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¡Hola!, Esta es una edición especial de esta newsletter: un ensayo en el que les cuento por qué vine a vivir a CDMX hace 9 años. Ayer jueves fue el aniversario y me movió muchas cosas, así que las escribí. El lunes van a recibir la edición gratuita mensual y pueden suscribirse a mi Patreon para recibir una o dos más durante marzo

 

Creo que esta historia ya terminó, y que por eso ahora puedo contarla. Pero no sé dónde empieza. 

No empieza en mi graduación de la universidad. Cuatro años que pasé corriendo de un lado a otro, sin parar a pensar mucho en cómo mi idea de familia se estaba deshaciendo poco a poco, como un castillo de arena cuando llega la marea (perdonen ustedes que este texto estará lleno de metáforas malonas como esta. Hace mucho que no escribo). Tampoco empezó el año después, que pasé diciendo que “quería escribir”, pero sin tocar mucho el teclado ni el lápiz ni la pluma ni la máquina de escribir. 

Empieza quizá el año siguiente, cuando conseguí un trabajo que exigía, como esos años de universidad en los que también tenía múltiples trabajos, mi total y completa atención. Un trabajo que hacía muy bien, pero en el que siempre estaba a un segundo de cagarla. Un trabajo en el que me aterrorizaba quedarme. Porque no quería quedarme con nada de eso: con los gritos cada vez más frecuentes en mi casa, con la culpa constante, con el cansancio hasta los huesos, con las ganas de llorar eternas. Y tampoco con un trabajo administrativo. Sí quería escribir, era la verdad. Solo no tenía idea de qué o cómo o dónde. 

Lo que pasó fue que una de mis mejores amigas se fue a vivir a CDMX, con trabajo, depa y novio incluidos en el plan. A veces me pregunto qué hubiera pasado si ella se hubiera ido a vivir a Monterrey, Campeche o Tombuctú. Bueno, el caso es que me dijo que tenía un cuarto extra y que era bienvenida. Más seguido, me pregunto si solo lo dijo por decir. Porque, va un spoiler: 7 meses después de mi llegada, ella ya no era mi amiga y solo hemos hablado dos veces desde eso. 

Cosas que me costó la huida: una amistad que yo creí que era para toda la vida. Varios años de relación incómoda con mis hermanas y mi mamá. Mi relación con mis abuelos paternos. La simulación de relación con mi papá. 

Pero ya me adelanté. El caso es que en enero me fui a CDMX a ver a mi amiga por mi cumpleaños. Quiero dejar claro que la ciudad me gustaba a secas. Había ido varias veces a conciertos o a acompañar a mi mamá a ver a su familia. Tenía dos o tres conocidos ahí, además de mi amiga y mi prima. Ni fu ni fa. 

El caso es que se suponía que iba a regresar con renovados bríos a mi demandante trabajo, pero para mediados o finales de enero ya no podía más. Estaba cansada y triste, me sentía inútil, aunque hacía muchísimas cosas productivas para el capitalismo casi cada minuto de cada día. Mi jefa me preguntó un día “¿qué haces aquí?” y quería decir aquí, en esta empresa, pero también aquí, en esta ciudad, aquí, en esta vida. Quién eres, qué quieres. Si no es esto, por qué no haces lo que sí. 

Y ese día, en su coche, lo decidí. Supongo que le llamé a mi amiga a decirle. Supongo que a ella se le cayó el mundo encima, pero no me dijo y yo jamás me paré a entender realmente lo que le estaba pidiendo. Diría que me arrepiento pero la verdad es que no, porque volteo a ver mi vida, mis gatas, mi depa, mi trabajo, mi esposo, mis amigas, y siento que todo empezó por esa inocencia de pensar “voy a ir a vivir con mi amiga y su nuevo novio en su nueva ciudad y ella jamás me va a resentir”. 

Probablemente hubiera podido llegar aquí sin tener que pasar como trituradora por encima de la vida de mi amiga, pero nunca lo sabré. Y spoiler: aunque no nos hablamos, sé que está bien y es feliz. Hace 9 años las dos estábamos perdidas y juntas. Ahora estamos lo más encontradas que se puede estar, solo que no nos hablamos.

We can still support each other, all we gotta do is avoid each other.

***

Preguntas Más Frecuentes:

¿Tenías trabajo?

Nop. Tampoco tenía: idea de cómo usar el metro, el metrobús ni los microbuses; contactos en el mundo editorial; más de 5 conocidos en la ciudad; experiencia trabajando en un medio de comunicación (ok, había sido reportera de un medio cultural local); nada qué perder.

 

Amas los planes, ¿cuál era tu plan?

No había plan. Una vaga idea de conseguir trabajo y lugar dónde vivir (no era tan estúpida como para pensar que lo de mi amiga y el novio podía ser otra cosa que temporal). La convicción de que podía encontrar cualquier puesto de servicio si no salía nada que involucrara escribir  antes de que se me acabara el dinero (sí tenía dinero, porque vivía con mis papás en Mérida y nunca gastaba nada porque pasaba 12 horas al día 6 días a la semana trabajando y usaba uniforme).

¿Qué te dijeron tus papás?

Recuerdo que le conté a mi mamá un día en la cocina y que reaccionó ligeramente sorprendida pero sin objeciones. A mi papá le dije varias semanas después, un día que estaba en su coche, de las pocas veces en las que convivíamos.

Otro apartado para subrayar una idea: yo estaba en ese entonces muy abajo en la escala de preocupaciones de mis papás. No quiero poner prioridades en sus bocas y me preocupa saber que mi mamá leerá esto, pero como yo lo veía, la cosa estaba así: lo primero en su lista era saber cómo se iban a deshacer el uno del otro, después mis hermanas menores y por ahí en el horizonte yo, que al fin y al cabo ya tenía 24 años, había terminado la universidad, tenía trabajo y una independencia extraña en la que ellos me llevaban al trabajo como si estuviera en la primaria, además de que me alimentaban (mi mamá) y hacían como que pagaban los servicios de la casa ( mi papá), pero yo tenía mis propias finanzas y mi propia vida.

¿Qué me iban a decir? ¿No te vayas, ve qué bien nos la pasamos aquí? Mis papás son muchas cosas, pero nunca me han dicho cómo vivir mi vida. 


¿Qué te dijeron tus hermanas?

No me acuerdo. Sé que J lo supo muy pronto. Compartíamos cuarto y casi todo lo que pasaba por nuestras cabezas, así que no creo haberlo ocultado mucho tiempo. A I se lo debo haber dicho cuando ya faltaba poco, pero lo que me atormentaba era decirle a la más chica.

No es que fuéramos tan cercanas, pero era la relación que más me dolía: ella tenía 12 años. Sabía que me iba a perder su hacerse persona y que ella era la que más dependía de mis papás, por lo tanto a la que más le afectaba esa extraña guerra que se vivía en la casa. Sentía muy profundamente que la estaba abandonando.

Porque sí, nunca se me ocurrió que había la posibilidad de regresar 3 meses o 1 año después con la cola entre las patas. La huida era total y permanente.

Al final no le dije yo. Alguien se lo mencionó de pasada. 

Mis hermanas era lo único que a mí me importaba perder en este proceso. Quiero creer que no pasó, pero esta es la parte del texto en la que me pongo a llorar.


La última nota aclaratoria: no estoy hablando de una onda tipo  “se pelean y pronto se van a divorciar pero son dos personas más o menos sanas y amorosas”. Porque sí, mi mamá se fue de la casa 5 meses después, pero estamos hablando de violencia económica y emocional, de una persona con una enfermedad mental no tratada. 

Dudé si incluir este párrafo pero lo voy a dejar. Lo que viví (vivimos) fue violencia económica y emocional. 

***

Dije al inicio que siento que por fin ya acabó esta historia. Duró mucho.

Porque sí, llegué, me fui de fiesta todo un fin de semana con personas con las que ya casi no hablo, el lunes mandé CVs, y para el jueves ya tenía trabajo, un trabajo en el que me quedé 4 años y que era en Coyoacán y me enseñó muchísimas cosas, entre ellas que las empresas también pueden ser familias disfuncionales.

Las primeras semanas fueron increíbles. Me maravillaba estar caminando por Caballo Calco y pensar que hace menos de un mes nunca había visitado Coyoacán y no tenía idea de que existía una calle con ese nombre. Todavía no sé qué es un caballo calco. 

No me digan.

Me maravillaba hacer amigues: una vez fui a una fiesta donde estaba también un exRBD, fui a un antro en Condesa con la editora de un sitio literario en el que me invitó a colaborar y al día siguiente vomité los taquitos post-cruda que nos comimos, E y yo empezamos a salir y parecía que cada fin de semana había una fiesta.

Pero había mucho, mucho dolor emocional. Esta es una historia acerca de cómo irte puede salvarte, pero al final tienes que enfrentar las cosas. 

El primer año y medio, mi familia me dio mi espacio. Yo veía que la gente hablaba con sus mamás cada dos días o cada semana, yo rara vez hablaba con la mía y no conoció mi casa hasta los dos años. Logró no ponerse a llorar cuando vio que no tenía muebles ni cortinas. Mi hermana J me visitó varias veces pero no me contó las mil cosas que pudo haberme contado. Mi papá y yo fingíamos que mi huida no se debía a su conducta, yo le mandaba mis artículos por mail. 

Poco a poco fui reparando los lazos con la gente a la que le interesaba hacer ese trabajo conmigo, pero cada vez que regresaba a Mérida sentía ansiedad, miedo, tristeza. Regresaba no a mis 24 años sino a mis 16, frustrada y llena de emociones de adolescente.

Esta es la historia que define mis veintes, que define mi familia como es ahora: E, las gatas, las amigas, todo eso. Define cómo me veo a mí misma: como alguien que sabe darle la vuelta a su vida, alguien valiente, alguien que se va cuando toca irse.

Nunca antes la he contado porque es la historia de mucha otra gente, pero está siempre presente en mi cabeza, tengo varias versiones, más light o más cortas o incluso más amargas, que cuento en las fiestas.

Pero ya tengo 33. Estoy casada. Después de una larga hilera de disfunción laboral, tengo un trabajo que me encanta. Voy por mi segunda terapeuta. Si me mudo, ya no me llevo solo una maleta enorme sino decenas de cajas. 

La huida es parte de quien soy, explica muchas cosas, pero ya no quiero que me duela tanto lo que no digo y lo que sí. No quiero ser esa mujer de 24 años, aunque ella siempre va conmigo. Todos los días se despierta unos minutos antes que yo, ve a las gatas a mis pies, escucha al esposo tecleando en el comedor, disfruta el duvet y después me pregunta “¿de verdad esta vida es nuestra?” Sí, es nuestra, toca mirar para adelante. 

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