Convulsión
Por el Rev Angel Ortiz
 
Siendo un adolescente, una noche me excedí comiendo una rica e inolvidable comida cubana, elaborada con mucho amor por mi madre. Recuerdo que era tarde en la noche; el reloj marcaba la hora de retirarse a descansar, y casi inmediatamente después de cenar, me fui a la cama y acto seguido me dormí. A los pocos minutos, no podría definir cuántos, me despierta una gran convulsión estomacal. Todo mi cuerpo se sintió mal, como resultado de esa indigestión. La noche, como es de suponer, no fue para nada agradable para mí, pero desde entonces inicié el aprendizaje de las señales de mi cuerpo y tomar muy en serio las recomendaciones de mi madre que aconsejaban  que la digestión debe realizarse con actividad despierta.
 
La convulsión es la contracción involuntaria y violenta de un músculo o de otra parte del cuerpo. Pero el término se aplica también a toda agitación social, política, económica, de carácter violento, que rompe la estabilidad y normalidad de la vida colectiva, porque produce angustia e inseguridad.
 
Y aunque el concepto médico de convulsión implica un frenético movimiento involuntario, en todas las demás situaciones de la vida personal y social las convulsiones se producen por el mal entendimiento de la realidad y por nuestra insistencia en negar los hechos y construirnos castillos en el aire.
 
La convulsión ocurrida en el Congreso de los Estados Unidos, como resultado de la violencia voluntaria de miles de personas, es el resultado  de la acumulación de irrespetos a la Constitución la cual garantiza que cada persona tenga espacio para buscar la felicidad y realizarse a plenitud. La no conciencia de los límites que tenemos mientras buscamos la felicidad, hace que insistamos en conseguirlo a cualquier precio y, en ese camino, se multiplica, como el coronavirus COVID 19, toda la violencia y el desatino posibles.
 
Jesús dijo, “perdónalos porque son personas que no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). Si estuvieran en sus cabales, se hubieran dado cuenta que escalar las paredes del Capitolio, destrozar puertas y ventanas, robar articulos federales, sólo nos conducirá a la destrucción de la república y del respeto por la opinión del otro que la Constitución defiende. En ese camino sin límites, se irán sumando otros, de cualquier color político, que asumirá la tarea de crucificarnos y crucificarse a sí mismos.
 
Ahora qué viene. La reflexión, la justicia, la paz, el perdón y la reconciliación. Pues las convulsiones de este tipo también nos enseñan que debemos mantenernos en oración por la nación y, en especial, por las personas que vimos poseídas por la furia, cansadas, trabajadores de zonas rurales del país que han sufrido el abandono del sistema por décadas. Vi personas desprovistas de esperanza, agarradas a una promesa con tanta fuerza que desplazaron a la paz y la cordura. Vi a políticos jugando con las carencias emocionales y espirituales de las personas. Vi una nación necesitada del evangelio de Jesucristo. Quizás muchos de ellos son cristianos, por lo tanto, no me une a ellos su comportamiento, sino la posibilidad de que el sacrificio ya realizado por Cristo nos limpie a todos de todo pecado y el amor de Dios navegue hasta por las redes sociales, para que el año que se ha inaugurado sea menos convulso que el anterior.
 
En este panorama, la iglesia tiene ante sí el desafío de participar, como instrumento de Dios, en la evangelización de una sociedad que ha estado perdiendo su rumbo. Confiamos en que lo recuperaremos, para la gloria de Dios.