¡Hola!
Por algún motivo, que quizás esté relacionado con el mucho encierro o las muchas horas de conexión, sigo manteniendo mi relación ambigua con las redes sociales. A veces, claro, las necesito, pero muchas otras me llenan de preguntas. Y cada vez más, tengo que decirlo, me siento estafada.
En medio de esa irrupción que tienen sobre lo cotidiano, nos prometen un mundo globalizado, la conexión constante con cualquier lugar el mundo, la expansión de nuestra aldea. Y no sé si soy yo, pero cada vez siento más que transito sólo por mi propio barrio y que conozco todas las baldosas (en sentido figurado) que piso en esa red.
A ver si me explico mejor...
Evidentemente, por cuestiones de algoritmos y etcéteras, en mis perfiles de redes sociales veo un mundo que no desentona en nada con mis gustos y mis actividades. No me expande a otros pensamientos. Me limita a los míos. Veo más libros como los que me gustaría leer; más muebles que me gustaría comprar; más paisajes que me gustaría fotografiar; destinos a los que quisiera ir; plantas que quisiera tener; recetas que me interesan, historias que me conmueven, etc
Les debe pasar igual. A mi nunca me aparece un retroexcavadora, o arreglo de motores de autos por decir dos cosas que no me interesan en lo más mínimo.
Entonces... lo global que me prometían las redes, al final, tiene el tamaño de mi barrio, más las fotos de las vacaciones de la gente que conozco, y la felicidad -siempre la felicidad- de las personas que sigo.
Perdón. Me enoja no resolver de una vez por todas mi relación con las redes.
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Es una relación ambigua porque aparentemente no se puede vivir sin las redes (¿o si?), pero tampoco estar pendiente de ellas.
Y entonces, me pregunto, ¿se puede mantener una relación distante y saludable?, ¿medida?, ¿desinteresada?, ¿se puede lograr una especie de estado zen para que lo que se ve en las redes no provoque enojo, ansiedad, angustia, envidia, alegría, tristeza, etc?
No lo sé.
Yo e muevo entre el fastidio completo o el desinterés absoluto. Pero nada en el medio.
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Como sea, la tecnología -o la relación con la tecnología- me hizo pensar en un libro y una película, absolutamente recomendable, los dos.
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1.- El libro.
No es nuevo (es de 2018), se llama Kentukis y es de la escritora argentina Samanta Schweblin. Los kentukis del título son una especie de peluche con rueditas y con cámaras en sus ojos. En el mundo existen los que compran esta suerte de mascota tecnológica, y otros que lo que compran es la posibilidad de ver lo que filman esas mascotas en la intimidad del hogar de quienes lo adquirieron. Por ejemplo, una chica compra un kentuki en Inglaterra y en Tailandia un chico compra una conexión que le da derecho a manejar al peluche desde su computadora. La cámara y las ruedas del peluche permiten al tailandés controlarlo y moverlo por la casa de la chica inglesa. Además, puede observar cómo es la vida de la chica en Inglaterra y qué hace. Pero, a cambio, no puede hablar y se remite a ser una especie de mascota. Por otro lado, la chica inglesa que tiene al peluche rondando por su casa puede decidir a dónde lo lleva y qué le permite hacer.
"Con ese juguete -decía el New York Times en 2018, cuando figuró entre los más leídos- Schweblin encuentra el híbrido perfecto entre la mascota animal y la red social, para diseccionar problemas que nos atañen a todos: la dimensión perversa de la red, la epidemia global de soledad, la estúpida inercia que nos lleva a ser parte de cualquier tendencia mayoritaria o la deslocalización de la existencia".
Es un libro perturbador. A veces nos reconocemos en actitudes de uno y otro lado de esos kentukis de ficción. ¿Ser o tener?, ¿mirar o ser observado?
La novela es algo así como un tratado sobre el placer de mirar otras vidas. También es una reflexión sobre el narcisismo, la necesidad de importarle a alguien y sobre ese monstruo que habita en todos nosotros que se alimenta de lo que sucede al otro lado de la pantalla.
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2. La peli: Ella (Her)
Joaquin Phoenix, el señor que hizo de Guasón y se llevó todos los premios fue, unos años antes, este adorable solitario, enamorado de la voz de una mujer que no existe más que en su computadora. La voz es la de Scarlett Johansson. Pero sólo oímos la voz.
"Enamorarse es algo de locos, una forma de locura socialmente aceptable", dice uno de los protagonistas de esta película que se estrenó en 2013. Dirigida por Spike Jonze, "Ella" cuenta la vida de Theodore, un hombre solitario a punto de divorciarse que trabaja en una empresa como escritor de cartas para otras personas. Theodore compra un nuevo sistema operativo basado en el modelo de Inteligencia Artificial, diseñado para satisfacer todas las necesidades del usuario. El elige una voz, la de Samantha, y terminará enamorado de ella.
La película es triste y hermosa a la vez.
Ojalá que hayan pasado un fin de semana desconectados, en todos los sentidos. Pero sobre todo, desconectados de las preocupaciones nuestras de cada día,
Nos vemos el próximo martes. Hasta entonces..
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