“Todo se vuelve escritura, hasta la obscenidad misma, de pronto hecha belleza”. Como el aire que respiraba, eso era la escritura para Rodolfo Rabanal, el escritor y columnista de Página/12 que murió el domingo 1° de noviembre a los 80 años, en esa otra parte en la que había elegido vivir hace varios años: el barrio El Tesoro, en el departamento uruguayo de Maldonado. Nada lo habitaba tanto como las palabras, como la lectura, como la escritura. Vivió escribiendo casi hasta el final, cuando hace dos semanas le descubrieron un cáncer de páncreas avanzado, mientras revisaba Algo más va a pasar, un texto que su editora, Paula Pérez Alonso, aún no leyó. El autor de las novelas En otra parte, La vida brillante, El héroe sin nombre y La vida escrita, entre otras, fue Subsecretario de Cultura de la Nación durante la presidencia de Raúl Alfonsín.

Belleza, ternura y lucidez. Es lo primero que viene a la mente al recordarlo. Rabanal –que nació en Buenos Aires, el 15 de junio de 1940- escribió aún en los peores momentos, en los años ’70, en medio de la selva oscura de la dictadura cívico-militar, con poco dinero y un miedo atroz porque muchos amigos empezaban a desaparecer, como el poeta Miguel Ángel Bustos. Su hermano menor, Daniel, militante de Montoneros, había sido detenido en Mendoza. Entonces trabajaba en La Opinión y escribía “una notas terribles programadas por Jacobo T. que no siempre firmo”, según se lee en La vida escrita, un libro entre la novela y el diario que fue lo último que publicó en 2014. “No convalidaba la lucha armada y me parecía que había una desproporción de fuerzas brutales, que iba a ser un drama”, reflexionaba el escritor. “Tenía cierta lucidez –aunque suene soberbio– como para darme cuenta de que era una lucha perdida. Pero al mismo tiempo no dejaba de apoyar a la gente que la llevaba adelante, mi hermano menor, entre ellos, que estaba en Montoneros y cayó en Mendoza”.

Su primera novela, El apartado (1975), apareció editada por Enrique Pezzoni en Sudamericana; tres años después salió Un día perfecto. Cuando la muerte se respiraba en cada esquina y el terror paralizaba, recibió la beca Fulbright para participar en el Taller Internacional de Escritores de la Universidad de Iowa, en Estados Unidos, donde escribió su tercera novela, En otra parte (1981), considerada una de las primeras novelas del exilio argentino, integrada por dos nouvelles, Nueva York es un nervio desnudo y Días de gloria en Medora, que transcurren en Estados Unidos. En otra parte es “escritura extrañada”, como la definió Beatriz Sarlo en un artículo que escribió en Punto de vista, aunque no hay referencias explícitas sobre el exilio ni la dictadura, sólo pinceladas que sugieren ausencias, olvidos y el miedo, como capas de una cebolla que se despliegan de Nueva York a Buenos Aires. Y viceversa. 

“Se me enseñó que la realidad es ominosa y fui educado en el miedo, tanto que hoy, si algo alcanza a definirme, ese algo es el estado de cautela. Vivo en guardia, soy un hombre alerta”, dice Manuel, el protagonista de la novela, un escritor al que le pagan por cada línea que escribe. La banda sonora de esta tercera novela de Rabanal está encabeza por The Beatles, más algunas canciones solistas de John Lennon y Paul McCartney. “Este es el único libro que escribí con música permanente de Los Beatles y sobre todo de McCartney; no sé por qué, pero me ayudaba a escribir. Y yo no soy de escribir con música”, reconocía el escritor en una entrevista con Página/12.

Después de la experiencia en Estados Unidos, volvió a Buenos Aires por un año y luego se fue a Francia, contratado por la Unesco como traductor. Cuando decidió regresar al país, a principios de 1984, publicó su cuarta novela, El pasajero; y fue subsecretario de Cultura de la Nación durante el gobierno de Alfonsín. El proyecto de la novela La vida brillante fue premiado en 1988 por la Fundación Guggenheim de Nueva York; con la misma novela, en 1995, ganó el Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires. Rabanal es autor también de los libros de cuentos No vaya a Génova en invierno y Los peligros de la dicha; de las novelas El factor sentimental, Cita en Marruecos, La mujer rusa, El héroe sin nombre, La vida privada y La vida escrita; del libro de ensayos El roce de Dante y las crónicas de viaje La costa Bárbara.

Uno escribe no se sabe para qué. Uno escribe para uno o porque uno necesita escribir. No sé si tiene mucho sentido hoy... Quizá lo tenga. Veo lo que se lee hoy, como lo veía en ese tiempo, y la diferencia es enorme entre lo que yo consideraba de calidad y lo que se consumía habitualmente", comparaba Rabanal. "El mundo cambiaba y la literatura imponía una reflexión, una distancia; pero el mundo lo que exigía era presencia. Calculo que cualquier persona que escribe debe sentir algo parecido, por lo menos alguna duda, no sobre lo que hacés, sino sobre la importancia que tiene eso que escribís. La literatura aparece como una construcción de soledad”. Su identidad como escritor se fue formando a partir del término beckettiano “elsewhere” que tradujo como “en otra parte”. Su zona literaria por elección fue la del escritor que no está ubicado; que se desplaza y siempre está con la oreja disponible, lápiz y libreta a mano, para captar los retazos de expresiones y frases dichas como al pasar, como cuando en el café La Paz escuchó: “Nacimos fuera de tiempo; no era éste el lugar ni la época que más nos convenía”.

En la última columna publicada en este diario, muy comentada por los lectores, Rabanal subrayó que el logro psicopolítico más sorprendente del neoliberalismo es “haber conseguido que cada persona se sienta un individuo, exclusivo y responsable de su destino, independientemente de todo sometimiento laboral colectivo y dueño de sus decisiones personales como si no existieran los otros o los fenómenos externos a su voluntad pero capaces (aunque él no lo crea) de alterar la realidad de su entorno e incluso los diseños más privados de su intimidad”. En esa columna, el escritor advertía cómo las personas que se consideran a sí mismas democráticas (…) “votan candidaturas de derecha mientras dicen de sí mismos que son progresistas”.

Beckett era el escritor que más lo acompañó en su vida como lector y escritor. “La riqueza es la escasez, no la abundancia”, afirmaba Rabanal convencido de que esa frase condensa no solo la escritura beckettiana, sino también una búsqueda personal. “El principio de la escritura es poético, aunque no escriba poesía. No concibo la prosa si no viene previamente de lo que los griegos llamaban poiesis, una construcción de manera que la poesía sea la articulación de cierta forma de la belleza con cierta forma de la verdad. Esa articulación entre belleza y verdad me sirve como convicción para la escritura”, explicaba el escritor su ars poética como narrador; por eso, al leerlo, la impresión que generaba su narrativa era la de estar ante un poeta que escribe en prosa, acaso por pudor a la versificación, un autor muy consciente de la temperatura y el sonido de cada palabra.

Coleccionaba libretas con anotaciones, algo que empezó a hacer muy tempranamente, a fines de 1963. En esas libretas anotaba frases que leía; versos de algunos de sus poetas preferidos como Francisco Madariaga, Hugo Gola, Edgar Bayley y Alejandra Pizarnik; y reflexiones sobre palabras hasta dilemas vinculados con la escritura. Nada de lo literario (y lo humano) le era ajeno, aunque no le gustara mucho la palabra literatura, una manía que él asumía como discutible. “La escritura es central. Vivir sin escribir me parecía imposible. Como vivir sin leer”, admitía Rabanal. En 2014, cuando presentó La vida escrita en la Feria del Libro, recordó cómo era ser un niño peronista con padres antiperonistas. “Era dilemático, culposo, qué te parece. Nos pasó a muchos. Un chico se pliega a la realidad inmediata y esa realidad era peronista. Un día habrá que escribir bien sobre esa ambigüedad tan compleja, qué pasó, cómo fue, que todavía no fue escrita desde la ficción. ¿Por qué Perón? –se preguntaba Rabanal-. Pasaron sesenta y pico de años y nos guste o no la política argentina es peronista”.