Nuestro más reciente episodio, «El estoicismo de Séneca», ya está al aire:
Escúchalo aquí.
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- En nuestra primera temporada habíamos hablado ya del estoicismo de Epicteto, con la promesa de regresar a esa escuela de pensamiento en cabeza de sus otros dos grandes exponentes en el mundo romano: Séneca y Marco Aurelio. Hoy cumplimos la primera parte de esa promesa siguiendo las huellas de Séneca, aristócrata romano riquísimo, consejero de Nerón y tal vez el más influyente de los estoicos.
- Séneca concibe la filosofía como una práctica, una especie de «terapia del deseo» (como la llamaría Martha Nussbaum). Llega incluso a decirle a Lucilo, su amigo y destinatario de sus epístolas morales, que ser esclavo de la filosofía es la auténtica libertad. Sólo a través de ella es posible el ideal de la «apatheia» o imperturbabilidad del sabio que se sobrepone a todos los vaivenes de la fortuna y que ha perdido por completo el miedo a la muerte.
- Octavio, notando la sensatez casi universal de ciertas ideas estoicas, indaga por su similitud con las prácticas budistas, para mejor entender cuán diferentes son en el fondo a pesar de sus semejanzas aparentes.
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Y si quieres leer más sobre Séneca...
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...sugerimos sus célebres «Cartas filosóficas» dirigidas a Lucilo. Son breves, bellas y amorosas, fieles al valor que Séneca atribuye a la amistad.
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Gracias de antemano.
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En nuestro capítulo anterior, «El tiempo de los poetas»...
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... hablamos con Carlo Acevedo sobre las representaciones poéticas del tiempo y de lo fugaz, a partir de sendos poemas de Ángel González y José Watanabe.
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De Watanabe leímos «El guardián del hielo», una reivindicación de la posibilidad del amor a pesar de que todo lo amado sea inevitablemente fugaz. Watanabe describe el transcurrir indiferente del tiempo desde los ojos de un niño que sabe ver belleza en el cambio de las cosas, en su curso inevitable hacia la total disolución. En su lenguaje poético -llano y sencillo- nos llama a «cumplir con la vida» a pesar de que el reino del sol, que es el tiempo, sea «ardiente y perverso».
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David descubrió a Ángel González por cuenta de su amigo Saúl, con quien hicimos nuestro capítulo sobre El Quijote y quien tuvo estrecha amistad con el poeta español. El tiempo de González es un agente que silenciosamente lo corroe todo; el «Mensaje a las estatuas» es una burla de cuanto aspira a la perpetuidad, empezando por la memoria misma. Porque todo intento por eternizar lo fugaz no es más que «una gloria erigida a la memoria / de algo también disperso en el olvido».
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En caso de dudas, quejas, sugerencias o reclamos, escríbeles a David y Octavio contestando a este correo.
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