Solas
Mi hija y yo tenemos COVID-19. Su padre salió negativo en la prueba y, por recomendación del doctor, nos quedamos solas en casa. En año y medio, desde que Antía llegó a nuestras vidas, nunca habíamos estado ella y yo 24/7. Siempre hubo un papá, una abuela, una niñera, un amigo con nosotras. Siempre, a todas horas, somos por lo menos nosotros tres. Pero desde hace 10 días, somos dos.
Al principio me dio miedo. No solo a la enfermedad en una ciudad con hospitales llenos y una media de 240 personas muriendo al día. En mi ensimismamiento, estaba preocupada por convivir con una toddler que parece un tornado. Me asustaba el aburrimiento, no poder trabajar, leer y hablar con un adulto.
Nunca había tenido problema con la soledad. Desde joven empecé a viajar por mi cuenta, me gusta hacer nada y hablar con nadie los domingos y pasar periodos de silencio practicando vipassana. Pero es muy diferente cuando uno la elige a cuando la soledad se presenta sin invitación.
Desde que vivíamos en manadas, nuestro cuerpo siente la soledad o el estar con extraños como una emergencia. Es algo poco natural que siglos después se ha convertido en una epidemia per se. Puedes sentirte solo estando acompañado o vivir solo sin sentirte como tal. La soledad espontánea, aunque sea con una pequeñita de cachetes rojos, nos obliga a confrontarnos con nosotros mismos.
A mí me ha confrontado como madre. Me ha enseñado que soy capaz de darle las comidas a tiempo, que puedo ser divertida y que no soy un peligro para ella. Gracias a una poca carga viral, hemos podido jugar, bailar, reírnos, leer cuentos, dormir juntas y conocernos más.
Sin importar lo que pase allá afuera, estos días solo somos nosotras.
Alejandra Sánchez Inzunza
Directora General
|