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ANATOMÍA DE LO INSTANTÁNEO

Este texto intenta operar como un collage lineal, o un rompecabezas que no debería tener ni principio ni fin. O más bien, el principio sería arbitrario: yo empiezo a escribir por cualquier sitio, y se puede empezar a leer por cualquier sitio. El fin no existe. Se puede seguir escribiendo ad infinitum. El fin, en el sentido de la utilidad, y sobre todo la utilidad moral del texto, no existe, ya que no tengo las respuestas, los antídotos, la clave para resolver el problema planteado más allá del plano individual. Este rompecabezas no viene con ilustración de tapa, con algo que marque los bordes, las relaciones interiores, el principio y el fin.

Los siguientes párrafos se pueden leer independientemente uno de otro. Están en un cierto orden, que no es obligatorio. Son apuntes sueltos que fui organizando de cierta manera, pero que no componen una argumentación lineal. Preferiría que se leyeran más bien como una suerte de collage.

Una tarde de 2011 reuní todos los volantes de delivery que venía acumulando, los perforé, los encuaderné con tornillos, les puse tapas y un título: Nueva guía gastronómica de Buenos Aires. Un libro instantáneo. Un libro para ya, para el presente de aquel momento, hecho en una hora o menos. Un libro para nuestro tiempo. Todavía lo tengo en mi colección personal de libros de la BiPA, y por supuesto, es inútil. Su momento pasó. Al menos como libro de alguna utilidad. Ahora sólo es un documento de aquella época. Da risa ver los precios, comparados a los de hoy. Ahora este libro es arte, o algo así. No le podía haber ocurrido algo peor. Es arte en el sentido de que pertenece al pasado. (Por mucho presentismo que intentemos en el arte, para que algo sea arte ha de pertenecer al pasado. Esto quiere decir que tiene que haber sido aprobado por alguna institución. La función principal de las instituciones es mantener el archivo, y decidir qué entra en él o no. Para cuando algo ha sido marcado como arte, ya pertenece al archivo. Al pasado.)

Hoy, el presente es lo único que cuenta. El pasado se ajusta al presente. (En otras palabras, se manipula el archivo en el sentido que convenga.) El futuro ya no existe, o al menos ese futuro que prometía el siglo XIX industrial, y cuya ficción el siglo XX conceptual mantuvo hasta que no pudo más. (Como prueba y demostración de esto tenemos los años 70 de ese siglo: el abandono del acuerdo de Breton Woods, la crisis del petróleo, el advenimiento del neoliberalismo. Para el neoliberalismo no hay futuro, hay que acumular toda la riqueza que se pueda ya, ya mismo, cuanto antes, pase lo que pase, incluso a sabiendas de las consecuencias.)

Si sólo hay presente, ya no se puede soñar a futuro, con un futuro. Los soñadores de futuros, como Elon Musk, tuvieron que atravesar el desierto del neoliberalismo, hacerse ricos ahí, saqueando ciudades como tribus nómadas, y del otro lado de ese neoliberalismo, encontraron otro futuro con el que soñar. Pero ya no es un futuro colectivo, ni un sueño colectivo.

Walter Benjamin aspiraba a hacernos despertar del sueño del siglo XIX, ese sueño de un futuro, y hacernos entrar en otro: uno comunista y milenarista a la vez. Benjamin entendió la diferencia y la tensión entre esos dos aspectos del sueño, la necesidad de uno para el otro. Sus amigos marxistas nunca entendieron que sin el mesianismo de un extremo del sueño, el otro extremo se convertiría en una pesadilla. Esto se comprobó y demostró en la realidad: el estalinismo.

Dislocado a China el futuro industrial, privatizado el futuro conceptual, anulado ya antes el futuro religioso (que prometía cielo o infierno, según las acciones de cada quien), hemos recurrido a un pensamiento mágico del futuro.  Soñamos con la satisfacción instantánea, con el cumplimiento inmediato y de nuestros sueños como por arte de magia, con que la realidad exterior se ajuste a nuestra realidad interior. (La magia sirve para saltarse el proceso, para que algo pase de azul a rojo sin atravesar todos los tonos del morado.)

Tenemos prisa. La vida diaria es pesada, apenas nos deja tiempo para soñar.

La invención del collage por los dadaístas fue profética. Después de la Primera guerra mundial, se dieron cuenta intuitivamente de que el futuro (del siglo XIX) había dejado de existir. Sólo quedaba el presente. De ahí los recortes de las revistas del momento, las que tan bien sirvieron para promover el consumo entre la población. La cultura del consumo, ya desde sus inicios, apunta a lo instantáneo: lo compras y ya está, no tienes que fabricarlo.

El signo, el arquetipo de nuestros aparatos, es la magia, el arte de lo instantáneo. Miramos en el teléfono y encontramos la respuesta de manera instantánea. Google es un agente mágico embonado a nuestra memoria. No hace falta recordar nada, sólo tener una intuición, luego Google aporta la respuesta. ¿Cuántas veces al día, mientras leo, mientras escribo, mientras trabajo en otra cosa o converso con alguien, o pienso en esto o aquello, recurro a Google? ¿20, 30, 80?

Nuestras máquinas han de funcionar de manera instantánea. Si se estropean, el fabricante nos avisa que no hay forma de repararlas, o que la reparación resultará tan costosa que más nos vale comprar un aparato nuevo. Así que compramos uno nuevo. El problema se resuelve inmediata, mágica, instantáneamente.

El dinero es nuestro único valor moral y estético. Y es porque el dinero sirve como agente mágico. Es el abracadabra que permite lo que queremos que sea instantáneo lo sea.

El dinero como inconsciente de la ciudad, como inconsciente colectivo, social.

Brett Scott está desarrollando una teoría de la estructura del dinero. Dice que esa estructura es enorme, tan vasta que ni siquiera la vemos. Es antropólogo, por eso habla de estructura. Si el dinero es estructural, algo que fundamenta y articula nuestra sociedad, a nadie debe sorprender que se convierta en el claro soporte de cualquier valor moral o estético., no sólo el que fundamenta el valor de bienes y servicios, y del arte, sino también de las personas.

El pintor Falopapas me contaba no hace mucho que en Estados Unidos el mejor artista es el que más vende. Hay un ránquing, al parecer. El valor de una obra se decide de manera instantánea, yendo directamente a lo fundamental, el dinero. No hace falta hablar de todas esas cuestiones superestructurales como la estética, el estilo, el contenido, el gusto, etc. (Antes de que nos empecemos a reír de los norteamericanos, recordemos que todo el actual sistema de corrección política fue inventado por ellos, y que fue importado a este país prácticamente sin ningún tipo de adaptación cultural.)

Los libros de la BiPA están hechos desde una pobreza explícita que a veces parece performática, pero no lo es. Utilizo los materiales que utilizo, y las técnicas y conceptos, precisamente porque no tengo dinero. Pero si son una escenificación artística (artística como mala palabra) de la pobreza, creo que tiene que ver más con la pobreza generada por la instantaneidad: como nómada entiendo que importa el punto de llegada, pero no se puede omitir el camino, lo más importante, o sea el proceso, el conocimiento, la habilidad. Entiendo que la teletransportación empobrecería mi viaje de manera completa, absoluta, lo anularía, lo convertiría en una especie de sedentarismo en muchos lugares, uno tras otro.

La principal medida de la riqueza de un individuo es el grado de instantaneidad con el que se cumplen sus deseos.

Deleuze decía que la función maquínica del humano es producir más deseo. Siempre estar produciendo deseo. En la cultura instantánea del consumo, el deseo viene prefabricado. Se instala en nosotros como un parásito que usurpa y habita nuestros sueños. Pronto, sólo soñamos para el parásito, que requiere el cumplimiento instantáneo de sus deseos. Las adicciones son parasitarias en este sentido.

Soy adicto a la nicotina y a la cafeína. En tiempos de Franco, se decía de sus seguidores que eran adictos al Régimen. Todo régimen es totalitario porque busca nuestra adicción, el parasitaje de nuestros sueños, de nuestros deseos. Busca insertarse en nuestros cerebros y manipular de ahí los sentimientos, las sensaciones, los afectos, los cuerpos. Que éstos respondan al parásito de manera automática, instantánea, sin pensar.

Me gusta el café instantáneo. Sé que está mal visto por la gente cafetera, pero siempre hay algo que está mal visto por esnobs de un color u otro. No hay que preocuparse demasiado por lo que puedan decir. Sin embargo, prefiero el café express, que como su nombre indica, también es una suerte de café instantáneo, o al menos muy rápido. Pertenece a la instantaneidad de una época anterior a la nuestra.

Lo instantáneo se torna rápidamente adictivo, esclavizante, una forma de opresión que no se sabe si viene de dentro o de fuera.

Antes de la era industrial, sólo las élites podían desear. La industrialización y la subsiguiente cultura del consumo democratizaron el deseo. Los sindicatos, por ejemplo, son prueba de ello, de la exigencia de que el deseo permanezca democrático. Defienden su capacidad de deseo. Una de las primeras cosas que tuvo que hacer el neoliberalismo allá donde primero se instaló, fue abolir los sindicatos, o por lo menos debilitarlos lo más posible. Sólo de esa manera se podía devolver la capacidad de deseo a las élites. Hacerla exclusiva de nuevo.

La cultura de lo instantáneo también implica una democratización del deseo, que si ya antes era parasitario, ahora es un súper parásito. Un parásito absoluto que invade hasta lo más profundo del alma, de nuestras almas. Hay que volver a ver El exorcista. (En méxico a ciertos tipos de sandwiches los llaman tortas. Al lado del cine Juárez 70—porque tenía una pantalla para proyectar películas en 70mm—, donde se exhibió por primera vez en Juárez El exorcista, había una taquería que se llamaba El extortista.)

El esfuerzo, el aprendizaje, el proceso, el trabajo, el conocimiento, la habilidad, las relaciones humanas, requieren tiempo. Siendo mortales, el tiempo es lo más valioso que tenemos. Lo instantáneo busca elidir ese tiempo. De ahí su enorme prestigio.

Este texto es una crítica de lo instantáneo. Pero no estoy por fuera de ello, no soy inmune, soy tan adicto como cualquiera. SI hay alguna diferencia, si escribo esto, es porque me parece que uno debe ser consciente de sus adicciones y sus efectos, y más difícil todavía, de sus causas. Todo mi trabajo es una crítica de lo instantáneo, y a la vez hace uso de la instantaneidad. Opera desde ella. Estoy adentro y afuera a la vez, yendo y viniendo, de camino hacia o de vuelta de lo instantáneo. Yo también, incluso a pesar mío, creo en esa magia, en lo instantáneo. A quien cree de verdad, no le queda otra que vivir según esa creencia.

El amor (en el sentido occidental, porque en otras culturas no existe) fue inventado por una élite como forma de manifestar su deseo. La Iglesia siempre intentó controlar, regular, canalizar el deseo hacia la utilidad, la procreación. Pero al deseo la utilidad le importa un carajo, como tampoco le interesan las consecuencias. Lo que la Iglesia intentaba controlar era el carácter adictivo del deseo. La instantaneidad es una manifestación de ese carácter.

La cultura de lo instantáneo ha dejado claro que el amor no existe. O que el amor como articulación cultural está en vías de extinción. Ahora se trata de la pura satisfacción inmediata del deseo. La satisfacción del yo en el sentido narcisista. Ya nadie está dispuesto a afrontar la clase de sacrificio, de espera, de trabajo que el amor exigía. En mi humilde opinión, todo esto puede ser bueno (si evitamos el narcisismo). Podemos decir, con algunos budistas, que cuanto más satisfagamos los deseos del yo, antes nos desharemos de él.

Un viejo me dijo hace unos años: todo el mundo está enamorado del amor, pero no saben amar. Se me ocurre pensar en los discursos del amor como nostálgicos de una cultura muerta.

Lo instantáneo ha disuelto el amor: somos adictos al subidón neuroquímico del encuentro con otro. Luego, sólo nos queda salir en busca de otro subidón. La aspiración de las apps de ligue es convertirse en nuestros dílers.

Desde el principio de la BiPA, me interesó la idea de hacer libros instantáneos, en pocas horas, en lugar de meses o años. A lo mejor también por eso escribo poemas, que suelen ser objetos que se terminan bastante rápido, comparados con los ensayos y las novelas. Incluso he probado de hacer poemas instantáneos, con el lenguaje ya prefabricado. El que aparece más abajo salió de los volantes de prostitución que se encuentran por todas partes en el centro de la ciudad. No cambié una sola palabra, sólo le di un orden a las frases, o versos, para alcanzar la mayor efectividad poética. Creo que no quedó mal este poema instantáneo sobre el amor instantáneo.

Lo instantáneo implica un ancho de banda temporal estrecho. La memoria, el recuerdo, el encuentro con otras épocas tienen la función de ampliar ese ancho de banda. Lo instantaneidad busca estrechar ese ancho de banda sus mínimos, a la memoria suficiente como para que el huésped del parásito siga operando. En otras palabras, tenemos que seguir sabiendo utilizar nuestros teléfonos, o Google, o conseguir dinero, todo lo que haga falta para que el parásito siga alimentado. El ancho de banda temporal, y cuanto más amplio mejor, sirve como antídoto, como remedio, aunque no absoluto, a este parasitaje.

Lo instantáneo a menudo se asocia con lo superficial. Pero, ¿quién quiere profundidad en su vida? Dolor verdadero, angustia real, placer que llega tan hondo que se parece más al dolor que a lo que comúnmente interpretamos como placer. ¿Quién quiere eso, cuando hay fórmulas instantáneas de entrada y salida de una situación que nos permiten vivir de otra manera? La profundidad es difícil y traumática. El placer también puede ser difícil y traumático. Si no lo fuera, no aparecería en sueños.

Lo instantáneo se compra con dinero. Siempre. Esto no es tan superficial como parece. Si el dinero es estructural, podemos decir que lo instantáneo es una manifestación del dinero cuando se pasa de la estructura a la fachada.

Lo instantáneo es un fenómeno urbano. El campo tiene otros ritmos, otras esperas, con sus temporadas, las épocas en las que se planta y las de cosecha, el cuidado de los animales. Es un tiempo del mundo, exterior al ser humano y al que el ser humano ha de adaptarse. El tiempo de lo instantáneo parece venir de dentro, del interior de la ciudad. Aunque parezca venir de fuera del individuo, sigue proveniendo del interior de la esfera humana.

A la burocracia sólo le interesa el proceso. De ahí su lentitud. La presión democrática en pos de lo instantáneo ha servido para agilizar los procesos burocráticos de manera, en realidad, sorprendente, mas en ningún sentido completa. La burocracia es un antídoto negativo a lo instantáneo, un remedio peor que la enfermedad. Es negativo en el sentido en que no nos libera de la adicción, del parásito, sólo nos hace sufrir más.

La burocracia siempre se instala por fuera del deseo, sea individual o colectivo. Desde ese exterior lo evalúa, lo mide, lo aprueba o deniega. El burócrata funciona como un antropólogo o un sociólogo, que para hacer su trabajo han de mantener una cierta objetividad, o sea exterioridad: no pueden dejarse infectar por el deseo de su objeto de estudio.

El arte contemporáneo, con su obsesión por lo procesual, puede seguir uno de dos caminos. El primero, el más fácil, es el burocrático, el negativo. Este es el arte que, en sus propios procesos es burocrático y/o está hecho según las especificaciones de la burocracia y para la burocracia. Todos esos llamados a la profesionalización del artista pertenecen a este campo. El segundo y liberador es el que nos muestra el trabajo, el tiempo, la habilidad que hicieron falta para llegar a la obra. Este recordatorio del tiempo, de la no instantaneidad de la obra puede ser de lo más saludable y beneficioso. Su función es traer al espectador un placer y una alegría más duraderos, más intensos, que los que aporta lo instantáneo.

La BiPA hace uso de materiales clásicos de oficina, del archivo, como reflejo tergiversado y gozoso de la exterioridad estéril de la burocracia. También, el título incluye la palabra biblioteca como espejo de lo institucional, los lugares en los que se refugian y anidan los burócratas. El uso de siglas alude a lo mismo. Pero siempre, hay que recordar, de manera alegre: si la obra no invita a algún tipo de gozo, no la necesitamos.

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NOTICIAS

 

1. El otro día vino Agustín al IF a buscar una cosa. Como su llave no funcionaba, tuve que ir a abrirle. Al entrar, dijo: Somos dos. Y ahí entró Ifi, la gata del IF. Me dio la impresión de que parecía asustada, o inquieta. Hubo que acariciarla y echarle comida (más). Interpreté que tenía miedo de no poder volver a entrar, como si ésta no fuera ya su casa. Y no sé por qué, si entra y sale cuando le da la gana. (Menos por la noche, cuando queda todo cerrado y ella queda adentro.)

 

2. Estoy tratando de escribir muchos tipos de textos, con distintos formatos, tonos, técnicas de construcción y temas. Como poeta, me interesa escribir distintos tipos de poemas, cuantos más mejor. Ahora estoy dejando filtrar esta inquietud a la prosa.

 

3. La BiPA está ampliando su territorio de acción. Por un lado estoy escribiendo guiones para videos en los que se cuente o se explique algo a la manera de la BiPA. Por otro, estoy utilizando los mismos métodos de construcción de libros o de placas a la construcción de otros objetos de uso cotidiano. El primero fue un atril en el que poner los libros para poderlos fotografiar o filmar mejor. El segundo es un panel eléctrico en el que pueda enchufar todos los artilugios que necesito en la vida diaria.

 

4. El 90% de las veces que voy al Sodimac (una especie de supermercado de ferretería), vuelvo sin haber comprado nada. Los precios, la baja calidad, la falta de selección (increíble para un lugar tan grande) suelen defraudar. En cambio, no me pasa lo mismo cuando voy a la ferretería del barrio, minúscula en comparación.

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