Copy

No recuerdo el nombre de mis compañeras de colegio. De la primaria solo retuve el que parecía un seudónimo: Rubí Ink. De la secundaria solo recuerdo a Alicia Zadán -que desde hace años vive en París- porque se sabía de memoria el poema Liberté de Paul Éluard y para asombro general lo recitaba íntegro en la clase de francés. Un día fui al Tortoni a una reunión de ex compañeras y pensé que me había equivocado de día o de lugar: no conocía a nadie. Cero. Una nube.



Disciplina es recordar lo que uno quiere.
—Inès de la Fressange

 

 

Sin embargo, recuerdo perfectamente a cada una de las mujeres que trabajaron en mi casa, comenzando por Blanca, la única persona de servicio que ayudaba a mi mamá en la magnífica casa de mi infancia. Blanca no era un amor. Seca, de pocas palabras, su manera de despertarme para ir al colegio consistía en pasar por mi cuarto y prender la luz. Ni “Buenos días”, nada. Prendía la luz y seguía su camino. Se me ocurre ahora que mi mamá le temía. Yo sin duda le temía. Cuando mi hija era una beba de pocos meses trabajó en casa una chica llamada Mary que me dio el susto de mi vida el día en que desapareció junto con la niña. ¡Secuestro! Llamé al padre desesperada y él inició una búsqueda que resultó rápidamente en un banal malentendido. Mary había ido a tomar mate a su propia casa, en Villa Adelina, y llevarse consigo a la nena le pareció lo más natural.

Luego vino Betty, una tucumana idéntica a Mercedes Sosa pero jovencita. Finalmente llegó Eugenia, oriunda de Chajarí, Entre Ríos, edad indefinida y un modo que parecía haber adquirido en una escuela suiza para señoritas. A veces me llamaban amigos por teléfono y me preguntaban asombrados ¿Quién me atendió? Ella crió a mi hija mientras yo trabajaba; era perfecta.

 

El tipo de relación que se establece con la persona que te ayuda en la casa es de una naturaleza única, aunque sean pocas horas por semana. Es un vínculo distante y al mismo tiempo íntimo. Es la persona que está al tanto de tus secretos, que hace tu cama, limpia tu baño, conoce la política de tus placares, la organización de tu cocina y el interior de tu heladera. También es testigo de tus humores, que muchas veces le confiás, tal vez más que a una amiga: ella te escucha, no opina a menos que le preguntes, no interrumpe, no termina tus frases como hace tanta gente, y todo parece indicar que no juzga. Es la interlocutora perfecta. Por otra parte es muy probable que no sepas casi nada acerca de ella: a lo sumo dónde vive y cuántos hijos tiene. Punto.

 

No es casual que las personas de servicio tengan un papel significativo en las novelas. Telenovelas y antes radioteatros tienen origen en el género gótico. En las obras de las hermanas Brontë y las de Jane Austen son niñeras, nodrizas o damas de compañía, pero siempre están ahí y cumplen la misma función. Poco a poco entran en la corriente sanguínea de la casa en la que trabajan. En las novelas victorianas el servicio doméstico es un país paralelo, como se puede ver en Los de arriba y los de abajo, Downton Abbey, Cuando huye el día, la lista es interminable.

 

En las producciones locales el papel de las mucamas suele ser paródico, un cambio de registro, un paso de comedia. A menos que se trate de la protagonista, como era frecuente unas décadas atrás, cuando Andrea del Boca, Grecia Colmenares o Thalía entraban a trabajar como mucamas a una mansión y terminaban dueñas de todo. Melodrama puro, nada de comedia.

Pero en la vida real esa persona viene a tu casa y establece contigo una relación de confianza e intimidad únicas. Tal vez no es pintoresca como las comediantes de la televisión, tal vez no es una cocinera excepcional, pero es parte de tu vida, una socia.

 




Odio todo

Lo que voy a decir es sexista, ya lo sé. Vuelvo con resignación a mencionar el derrame del lenguaje demasiado “coloquial” en los medios: los muchachos que se ponen cómodos ante el micrófono como si estuvieran en su casa, las explosiones de felicidad de los relatores de fútbol ante un gol, curiosamente salpicadas de imprecaciones irreproducibles. Lo que observo ahora es que el estilo comienza a naturalizarse entre las mujeres. Por algún motivo indefendible, ya lo sé, en boca de una mujer me choca más. Por mi parte me abstuve de comentar obras de teatro —cuando a eso me dedicaba— si contenían una palabra grosera en el título, para no verme obligada a reproducirla al aire. Ignoré incluso esa producción que se creyó muy viva porque el título estaba en inglés.




 

Palabras

“Él era consciente de lo singular de su caso, cómo fue que el pequeño vehículo de su talento, el triciclo de un niño, digamos, logró viajar enganchado detrás del monstruoso tanque de un genio histórico y mundial. Einstein había puesto de cabeza la manera en que la humanidad entendía la luz, la gravedad, el espacio, el tiempo, la materia y la energía; fundó la cosmología moderna, dejó su testimonio sobre la democracia y se manifestó sobre Dios o su ausencia; habló a favor de la bomba, luego en contra, tocaba el violín, sabía navegar, tuvo hijos, le dio el dinero del Premio a su primera esposa, inventó la heladera. Beard en cambio nada tenía más allá de la Fusión Beard-Einstein. Como un hombre que ha naufragado se aferró a ese único tablón y aun así se consideró privilegiado.”

Ian McEwan (Solar)

 



 

Qué hay para ver

Todos estamos viendo Halston ¿verdad? Yo también. Ryan Murphy parece haberle tomado el pulso a la televisión actual; sabe qué hacer y cuándo. Le encantan los colores saturados, la luz, el sexo, los artistas. American Horror Story, Glee, Hollywood, Pose, Ratched. Como diría Seymour Glass, el hermano de J.D. Salinger, todo estupendo. Así es Halston, una miniserie estupenda: llena de luz, ropa divina, mucho sexo y abundante cocaína. La vi con gusto (solo cinco episodios y Ewan McGregor, no sé si me explico) pero cuando terminó habría preferido no conocer la historia del diseñador. Para mí Halston era el nombre genérico de un tipo específico de escote inventado por él: el del vestido rojo que diseña para Liza Minelli; más allá de eso era una marca de vestidos y accesorios elegantes muy por encima de mi presupuesto. Así como me rompió el corazón con el sombrero que le hizo a su madre en la primera escena y luego con la corona de orquídeas secas a la que le arranca un perfume, no hizo más que entristecerme ver la caída del hombre y su tonta vanidad. Preferiría mirar la ropa sin entrar en detalles.



 

 

Modales

En una situación profesional si una persona se pone en contacto con otra debería exponer de entrada el motivo de su llamada: pedir una información, un favor, lo que sea. Y después, si el clima es propicio, conversaría un rato. Del mismo modo el interlocutor debería responder de entrada al motivo del llamado y solo después, si el clima es propicio, seguiría conversando. Hay gente que se toma quince o veinte minutos de prólogo y conversación amigable para luego tal vez decir que no. No tiene esa información, no pudo hacer ese favor. Un derroche de energía y veinte minutos perdidos para siempre.

 

 


 

Estilo

Parece que Halston no quiso entrar en el mundo de los jeans; su némesis, Calvin Klein, reinaba en ese terreno. La idea que él tenía de los jeans en la década del 70 era un puro prejuicio, tal vez gracias al movimiento hippie, no sé, pero negarse ofendido a hacer jeans era el equivalente a decir hoy “No tengo televisor en mi casa”. El jean es una de las prendas más logradas y generosas de la historia. El denim en general. Un jean bien diseñado, una campera de denim no importa el color, te hacen sentir de un modo especial: útil, activa, intrépida. Por suerte para todos, el jean y la campera han perforado en forma transversal las coordenadas de la edad.

 



 

A propósito...

No me canso de agradecer los generosos aportes de quienes se suscribieron al Club del Viejo Smoking para ayudar a mantenerlo. Y como he perdido del todo la vergüenza sigo invitándolos a colaborar con nuestro amado newsletter. Serán muy bienvenidos. Es acá.

 


El miércoles pasado el Viejo Smoking cumplió dos años.

Brindamos por teléfono.

Hasta el domingo,

Cecilia

 

 

Todos los domingos voy a escribir acá sobre una forma diferente de llegar a viejo.
Si te gustó este espacio y todavía no te suscribiste, podés hacerlo acá.
Smokings viejos
¿Querés cambiar algo de tu suscripción?
Acá podés actualizar tus datos o bien borrarte de la lista.

Email Marketing Powered by Mailchimp