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CAPÍTULO NOVENTA Y OCHO
Catarsis # 8: La felicidad

 

Nos quedan tres cartas, incluyendo ésta, y creo que ya es hora de hablar de la felicidad, sobre todo porque me había comprometido sincerarme contigo en estas Catarsis, y no sé cuál es la forma más sincera de hacerlo que admitir que no soy feliz.

Supongo que cuando era niña, era feliz. Me consta que sí lo era, pero a veces pienso que los niños que viven en un lugar seguro y que tienen una infancia sin traumas son felices todos, porque su vida es predecible y equilibrada. De adolescente no sé si era feliz, recuerdo que era muy optimista.

Y de adulta yo, como supongo que mucha gente, me preguntaba constantemente si era feliz. Pero eso de la felicidad es algo muy difuso, como lo es el amor. Cada uno tiene su concepto de ambas cosas, pero en lo que sí coinciden todos, es que si te preguntas si amas a alguien, igual que si te preguntas si eres feliz, la respuesta es: no. 

Eso también lo pensaba yo antes. Ahora no lo tengo tan claro. Tal vez tenemos que hacernos estas preguntas más a menudo, porque tanto el concepto de amor como el de la felicidad cambian con los años. Y no está de más dejar de seguir los viejos patrones y orientarnos a los conceptos obsoletos, tan obsoletos como lo es nuestro antiguo “yo".

Suelo decir que no me gustan los libros de autoayuda, y eso es cierto. Pero no me gustan porque estén mal vistos, sino porque los he leído todos y puede que le ayudan al autor a drenar su experiencia, que rara vez te sirve de algo, pero apenas te ayuda a ti, tan solo aprendes un par de conceptos básicos (que nunca están de más). Porque esto de las experiencias es algo muy personal. Puedes estar viviendo una muy parecida, pero tu entorno jamás es el mismo, tu pasado tampoco, y tu forma de ser aún menos. Los libros que me gustan más son los de bienestar, porque mientras los libros de autoayuda te prometen que serás feliz, los de bienestar te ayudan a estar mejor.

No soy feliz, pero lo estoy a ratos. Antes me agobiaba mucho no serlo, ahora no. De hecho, me parece absolutamente normal no ser feliz, al menos si tenemos en cuenta que el concepto de la felicidad que tiene esa sociedad es algo totalmente descabellado e imposible. Por no decir que la felicidad, en general, es igual de inestable que lo son nuestras vidas (y de ahí viene que los niños son felices, porque viven una vida estable). 

Nos venden un concepto dudoso de la felicidad. Bueno, en realidad dos.

El primero (el tradicional) nos asegura que para ser feliz tienes que tener amor, y/o dedicarte a algo que te gusta, y/o tener éxito, y/o tener dinero suficiente para comprarte cosas, y/o tener salud, y/o tener amigos. De ahí que tanta gente, que lo tiene todo se deprime a menudo: se sienten culpables por no sentirse completos aún siendo supuestamente felices.

El segundo (el alternativo) nos intenta hacer ver que lo suyo es vivir el presente, disfrutar de las pequeñas cosas y no basar nuestra satisfacción en lo material. Yo me siento más cercana al segundo concepto, pero con el tiempo he aprendido que la felicidad tampoco es esto.

Básicamente, porque la felicidad nunca significa lo mismo para ti que para el otro. Hay tantas felicidades como personas. Hay quien vive más feliz en el pasado, y hay quien vive más feliz ganando mucho dinero. Nos gusta pensar que el dinero no da la felicidad (sobre todo si no lo tenemos), pero habrá personas a las que sí les hace felices. Puede parecernos penoso, en tal caso el conflicto es nuestro, no el suyo. La opinión, también.

Hace relativamente poco he entendido —por fin— que para mí la felicidad son las siguientes tres cosas: Salud, Curiosidad y Compasión. Yo fallo en alguna, y por eso no soy feliz del todo.

Lo de la salud es algo muy obvio, lo sé. Pero por muy banal que suene, ninguna persona sana entiende de verdad la importancia de gozar de una buena salud y la suerte que tiene por permanecer saludable: física y mentalmente. Sí, parece que lo entiende cuando le afectan los cánceres y las muertes ajenas, y entonces decide alimentarse mejor por miedo, o hacer deporte para reducir los riesgos. Pero uno no sabe lo difícil que es vivir cuando no tienes fuerzas para ello.

¿Se puede ser feliz estando enfermo? Me consta que sí. De hecho conozco a varias personas cuya enfermedad les abrió los ojos al verdadero sentido de la vida. Pero ser feliz estando enfermo no consiste en ser optimista y compartir una sonrisa desde la pantalla de Instagram, sentado en una silla de ruedas o tumbado en una cama del hospital. Por supuesto, todo el apoyo ayuda a sobrellevarlo, pero encontrarte mal y aún así ser feliz es fruto de un trabajo interior enorme. Y yo no lo he logrado todavía.

Hablemos sobre la curiosidad. Mientras muchos creen en la importancia de dedicarse a algo que les gusta, en descubrir su don, su lugar en el mundo y su pasión, me pregunto cómo piensan lograrlo si no sienten curiosidad. La curiosidad es algo que me parece imprescindible para sentirme feliz. La curiosidad conduce a leer, a conocer el mundo, a conocer a las demás personas, culturas, opiniones, formas de vida, lugares y a conocerse a uno mismo. La curiosidad es el empuje para entender un poco más de qué va todo esto, qué sentido tiene. En mi opinión es difícil ser feliz si te da igual todo. Y eso que en Rusia hay un refrán: «Cuanto más sabes, peor duermes», lo cual justifica por qué los países más pobres y por ende más incultos, son más felices (no me refiero a que el dinero te hace más inteligente, sino que ofrece más oportunidades para aprender).


Es por eso que me siento más feliz si leo, si descubro, si hago introspección, si intercambio cosas bellas con los demás. Yo no soy más feliz siendo más necia, todo lo contrario. La curiosidad me mantiene con vida.

Y sobre la compasión… va de la mano de la tolerancia, pero no son lo mismo. Se puede ser tolerante con una opinión diferente a la tuya, pero difícilmente uno puede ser tolerante con la intolerancia, por ejemplo. De hecho no debería serlo. Y sin embargo sí se puede sentir compasión hacia una persona intolerante, cruel y despiadada. No creo en la compasión como un acto de superioridad o lástima, sino todo lo contrario. La compasión es una forma de empatizar con el sufrimiento de los demás, y las personas crueles y despiadadas no son libres de sufrir. 

Si piensas que tener amigos es más importante que ser compasivo, pregúntate qué amigos tienes si no eres compasivo con los demás. La compasión también ayuda a crear un entorno más sano y bonito. 

Yo no soy feliz. No del todo. Pero estoy en ello. No obstante, tengo mis instantes de felicidad a menudo: cuando estoy con mi pareja, cuando mi madre se ríe, cuando acaricio a mis gatos, cuando leo, cuando soy generosa con los demás o los demás lo son conmigo, cuando noto calor de las personas, cuando doy cariño o recibo amor. 

Mi curiosidad me ha llevado a descubrir cuáles son mis pilares de la felicidad, y le estoy enormemente agradecida. A veces cojeo en mi compasión hacia según qué personas y esto me hace sentirme triste, porque me ensucia por dentro. La ira me agota y cuando juzgo o critico a los demás, a la que me hago daño es a mí misma. Pero si la compasión y yo nos estamos llevando cada día mejor, mi salud es mi tarea pendiente.

Hace un par de días hablé por whatsapp con mi amiga M., la misma que compartía sus últimos 2€ conmigo hace años (lo cuento aquí), y le decía que añorada aquella época en la que éramos tan pobres pero bastante más felices. «¿Por qué éramos más felices en aquel entonces?», le pregunté. «Porque éramos más libres», respondió. Pero yo no soy menos libre ahora, pensé. Y entonces lo entendí: Yo era más feliz que ahora porque no me dolía nada. Y ni siquiera era consciente de ello.

Estoy segura de que voy por un buen camino y que tarde o temprano seré del todo feliz. Nadie lo es todo el rato, pero lo importante es conseguir el equilibrio. Sé que probablemente nunca volveré a estar sana al 100%, pero necesito aprender a dominar mi frustración al sentir el dolor.

Al final resulta que mi concepto del amor tiene mucho que ver con el que tengo de la felicidad: el auténtico amor debe ser sano, curioso y compasivo.

 

Y tú, ¿eres feliz, <<Nombre>>? ¿Qué te hace feliz a ti?


Un abrazo enorme,

En la foto: Rachel Brosnahan en «The Marvelous Mrs. Maisel».
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Me harías muy feliz, de verdad.

Esta semana he leído «La vida mentirosa de los adultos» de Elena Ferrante.
«Dos años antes de irse de casa, mi padre le dijo a mi madre que yo era muy fea. La frase fue pronunciada en voz baja, en el apartamento que mis padres compraron en cuanto se casaron, en el Rione Alto, en la parte de arriba de San Giacomo dei Capri. Todo se detuvo: los espacios de Nápoles, la luz azul de un febrero gélido, aquellas palabras. Yo, en cambio, quedé a la deriva y sigo ahora a la deriva dentro de estas líneas que quieren darme una historia, y sin embargo no son nada, nada mío, nada que haya empezado de veras o haya llegado a puerto: solo una maraña que nadie, ni siquiera quien escribe en estos momentos, sabe si contiene el hilo preciso de un relato o es simplemente un dolor enredado, sin redención.»
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