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Si por algún motivo llego a mencionar el hecho de que trabajo en televisión, con amable interés suelen preguntarme: ¿Sos productora? Como no soy famosa y no me han visto en pantalla concluyen que trabajo detrás de cámara. Yo tartamudeo una aclaración bastante incómoda, no veo por qué. Creo que de ahora en adelante voy a decir que sí, soy productora. Más fácil.




No entiendo por qué la gente se asusta de las ideas nuevas. A mí me asustan las ideas viejas.
—John Cage



Primero el cine y ahora la televisión han comenzado a cultivar un género que se dedica a recortar las novedades que transforman la cultura y escriben la historia reciente. Los cambios, casi siempre digitales, son tan vertiginosos que el público en general, el público lego, tiende a dar todo por sentado: las cosas aparecen de manera espontánea y uno las usa, nadie se detiene a pensar en el asunto.

Creo que uno de los primeros casos fue La red social, de 2010, la historia de Facebook, escrita por Aaron Sorkin y dirigida por David Fincher: dos grandes. Se hicieron al menos dos biografías de Steve Jobs y una acerca de los conflictos de Uber. Algunas ficciones incursionaron en el mundo de los vínculos, románticos o abiertamente sexuales, con la aplicación de la herramienta digital. En el campo de la medicina, Dopesick habla de la adicción masiva que se generó por el consumo legal de un medicamento de oxicodina.

 

La historia de Spotify es tan exitosa y conflictiva como todas las anteriores. En la serie sueca The Playlist el joven Daniel Ek, un genio cibernético, es rechazado en Google porque no tiene un título universitario. Me recordó un chiste que me contó tiempo atrás un genio cibernético (otro). Un joven se postula para un empleo como telefonista en Microsoft; van a tomarlo pero cuando le piden los datos resulta que no tiene email. Eso les parece incongruente y no lo emplean. El joven entonces con unas monedas compra un cajón de fruta y seré breve: con talento y tesón crea una formidable empresa internacional. Cierto día un potencial cliente se sorprendió de que no se manejara con email. “Si logró hacer todo esto a pulmón ¿se imagina dónde estaría si usara email?” “Sí”, contestó el hombre. “Sería telefonista en Microsoft.”

 

The Playlist cuenta una misma historia en seis episodios; seis miradas diferentes sobre los mismos hechos, a la manera del cuento En el bosque, de Ryunosuke Akutagawa, que Akira Kurosawa tomó para filmar una popular película que por algún motivo llamó Rashomon; son diferentes testimonios en torno de un cadáver hallado en un bosque. En The Playlist también hay seis puntos de vista diferentes. 1. La visión: Daniel Ek decide que la música debe ser gratis y legal. 2. La industria: la música gratis es el fin de las discográficas. 3. La ley: para reproducir música se necesitan los derechos, ése es el problema. 4. El programador: un genio cibernético idealista. 5. El socio: el hombre que financió el emprendimiento y lo hizo posible. 6. El artista: a quien no le alcanza la plata para pagar el alquiler.

No ha sido fácil, hubo protestas y contratiempos pero, contra lo que Daniel Ek creía, su abogada tenía razón. Hay mucha gente dispuesta a pagar por lo que le gusta.
 

 



Odio todo

En las fiestas de cumpleaños odio el momento en que se canta “Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz…” Niños o adultos, nadie se salva. Los celebrantes desentonan como a propósito y aunque sonríen como corresponde sospecho que también a ellos se les hace eterno, como a mí. Pero quien más padece la escena, se me ocurre, es el destinatario, niño o adulto, que no siempre aprecia toda esa atención, no sabe qué cara poner y a él también el rito se le hace eterno.

 

 


Palabras

Aunque son profesionales frente a un micrófono, no espero que digan “El Quincuagésimo Octavo Coloquio de IDEA”. Pero tampoco nos merecemos “El 58 Coloquio de IDEA”. Al menos podrían decir “El Coloquio de IDEA número 58”. Lo mismo va para el resto de los aniversarios de otras instituciones y de la patria misma.

 

 

 

 

Qué hay para escuchar

El programa se llama Cuentos de medianoche y va de lunes a viernes a las doce por Radio Nacional. Cada noche Quique Pesoa lee un cuento que se transmite desde la filial de Córdoba. Todos los autores están ahí: Patricia Highsmith y Alejandro Dumas; Lucía Berlin y H.P. Lovecraft; Jorge Luis Borges y Ray Bradbury; Julio Cortázar y Mark Twain; Katherine Mansfield y Lope de Vega; Raymond Carver y los hermanos Grimm. Hay cuentos de Tolstoi, Kafka, Stefan Zweig y muchos más en una generosa selección de Pancho Mondino.

No cualquiera lee un cuento como Quique Pesoa. Tiene una voz prodigiosa que se devora el corazón del relato; no lo recita: lo actúa. Quien narra puede ser un malevo de Mataderos, un académico presumido, un señor feudal, un campesino, una bruja, un mequetrefe, una joven a punto de casarse. Pesoa pronuncia los apellidos con minuciosa perfección. Puede decir en francés, hablar como un andaluz, manejar el dialecto gallego de tal forma que por momentos parece que estás escuchando al mismísimo autor. Es más expresivo solo con la voz que muchos actores de cuerpo entero. Las radios de Buenos Aires —Belgrano, Continental, Rivadavia— lo tuvieron durante años pero desde hace un tiempo se instaló en Córdoba. Por suerte Nacional Buenos Aires no lo canceló como hizo con otra joya, El náufrago de las estrellas, de Jorge Marzetti, también desde Córdoba. Son quince o veinte minutos a lo sumo, un cuento a la medianoche que la radio te susurra al oído, una manera perfecta de terminar el día.

 



 

Estilo

Observé en un par de tiendas que ahora los talles de la ropa son grandes, o más grandes que antes. Un “Small” de ahora es como un “Medium” de antes. Tal vez sea un efecto de la pandemia, porque mucha gente subió de peso o porque otra gente hizo ejercicios y desarrolló su musculatura. Quién sabe. Pantalones anchos, chaquetas sueltas, colores neutros y desvaídos, se ve como la transición a una versión urbana del jogging. Calculo que esto también pasará.




 

A propósito

El primer libro que publiqué —gracias, Daniel Divinsky— fue en 1976. Si se me ocurría mencionarlo, invariablemente alguien me preguntaba: ¿Son cuentos para niños? Eso me dejaba sin respuesta. Las escritoras reconocidas de nuestro país eran Silvina Bullrich, Martha Lynch y Beatriz Guido; todavía no se había popularizado la movida de escritoras jóvenes como Ana María Shúa, Reina Roffé, Elsa Osorio, etc. Entre una generación y otra se consideraba que las mujeres solo escribían para niños. En el comienzo de la dictadura el libro mío fue prohibido, junto con otros cuatro de la misma editorial. Divinsky incluso fue encarcelado. Ahora sí, cuando me preguntaban el motivo de la prohibición, con vindicativo placer respondía: Lo prohibieron por inmoral. No escribo cuentos para niños. Eso es todo por ahora. Me espera una celebración especial porque soy MADRE y ARGENTINA. Pero el club del Viejo Smoking permanece abierto porque se debe a su público. Es acá.
 


Antes renegaba del Día de la Madre.

Del Día de la Mujer ni hablemos.

Me creía muy viva.

Hasta el domingo,

Cecilia


 

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