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Los estudios sobre la felicidad que aparecen en los medios mencionan la soledad como un problema sin considerar la soledad elegida, sublime silencio, perfecta paz. Solo en ciertos momentos la soledad se hace sentir porque para ser honestos, la felicidad no siempre es algo fácil de soportar.



La felicidad no es un lugar, es un camino.
—Sófocles


Jorge Lanata estrenó una serie de documentales que hizo para la National Geographic bajo el nombre de Hache, una letra muda que usa para aludir a los asuntos de los que casi no se habla. En la primera temporada se ocupa de varios temas: el Género y las diferentes identidades que adoptan las personas que no se reconocen en su propio cuerpo biológico y lo cambian. En otros episodios explora la Eutanasia, recientemente legalizada en algunos países; investiga la Ansiedad, una forma de la depresión que se pronostica como la próxima pandemia; estudia la Justicia por mano propia y sus efectos morales en el perpetrador. También se sumerge en la Deep Web, la red profunda, el territorio oculto del mal —armas, drogas, pedofilia— pero no solamente del mal y tampoco tan oculto. En el capítulo llamado Like analiza los nuevos códigos digitales que rigen buena parte de la vida social contemporánea. Y el último episodio, como una suerte de respiro, es un estudio sobre la Felicidad.

 

Los que no somos nativos digitales ni mucho menos entramos en este mundo a los tropezones y tratando de no romper nada. Es cierto que la computadora te alegra la vida y te resuelve una cantidad de problemas. También te arruina la letra manuscrita por falta de uso y malogra algunas compras de catálogo por tu propia inexperiencia o malicia del vendedor. Hasta ahora quien les habla no había prestado atención al tema de los likes, un poco por mi escasa actividad en las redes y en general porque entendía el tilde como un cumplido, la versión actual del atávico piropo, una forma de aplauso individual. (Dios, asocié con Yoko Ono.) La serie inglesa Black Mirror, que cultiva el género del terror tecnológico con bastante eficacia, le dedica un episodio al tema de los likes. En esta comunidad están organizados en forma institucional y pública con un sistema de puntaje en estrellitas; por debajo de cierta cantidad de estrellitas muchas puertas se te cierran y la vida ya no te sonríe. Una joven algo tonta comienza a cometer errores y al bajar dramáticamente su calificación ve cómo su vida se derrumba.

 

No me pareció que este capítulo de Black Mirror fuera uno de los mejores porque esa dependencia tan contundente de la aprobación ajena parecía un argumento algo caprichoso como cualquier otro del género fantástico. Además, a quién le importan las desventuras de una chica tonta. Sin embargo, al ver el episodio de Hache sobre el tema tuve una impresión por completo diferente. No vi una anécdota ficticia sobre una caída social ni un afán sobreactuado de pertenencia: vi con toda claridad lo que significa el surgimiento de una nueva generación.

Es tan intenso el cambio que me cuesta ponerlo en palabras. Recordé un libro particularmente amargo de Michel Houellebecq: La posibilidad de una isla, donde el narrador, Daniel, se niega a morir, punto. Es un humorista millonario, decadente y cínico que tiene una mirada sobre el mundo afilada como un hacha. Entra en una especie de secta que se dedica a la clonación y con una serie de versiones de sí mismo inicia un proceso, una alternativa algo degradada pero posible de la inmortalidad. Es un relato en dos tiempos, el Daniel del presente y 25 generaciones más tarde su versión clonada. Houellebecq, que sabe cómo hacerte sufrir, describe a este Daniel clonado como un cuerpo que lleva el mismo ADN del original, pero en el camino ha perdido los deseos, el hambre y toda clase de ansiedad. Aislado y protegido de las inclemencias climáticas, ya no tiene ni añora el sexo, es puro vacío interior: para sentir algo depende de la literatura.

 

Yo veía en el documental un cambio profundo, una generación diferente con su propia moral y su propia moneda en curso: los likes. El lugar social de las personas se determina por el número de sus seguidores, una información de interés público y una calificación incontestable. Algunos jóvenes cultivan sus destrezas frente a cámara y construyen un público a puro carisma. Es un sistema definitivamente horizontal, una forma de vida y un negocio. En muchos casos confirman la teoría que Daniel Ek, el fundador de Spotify, no tuvo más remedio que aceptar: la gente está dispuesta a pagar por lo que le gusta.

Yo los veía en el documental acumular seguidores en cantidades asombrosas, elegir su lenguaje, vender, erotizar, divertir y disfrutar de la devoción de un público gigantesco y virtual: es una nueva forma de amor que no necesita ni desea la presencia física. Aislados y protegidos de las inclemencias climáticas, en su casa con su celular, cada uno por su cuenta.
 

 

 


Odio todo

Odio la primavera.

 

 



Palabras

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; era la edad de la sabiduría, era la edad de la estupidez; era la época de las creencias, era la época de la incredulidad; era la temporada de la Luz, la temporada de la Oscuridad. Era la primavera de la esperanza, el invierno de la desesperación. Lo teníamos todo ante nosotros, nada teníamos ante nosotros; nos dirigíamos directamente al Cielo, nos perdíamos en el sentido opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, solo es aceptable la comparación en concepto superlativo.”

Charles Dickens (Historia de dos Ciudades)

 

 

 

 

Qué hay para ver

A menos que uno tenga suerte y paciencia, casi cualquier cosa que elija para ver en la televisión va a incluir: 1. grupos de amigas que se dedican a emborracharse en grupo la mayor parte del tiempo; 2. estudiantes del colegio secundario con sus clases sociales, sus estereotipos y el bullying. 3. corrección política a mansalva y #MeToo; 4. chicas orinando sin cerrar la puerta del baño; 5. gente vomitando o lavándose los dientes.

Por otra parte, si nuestro héroe está perdiendo la pelea con ese patán que lo tiene dominado, seguro va a encontrar una piedra a un brazo de distancia para atacar a su vez y vencer. Jóvenes atractivas salen de su trabajo en plena noche y caminan solas por largos callejones oscuros. Están en una ciudad y sin embargo nunca hay nadie alrededor; ya sabemos que algo malo va a pasar. Pero es en los pueblos chicos escandinavos donde se producen los crímenes más truculentos. El protagonista vuelve a su lugar de origen porque murió el padre o porque tuvo un problema en la ciudad o lo que sea y queda envuelto en la investigación de un crimen. O un crimen del pasado lo está esperando. Y siempre hay un bosque cerca. Siempre. El policía o investigador o detective o forense es díscolo, poco respetuoso de las jerarquías y crea problemas; es apartado de la fuerza pero al final lo tienen que reconocer porque es el que resuelve los casos.

 

 


 

A propósito

El último capítulo de Hache se llama Felicidad y está entre las cosas de las que no se habla. Por cierto hay una suerte de pudor respecto de la felicidad, como si reconocerse feliz fuera visto por los demás como un acto de soberbia, megalomanía o delirio. Es difícil arrancar la felicidad de sus representaciones publicitarias que sí, suelen ser inalcanzables o esporádicas. En el documental se muestran las encuestas que miden la felicidad de los países (Spoiler: gana Finlandia) e incluso han detectado al hombre más feliz del mundo que no tiene más que una túnica y dos pares de zapatos. Pero el consenso general, que el mismísimo Dalai Lama comparte, es que la felicidad se presenta de manera fluctuante, o como dicen casi todos “por momentos”.

Otros entienden la felicidad como un estado permanente, una forma de recorrer un camino, con sus dificultades y caídas, con sus logros pequeños o colosales. Todo está en la elección del camino correcto. Disculpen el aforismo. Ahora debo despedirme. Hasta el domingo que viene, entonces, si les parece bien. No necesito recordarles que pueden visitar el club del Viejo Smoking pero lo hago de todas maneras, por testaruda. Es acá.
 


Here comes the sun

doo-doo-doo-doo-doo

Está todo bien.

Cecilia

 

 

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