¡Hola!
Creo que, excepto en los Mundiales, donde todas las publicidades parecen una hinchada de fútbol orgullosa de su equipo y esperanzada, no hay otro momento de tanto acuerdo desde lo que se dice en las pantallas.
Porque, sí, cada Navidad se habla de esperanza y cada año nuevo de los propósitos -casi siempre loables- para los próximos doce meses que vendrán. Pero siempre se le pone una cuota de creatividad y originalidad al mensaje.
Este año no. Este año parecemos un equipo derrotado. No hay publicidad, marca de vino, de señales de tevé, o de lo que sea, que no acuerde que el 2020 fue una porquería, que no proponga brindar para que el 2020 se vaya y no regrese de ninguna manera, que lo maldiga con palabras que no usaríamos en la tevé, que no lo mande al diablo.
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No sé cómo pasaron estas fiestas (la primera parte, la segunda llega este jueves), pero sin dudas no se parecieron en nada a las fiestas de otros años. Por discretos que seamos a la hora de celebrar, lo del 2020 es tirando a desabrido: es como un festejo con luces de pocos voltios, poco efusivo.
Y además, digámoslo: reunirse requiere de tantos peros que hace trabajosa hasta la alegría. Que si todos se cuidaron lo suficiente como para no poner a nadie en riesgo, qué cuantas mesas hay que conseguir para que las burbujas se respeten, que la distancia, que cómo se hace con la comida para que no haya riesgos, que el brindis, que los dos metros, que lo merecemos porque llevamos nueve meses sin vernos, que bla bla bla.. Es agotador...
Pero intentémoslo este jueves. Quién sabe. Distanciados y en burbujas, podemos brindar igual por un 2021 mejor. Que no es mucho pedir, pero es un buen comienzo.
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