivir. Para él y para su familia el reloj de Pamplona será siempre el refugio de la memoria

La sobrina de Luis dentro del reloj (@joseweinstein)



Esto es todo por hoy. Gracias por leer, nos reecontramos en febrero Si te gustó, reenvialo. Y si te lo han reenviado, suscríbete aquí.

Un abrazo, Andrés.
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