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El viaje
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4 de diciembre de 2020
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Tiempo de lectura:
15 min. aprox.
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Cuando dejamos Madrid y el confinamiento atrás para pasar el verano en Galicia no podíamos imaginar que estábamos a punto de iniciar un viaje sin billete de vuelta.
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Estiramos nuestra estancia en casa de mis suegros todo lo que pudimos, teletrabajando desde allí después de las vacaciones. Candela había sufrido mucho viendo a los niños encerrados en casa y, temiendo un nuevo confinamiento, quiso que nos quedáramos en casa de sus padres -que viven en medio del campo, con un montón de espacio para que Dani e Irene corran y jueguen- hasta que fuese imprescindible volver. Comparado con nuestro piso en Las Tablas, donde habíamos pasado más de dos meses confinados, aquello era el Paraíso en la tierra.
Habíamos fantaseado muchas veces con la idea de irnos a vivir a Galicia, pero ni nos lo habíamos planteado seriamente ni nunca habían concurrido las circunstancias ideales para poder hacerlo; y, cuando por fin lo hacían -los dos estábamos trabajando 100% en remoto y no teníamos ningún compromiso que nos retuviera en Madrid- nos encontrábamos constreñidos por el colegio de nuestros hijos. Los niños estaban escolarizados allí y las matriculas de los centros públicos suelen abrirse en marzo o abril, así que, lo de mudarse a Galicia parecía descartado durante al menos un año más.
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Cuando apenas quedaba una semana para volver a casa, Candela me dijo que el colegio de A Coruña al que iban los hijos de unos amigos -privado, laico y siguiendo el sistema educativo británico- convocaba una jornada virtual de puertas abiertas. Y nos apuntamos.
Después de hora y media en la que nos estuvieron enseñando las instalaciones y explicando las diferencias del sistema respecto al español, el mensaje del director era claro: "las familias vienen aquí por el inglés y se quedan por cómo enseñamos a sus hijos". Podía ser verdad o mentira, pero nadie podía discutir la pasión y dedicación con la que aquel veterano profesor vendía el colegio. No puede evitar comentarle a Candela "todo esto está muy bien, pero ¿no tendría mucho más sentido que emplearan todo este tiempo y esfuerzo en marzo o en abril del próximo año, cuando abran las plazas para el próximo curso?. Porque, para este doy por hecho que no quedan ¿verdad?", pero estaba equivocado. Quedaban.
Cuando acabó la sesión, Candela se marchó a hacer otras cosas y me quedé solo en el despacho de mi suegro. Si lo único que nos impedía venir a Galicia era el colegio de los niños y acababan de eliminar ese obstáculo, ¿por qué no lo hacíamos? ¿Porque no queríamos o porque "lo correcto"™ es tardar meses en tomar una decisión así?
Después de media hora en la que no hice otra cosa que jugar una especie de ajedrez mental para intentar evaluar todos nuestros próximos movimientos y las posibles consecuencias de los mismos, le pedí a Candela que volviera porque quería hablar con ella de algo, a lo que accedió a regañadientes porque estaba liada empezando a planificar el viaje de vuelta.
—Escúchame. Sé que esto puede parecerte una locura, pero lo he analizado desde todos los puntos de vista y creo que, si de verdad queremos intentarlo, nunca habrá un mejor momento que este para mudarnos a Galicia.
Lo que detallo a continuación es exactamente el mismo razonamiento que expuse a mi mujer, que me miraba atónita desde el otro lado de la habitación.
El colegio de los niños
Nuestra apuesta por la educación en inglés tiene que ver más con nuestros propios sesgos y experiencias que con un estudio profundo de las distintas pedagogías. En "nuestro mundo", la educación reglada cada vez tiene menos importancia y nos dan igual las "relaciones sociales" que puedan construir en un centro privado, pero sí creemos que una de las pocas hard skills verdaderamente transversales -que te valdrán por igual, ya seas programador o zapatero- es el dominio del inglés.
No nos habíamos planteado llevar a los niños a un colegio privado, pero el hecho de que tuvieran vacantes, que el coste fuera razonable respecto a su equivalente en Madrid y la posibilidad de proporcionar a nuestros hijos una educación trilingüe -en inglés, castellano y gallego- con menos de 20 niños por clase sin tener que hipotecar la economía familiar nos hizo considerarlo.
Y, una vez tomada la decisión, tenía sentido ejecutarla lo antes posible. Podíamos haber postergado la mudanza, pero si de verdad queremos que nuestros hijos sean trilingües, cuanto antes empiecen mejor. El momento era ahora.
El trabajo y la carrera profesional
Evidentemente, pudimos dar un paso así porque somos unos privilegiados. No ya por tener los recursos necesarios para poder hacerlo, sino -sobre todo- por contar con un empleo y un empleador que nos lo permite.
La pandemia nos obligó a cerrar nuestra oficina, pero la empresa no solo ha sobrevivido sino que está creciendo. No somos un caso aislado y, por eso, no ha existido otro momento en la historia en el que tanto responsables como compañeros, proveedores o clientes estén tan abiertos al trabajo remoto y dispuestos a perpetuarlo en el tiempo con contrataciones de personal fuera de la localización principal de la empresa o la reubicación de personal ya contratado.
Quizás dentro de un año todo siga igual... o quizás no. A lo mejor volvemos a una dinámica que nos obliga a ir a trabajar a la oficina o mantener reuniones presenciales con clientes. Quizás entonces dar el salto resultara mucho más doloroso. El momento era ahora.
Por supuesto también tuvimos en cuenta nuestra carrera profesional, sobre todo, porque siempre que habíamos puesto sobre la mesa la posibilidad de venir a vivir a Galicia mis suegros nos repetían la misma letanía: estarían encantados de tenernos cerca, pero estaban seguros de que en Galicia tendríamos muchas menos oportunidades profesionales, tanto nosotros como los niños.
Sin embargo, nuestra apuesta es que tanto el trabajo como la formación remotas han llegado para quedarse, al menos en nuestro sector, la informática. Hoy por hoy, gracias a la tecnología, las limitaciones son más mentales que geográficas. No optamos a según que puestos o no aprovechamos determinadas oportunidades porque, en demasiadas ocasiones, ni siquiera las consideramos... o no las conocemos. Evidentemente, tejer una red de contactos que trascienda tu entorno local y te dé acceso a esas oportunidades profesionales ni es sencillo ni rápido, pero después de 20 años de carrera, quién más quien menos tiene la suya y nosotros no éramos una excepción. El momento era ahora.
El coste de vida
Es evidente que el coste de vida es menor en A Coruña que en Madrid o Barcelona, sobre todo en los grandes números. Ya hemos visto la diferencia en la matricula del colegio y ocurre algo similar en el principal gasto de las familias, la vivienda.
Por un precio similar al que pagábamos por el alquiler de nuestra casa de 82m2 y 3 dormitorios en Las Tablas -un barrio periférico de Madrid- en A Coruña se puede alquilar un piso el doble de grande en pleno Ensanche, una zona cuyo equivalente en Madrid sería el barrio de Salamanca... si el barrio de Salamanca tuviera una playa a 5 minutos andando, claro. Lo más parecido a Las Tablas que he encontrado en A Coruña ha sido Matogrande, un barrio donde puedes encontrar pisos de 3 dormitorios por 650€. Echad cuentas.
Es verdad que en el día a día no vas a encontrar grandes diferencias -una botella de vino o un videojuego cuestan lo mismo aquí que en cualquier lado- pero sí es cierto que la hostelería y el ocio suelen ser entre un 10 y un 20% más barato. Por ejemplo, una entrada de cine en Madrid cuesta 9,50€ y en A Coruña solo 7,90€, un 17% más barato.
Por supuesto los salarios también son algo más bajos. Sobre todo en los puestos más cualificados -el salario mínimo interprofesional es igual en todos lados- pero eso es algo que no afecta al que venga con el salario a cuestas desde otro sitio, como era nuestro caso. El momento era ahora.
Eso sí, hay que tener en cuenta que ser gallego cuesta dinero. Al menos, cuesta más que ser madrileño. Da igual que ganes más o menos, el IRPF siempre es más alto, tanto para las rentas bajas como para las altas. También, que -sin entrar en el debate de si este impuesto es justo o no- en Galicia el impuesto sobre el patrimonio no está bonificado. Algo que debe contemplarse a la hora de evaluar un posible destino porque -considerando lo que cuestan los inmuebles en Madrid y otras ciudades- más de uno puede llevarse un susto al darse cuenta de que es "rico".
El estilo de vida
Pero nadie cambia de vida solo por un colegio que te gusta o una casa más grande, lo que realmente nos impulsó a dar el paso fue la posibilidad de construir un estilo de vida diferente. Ni mejor ni peor, sino diferente. Más pausado.
Madrid es abierta y cálida, tiene la capacidad de hacer que todo recién llegado se sienta "en casa" y cuenta con una increíble oferta profesional, cultural y de ocio, pero A Coruña es una ciudad más humana, en la que todo está cerca. Tienes una playa a 4 minutos en vez de a 4 horas en coche y, si te alejas 20km del centro de la ciudad, estás en plena naturaleza no en medio de la enésima urbanización o la penúltima ciudad dormitorio.
Queríamos que bajar a la calle a dar un paseo y encontrarnos con amigos no fuera un milagro. Queríamos irnos de excursión a parajes con poca cobertura y hacer actividades que nos alejen a todos de las pantallas y nos ayuden a pasar más tiempo de calidad como familia antes de que los niños crezcan y prefieran pasar su tiempo libre con cualquiera antes que con sus padres.... y ¡crecen tan rápido! El momento era ahora.
Y sabíamos que eso solo reflejaba una visión romántica y bucólica de Galicia -el entorno puede ayudar, pero no hace milagros- y que lo verdaderamente importante para mejorar la calidad de vida de la familia no es tener sitios como Bastiagueiro o las Fragas do Eume a tiro de piedra, sino un horario de trabajo más racional que nos permita disfrutarlos. Eso sí, en Galicia contaríamos con un pilar fundamental para ayudarnos a conseguirlo...
La familia
Estábamos divididos. Teníamos la mitad de la familia aquí y el resto repartida por toda España. En realidad, uno de los principales objetivos de este viaje era reunirla, al menos la más cercana.
Decir que mi madre también vivía en Madrid era un eufemismo, teniendo en cuenta que estábamos separados por 36km y casi 40 minutos de coche. Le propusimos alquilar un apartamento cerca de donde alquiláramos el nuestro. Algo que estuviera a menos de cinco minutos andando y permitiera a mi madre vernos todos los días si quisiera. Algo mucho más factible de conseguir en A Coruña que en Madrid, por el menor coste de la vida en la primera. Algo que permitiera a los niños estar lo máximo posible con TODOS sus abuelos. Este viaje nos ayudaría a estar más cerca que nunca; y mi madre contaba con la salud necesaria para poder disfrutarlo, pero eso podía cambiar. El momento era ahora.
También teníamos que contárselo a Irene y Dani. Por culpa del maldito COVID-19, los niños llevaban casi 7 meses sin poder ver a sus amigos. Si había un momento en el que el traslado pudiera ser menos doloroso, era este. El momento era ahora.
La Comunidad y los amigos
Podríamos haber encontrado lo mismo que buscábamos en A Coruña en Alicante, Málaga o cualquier otro sitio más pequeño que Madrid, pero para sentirte integrado en un lugar es de gran ayuda un armazón social que te acompañe en tus primeros pasos. Alguien a quien poder dejar tus hijos en caso de emergencia. Alguien que te diga dónde puedes encargar una tarta de cumpleaños o te enseñe cuáles son las mejores rutas para salir a correr.
También una mínima Comunidad que te ayude a estar en contacto con otros compañeros y camaradas de los que poder tirar en caso de tener una necesidad profesional. En A Coruña contábamos con esa red de seguridad, pero eso podía cambiar. Igual que se habían marchado Manuel, Sergio o Dani, mañana podrían marcharse Marta, Diego, Paloma o David.
El momento era ahora. Así que, lo hicimos. Dimos el salto.
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© Ilustración original de Hugo Tobio, tarugo y dibujolari profesional de Bilbao.
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Epílogo... o no
Una vez tomada la decisión no puedes evitar sentir una cierta zozobra. ¿Realmente has hecho lo mejor para tu familia o solo has tratado de racionalizar una decisión completamente subjetiva que, en el fondo, has tomado porque te apetecía? Aún no sé la respuesta, pero estoy aprendiendo a no sentirme culpable por hacer algo simplemente porque me haga feliz hacerlo.
El 1 de octubre firmamos los contratos de alquiler de un piso en pleno centro de A Coruña y de un coqueto apartamento -a apenas 150 metros -para mi madre.
Dos meses después, los niños siguen echando de menos a sus amigos, pero se han adaptado perfectamente a la nueva situación. Irene ni siquiera necesitó clases de refuerzo para seguir las clases en Inglés y Dani empieza a chapurrearlo y entenderlo. Hace apenas una semana, mientras estaba en Madrid por trabajo, mi hija me llamó sólo para decirme "Papá, xa falo galego!".
Mi madre ahora ve a sus nietos casi todos los días, aún no ha vuelto a Madrid ni parece que vaya a hacerlo. No hemos podido ir a ver mucho a mis suegros porque, aunque estemos a apenas 15 minutos en coche, Coruña está perimetrada, pero espero poder demostrarles pronto a todos que -por el hecho de estar aquí- no tenemos menos opciones u oportunidades que en Madrid, sino diferentes.
Tampoco hemos podido explorar la ciudad ni Galicia por culpa de la emergencia sanitaria, pero estamos seguro de que cuando toda esta pesadilla acabe, sabremos disfrutarla. Yo sigo disfrutando como un niño cada vez que corro junto al mar o descubro algún rincón nuevo.
Los mayores también echamos de menos a nuestros amigos, pero seguimos en contacto con unos y otros a través de WhatsApp, Twitter, tierra, mar y aire, como ya nos obligó la pandemia. Si algún día perdemos el contacto con nuestros seres queridos, la distancia nunca será el problema sino la excusa. Madrid será SIEMPRE mi ciudad y nos hemos prometido ir al menos una vez cada dos meses, cuando la situación lo permita. Ahora, estamos bastante ocupados intentando que A Coruña se convierta en nuestro hogar.
No oculté que estábamos aquí -cualquiera que me siguiera en Strava podía verlo- pero tampoco dije nada, para ver si a nivel profesional alguien advertía algún cambio, pero a nadie parecía importarle dónde estábamos. De hecho, la #Tarugo20 se organizó completamente en remoto sin que nadie notara nada. |
No sé si habremos tomado la decisión correcta o no al venir a A Coruña pero, pase lo que pase, no hay marcha atrás. No sé si saldremos de esta crisis siendo mejores, pero estoy seguro de que saldremos diferentes, tanto en lo profesional como en lo personal. Da un poco de vértigo pensar que en nuestro equipo ya son mayoría los que no han trabajado en la empresa ni un solo día de forma presencial. Y más aún que, apenas dos años después de haberla tomado, solo dos de las personas que salen en esta foto siguen viviendo en Madrid.
Tampoco sé si hubiéramos dado este paso si no hubiésemos pasado por el confinamiento, pero quiero pensar que no nos hemos dejado condicionar por el mismo sino que intentamos convertir un problema en una oportunidad.
Si alguien decide emprender el mismo viaje, intentaremos ayudarle igual que los que nos precedieron nos ayudaron a nosotros. |
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