El Amazonas siempre me pareció lejano y foráneo. Veía esa región como un lugar fascinante, pero remoto y desconectado, a fin de cuentas, de mi vida en Europa.
Tenía una vaga noción de su biodiversidad e importancia para grupos indígenas. También pensaba conocer las causas de la deforestación, aunque ahora reconozco que no era así.
Mi percepción era que todo lo malo que pasaba allí estaba vinculado a cuestiones locales o regionales, como el poder de mafias madereras que usaban a personas pobres para destruir la jungla. Creía que era un tema que se circunscribía al contexto propio de América Latina.
Entonces me fui a vivir a China, a más de 15.000 kilómetros del Amazonas, y me di cuenta de que me equivocaba.
¿Por qué?
China tiene un problema estratégico difícil de resolver: cómo alimentar, con apenas el 9 por ciento de la tierra arable del mundo, a una quinta parte de la población total del planeta.
La seguridad alimentaria es un aspecto central en la política de cualquier país. Pero tiene aún mayor significación en China, donde está vivo el recuerdo de la Gran Hambruna de 1960. Los historiadores cifran en entre 20 y 45 millones los muertos por las desastrosas políticas agrícolas del Gran Salto Adelante de Mao Zedong. [The Guardian]
Por eso es tan importante para Pekín garantizar el abastecimiento. El país ha impulsado una revolución por medio de obras, tecnología y ciencia. Pero hay cosas que no puede controlar.
Este año el país ha sufrido un verano de sequías y olas de calor que ha sido calificado por el historiador del clima Maximiliano Herrera de esta forma: “No hay nada en la historia climática mundial que sea mínimamente comparable”.
Para mí, la imagen que mejor refleja lo ocurrido no son los ríos secos o las cosechas echadas a perder; es el vídeo de decenas de jubilados buscando refugio del calor extremo en un supermercado de la megaurbe de Chongqing. Es distópico; nunca vi algo así durante los años que viví en el país (2007-2013).
Este contexto de eventos climáticos extremos exacerbados por el calentamiento global complican aún más las cosas para China, que quisiera ser completamente autosuficiente. En marzo, el presidente Xi Jinping declaró que deseaba ver “los cuencos chinos llenos de comida china.”
Pero eso no es posible, así que el país recurre al mercado internacional para abastecerse. El supermercado preferido es Brasil, adonde fui a vivir después de mi paso por Asia.
Cuando llegué a China, empecé a escribir sobre el comercio bilateral entre los dos países. Tenían entonces una balanza comercial de 36.000 millones de dólares; cuando me fui, había alcanzado los 77.000.
No ha parado de crecer desde entonces. Es muy probable que este año se supere el récord de 135.000 millones registrado el año pasado. Es casi el doble de lo que Francia y España —vecinos, desarrollados y conectados por carretera, tren y mar— intercambian.
Lo extraordinario es que Brasil es uno de los pocos países en el mundo que le vende a China mucho más de lo que le compra, y eso que el gigante asiático es la “fábrica del mundo”. Tres productos son top sellers: soja, carnes y mineral de hierro.
Los tres se producen, en buena parte, en el Amazonas o en regiones fronterizas a la gran selva.