¡Hola!
Me lo digo casi todos los días. Y no cumplo. En cuanto apoyo mi dedo en el ícono de una red social, para ver un poco que pasa por ahí, me lo digo: la voy a dar de baja, me voy a borrar...
Pero al final sucumbo, y ejercito mi dedo gordo, de abajo hacia arriba, moviendo la pantalla sin ver nada ni remotamente interesante, mientras me pregunto inexorablemente si debería irme o subir más fotos, o qué subir, o qué publicar o para qué publicar.
No tengo nada particular contra las redes sociales, aclaro. Es personal (como todo a fin de cuentas, no?).
Pero hoy leí, en un informe larguísimo para una nota que sale el domingo, que dice que desde enero de 2020 a enero de 2021, el uso de las redes sociales tuvo un crecimiento del 13 por ciento; que se sumaron 15 usuarios nuevos por segundo cada día en todo este año y que ya somos 4.200 millones de personas amontonadas en la red.
Repito: no tengo nada en contra de algo que evidentemente es el signo de estos tiempos, y el lugar en el que ocurren muchas relaciones, muchas compras, mucho intercambio de información (real y mentirosa, con lamentables consecuencias en el mundo real), muchos reencuentros y desencuentros.
Es personal porque siento que pierdo el tiempo y me acalambro el dedo mirando nada; y porque me siento una chusma de barrio que puede pasearse a sus anchas por las casas, las vacaciones, el vestidor, y las familias de los otros. Y lo que más odio -y aún así lo hago y por eso me digo, andate de acá- es mirar los comentarios de gente que no conozco ni conoceré nunca opinando cosas horribles la mayoría de las veces sobre gente que tampoco conozco ni conoceré jamás.
No sé -honestamente- cómo se hace para sacarles provecho sin sentir que podría haber dedicado ese mismo tiempo a 20 cosas (veinte por lo menos) mejores. Incluso para hacer nada.
Veré qué puedo hacer con eso este fin de semana, que ojalá traiga lluvia para hacer que el descanso sea más descansado.
Que la pasen lindo
Nos vemos el lunes.
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