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No viene al caso, pero de haber podido elegir me habría encantado traducir las novelas del detective Nero Wolfe.



Hay dos clases de tontos: los que no quieren cambiar de opinión y los que no pueden.
—Michelle Obama

 

 

Una pandemia es la clase de fenómeno que te obliga a sacudir no solo tus costumbres sino también todo tu sistema de creencias y opiniones. No sé cuál de estas dos últimas zonas es más difícil de sacudir. Las creencias forman parte de tu eje espiritual, tu educación, tu circunstancia familiar. Las opiniones en cambio son provocadas por hechos exteriores, anecdóticos o no, pero exteriores. Las opiniones podrían cambiar con mayor fluidez que las creencias, estar más expuestas, navegar por las ideas. Podrían, dije, en condicional. Porque lo cierto es que no ocurre a menudo, en realidad casi nunca: cambiar de idea no es fácil.

En su impactante newsletter Valentín Muro propuso hace unos meses “Cómo funciona cambiar de opinión”. Con su clásico estilo de profunda erudición y suculenta bibliografía citó entre otros a Guadalupe Nogués: “Pocas cosas son más difíciles que salir de un grupo de pertenencia” y pone como ejemplos dejar una religión, dejar de acompañar a una figura política, cambiar de postura frente a temas ‘difíciles’. Admitamos que la sociedad toda, en el mesurado paso de la Historia —siglos— ha cambiado de postura frente a temas ‘difíciles’: comenzó a denostar la esclavitud, a observar el medio ambiente, a reconocer un lugar diferente para la mujer. Pero en la modesta dimensión de una vida humana los cambios no tienen tanto tiempo para metabolizar la realidad. Como aventura individual es más difícil: cambiar de idea o al menos dudar significa salir de tu grupo de pertenencia y, al salir de tu grupo de pertenencia, quedás a la intemperie.

 

Debo decir que hay una vida en la intemperie, una vida de aventuras. Como tal supone actuar con extraordinaria prudencia a cada paso del camino. A veces es mejor callar; fuera del grupo de pertenencia no tenés una red de contención que te asegure una respuesta tranquilizadora para cada una de tus preguntas. Ciertas opiniones solo lograrían repudio y anatema. Otras veces una discusión es bienvenida: no para influir en la opinión del otro —eso casi nunca ocurre— sino para poner a prueba la propia. Comprobar qué grado de consistencia tiene tu idea para enfrentar los planteos del pensamiento oficial. Es un examen que trasciende la esgrima habitual de los lugares comunes. Una idea distinta capaz de resistir una discusión exigente muestra que valió la pena abrir la cabeza y salir a la intemperie.

 

Las opiniones son imprevisibles. Un gesto, una frase desafortunada, una solapada bajeza, pueden establecer un rechazo inmediato e inamovible incluso hacia una figura estelar. El mundo puede rendirse de admiración pero uno sabe la verdad. El tiempo se ocupará de demostrarlo, siempre lo hace. Y al revés, un pequeño detalle genuino puede disolver años de antipatía. Con la virulenta herramienta en que pueden convertirse los medios, ahora más que nunca rige un sistema de odios y amores de ribetes caprichosos, sólidos como paredes sólidas. Cambiar de idea o pensar en forma diferente es un ejercicio antes que nada privado, una investigación personal de la propia mirada, lo que en algunos círculos llaman con pompa “honestidad intelectual”. No es obligatorio expresarse todo el tiempo, cultivar una suerte de atletismo discursivo, convencer a nadie. Es la propia manera de ver el mundo, de actuar o dejar de hacerlo, hablar o callar: un asunto personal. No hay que pedir permiso ni perdón. Y más aún, no es obligatorio tener una opinión sobre todas las cosas.

 




Odio todo

Va a pasar un rato largo hasta que los medios registren que la jueza María Romilda Servini enviudó hace once años. Tal vez en algún momento omitan el “de Cubría”.




 

Palabras

“Aunque él lo negó de plano, era cierto que Nero Wolfe había hecho una mueca. En su relato de lo ocurrido el cliente incluyó la frase ‘Contactamos a la policía de Nueva York’. Yo miré al hombre desde mi escritorio y pensé en darle un consejo: a menos que su caso significara un dinero importante para mi jefe, le convenía renunciar de inmediato. Wolfe tenía sus principios en cuanto al idioma. En esta oficina cierta vez un hombre hizo lo mismo, convirtió la palabra ‘contacto’ en un verbo y tuvo que pagar mil dólares más por la irreverencia. Aunque él nunca se enteró.”

Rex Stout

 



 

Qué hay para ver

La serie se llama Goliat. Por un rato la evité creyendo que sería algo bíblico pero eventualmente le di una chance. Así fue como me encontré sin previo aviso con Billy Bob Thornton en el papel protagónico. No solo eso, se trata de una producción de David E. Kelley, a quien amamos. Billy Bob Thornton es Billy McBride, un hombre caído, borracho a las diez de la mañana, que viste una camisa arrugada de mangas cortas, vive en un hotel de segunda categoría, usa un viejo Mustang convertible y descuida su barba. Pero resulta que Billy McBride es un gran abogado. O lo fue. Hay una historia ahí, todavía no sabemos qué pasó. Del otro lado encontramos, otra agradable sorpresa, a William Hurt. Lo vemos siempre a oscuras porque tiene un lado de su cara lleno de cicatrices, ya nos enteraremos. Él es Donald Cooperman, el principal abogado de un estudio colosal, un sujeto desagradable y molesto (¡William Hurt!) que cliquea todo el tiempo con un pequeño aparato que al parecer se usa en las partidas de caza. Con ese ruidito, que maneja como un lenguaje, enloquece a sus asociados y al espectador. Pero es un hombre poderoso; su principal cliente es el más grande de los imperios tecnológicos del planeta que entre otras cosas fabrica armas. Algunas ilegales. ¿Se nota hacia dónde se dirige la historia? Años atrás los dos hombres fundaron juntos ese estudio y fueron socios hasta que echaron a patadas a McBride; ahora cada uno es el peor enemigo del otro: no sabemos qué pasó. No importa, tampoco sé si tengo muchas ganas de enterarme.

Lo que me gustó fue conocer más de cerca a Billy Bob Thornton. Es esa clase de hombre que tiene una cierta mirada, como Tommy Lee Jones, Gene Hackman y sobre todo, antes que nadie, Clint Eastwood. Una mirada peligrosa. Durante buena parte de la historia lo vemos como una especie de alfeñique de 44 kilos, aunque de pronto se pone un traje oscuro y una corbata y se acuerda de ser abogado. Un gran abogado. Sexy.



 

 

Modales

Los manuales clásicos de modales son anteriores a la popularización de la tecnología y prehistóricos respecto de la pandemia actual. Así leemos con alguna nostalgia cómo funcionaba en el pasado la coreografía social para recibir gente, visitar gente, organizar bodas, tratar a los jefes, incluso cómo coquetear o terminar una relación. Antes de la vida digital el correo común era siempre un gran protagonista: invitaciones, tarjetas de agradecimiento o de condolencias, todo funcionaba con precisión. Y lo que mejor funcionaba era el mismo correo, al menos en Estados Unidos.

Nosotros sin embargo desconfiamos del correo postal más o menos desde siempre. Sin embargo, las pocas veces que lo utilicé —siempre hablamos del pasado— no me trajo más que satisfacciones. Un día quise ponerme en contacto con Tito Lectoure para hacerle una nota. Lectoure no era la clase de persona que atendía el teléfono, y menos a una perfecta desconocida. Entonces le mandé por correo una esquela escrita a mano de mi papelería personal (Gaspar y Octorino) y le pedí una entrevista. Dos días más tarde él mismo me llamó por teléfono. Hola, habla Tito Lectoure. El poder de la esquela, amigos, escrita a mano. Hice lo mismo con Adolfo Bioy Casares porque Miguel Brascó quería publicar un texto del padre de Bioy. No solo me llamó por teléfono igual que Lectoure: me invitó a almorzar en La Biela. Bioy Casares fue encantador conmigo pero no me dio el texto del padre.

Hoy todas las instancias sociales se resuelven fácil y rápidamente en forma virtual: simpatías y rechazos, condolencias y celebraciones. Nadie recuerda una carta física de papel que no sea una factura o un folleto. Pero atención, tampoco están prohibidas. Solo digo que una carta personal, manuscrita o no, enviada por correo postal es un gesto tan poderoso que vale la pena considerarlo para las grandes ocasiones.

 

 


 

Estilo

No sé si es una moda repentina o una tendencia en la que no había reparado antes: me refiero al vestuario de los perros. Los equipos que veo ahora en la plaza son muy diferentes de las mantitas tejidas del pasado. Camperas combinadas que parecen de tela de avión impermeable, anoraks de colores brillantes, chaquetas forradas en piel (sintética, obvio), sweaters de cuello alto y colores sutiles, buzo con capucha como las de gimnasia, lunares, cuadros, contrastes audaces, belleza total.

 



 

A propósito...

Nombré al pasar al productor David E. Kelley, responsable de muchas horas de felicidad en el pasado: Ally McBeal, con Calista Flockhart, la joven abogada que puso de moda los pijamas celestes salpicados de nubecitas. Boston Legal, con William Shatner y James Spader, quienes al final de cada jornada bebían, fumaban habanos y se burlaban de todos, inclusive de ellos mismos. Y más recientemente Big Little Lies con las chicas del momento. David E. Kelley, un grande. Y está casado con Michelle Pfeiffer. No los entretengo más. Los invito a colaborar con el Viejo Smoking asociándose a nuestro Club. Si les interesa, es por acá.

 


Me despido hasta el domingo que viene.

No sé cómo seguirán las restricciones, pero esto viaja por mail.

Va a llegarte sí o sí.

Cecilia


 

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