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Nada irrita más a los amantes del fútbol que la palabra de quien no sabe nada del tema. Es mi caso, amigos. Pueden dejar de leer ahora mismo e ignorar a esta turista.




Algunas personas creen que el fútbol es un asunto de vida o muerte. Les aseguro que es algo mucho más serio que eso.
—Bill Shankly



Una de las ventajas de la edad es que te permite decir cosas atrevidas sin poner en riesgo tu reputación. Por lo tanto voy a decir algo definitivamente incorrecto, reaccionario y sexista: Qué felicidad, qué alivio, qué descanso mental es ver por fin y por un largo rato a un ramillete de muchachos, varones, jóvenes atletas que solo quieren jugar a la pelota. Estos son tiempos de gran protagonismo de las mujeres, muchas de ellas por cierto deslumbrantes, relevantes en la ciencia y en las artes, en la política, en la industria y desde luego en la ficción. Un alto porcentaje de la oferta actual en pantalla gira en torno de mujeres; grupos de amigas que salen a emborracharse, jóvenes ambiciosas sin escrúpulos, chicas desenfadadas, tontas con gracia, madres fallidas, sicarias de perfección sobrehumana, ladronas de alta gama, policías de primera clase, víctimas de la violencia, heroínas medievales y reinas del futuro. Ante este panorama arrasado por la inclusión y el eufemismo, un partido de fútbol jugado por la Selección Nacional contra cualquier otro equipo de muchachos, jóvenes atletas que solo quieren jugar a la pelota, es una ráfaga de felicidad.

 

Se puede disfrutar de un partido de fútbol aun sin saber nada del tema así como se disfruta de una función de ballet. Que dicho sea de paso, no es muy diferente. La persona más ajena del mundo comprende lo esencial del juego y ya está en condiciones de sentir la adrenalina, el miedo, el llanto, la admiración y el goce extremo del gol. El novato es ignorante pero no tonto, ya comprende algunos términos y siente no poca admiración por el idioma que relatores y cronistas deportivos han creado para convertir cada minuto del partido en una epopeya. Es el idioma propio del fútbol, ambicioso y pintoresco como el de los enólogos cuando hablan de vinos, aunque más efusivo y sobre todo tenaz. El relator nunca se detiene, sabe los nombres de cada jugador, incluso los extranjeros, y crea con sus palabras una mística de cada jugada. A su lado, un comentarista construye un párrafo que explica esa misma jugada pero ahora traducida a su propio idioma, es la jugada que todos acabamos de ver aunque tal vez no llegamos a comprender la poesía que contiene, su significado o peso específico en el Universo. Es como esa persona en el cine sentada en la fila de atrás que le explica a alguien a su lado cada escena de la película que todos estamos viendo. Mirá cómo abrió la puerta. Entre los datos que el comentarista encuentra pertinentes abundan las referencias históricas, comparaciones, efemérides y panegíricos. En el mundo del fútbol se hace gala de una notable erudición. El relato no se detiene ni siquiera en las pausas del juego o los entretiempos; cada minuto es campo de cultivo para profundizar el comentario, entrevistar a los involucrados o exaltar los corazones. Se me ocurre que en una transmisión de fútbol el silencio debe estar penado por la ley.

 

El país entero se preparó para ver la final de la Copa del Mundo con espíritu anhelante y festivo. La mayoría organizó reuniones, refrescó cábalas y pobló su mesa con bebidas y manjares. Yo por suerte no tuve testigos porque mi conducta fue una verdadera vergüenza. Hablaba sola, daba órdenes al arquero, regañaba al rival, aplaudía como en el teatro, hacía gimnasia de a ratos para domar la arritmia y trataba de volverme zen cuando el equipo contrario tenía la desfachatez de empatar.


 

 


Odio todo

Odio la palabra “argento”, como sustantivo, adjetivo o adverbio de modo. Creo que surgió del artero apellido de Guillermo Francella en la comedia Casados con hijos y se convirtió en un genérico que define con alcance nacional la naturaleza de ese personaje, su estilo picaresco y su moral fronteriza. Se usa como un cumplido de barricada. Triste.

 

 



Palabras

“… La Razón será reemplazada por la Revelación. En lugar de la Ley Racional habrá verdades objetivas perceptibles para cualquiera que se someta a la necesaria disciplina intelectual. El Saber va a degenerar en un caos de visiones subjetivas. Se crearán abismales cosmogonías a partir de algún olvidado resentimiento personal; se escribirán épicas completas en lenguajes privados. … La vida después de la muerte será una cena eterna en la que todos los invitados tendrán 20 años. La Justicia será reemplazada por la Piedad como la virtud humana cardinal y desaparecerá el miedo a la represalia. La Nueva Aristocracia consistirá exclusivamente de ermitaños, vagabundos e inválidos permanentes. El Diamante en Bruto, la Ramera Tísica, el bandido que es bueno con su madre, la chica epiléptica que se entiende con los animales van a ser los héroes y las heroínas de la Nueva Era, cuando el general, el estadista y el filósofo se habrán convertido en el chiste último de toda farsa.”

W.H. Auden (For the Time Being)




 

Qué hay para ver

En medio de tanta picaresca y maldad como se usa ahora, tanto sexo sobredimensionado (en la televisión todo el mundo tiene ganas) y tanta orgía de dinero mal habido, aparece tímidamente una serie sobre una escuela primaria de un barrio pobre de Filadelfia y desde que se estrenó, el año pasado, no hace más que ganar premios Emmy. Se llama Abbott Elementary (Star+), está formulada como un falso documental y su virtud más destacable es que gira en torno de los maestros y no de los alumnos. Admitámoslo: estamos hartos de las historias de la secundaria, con sus reinas populares, sus matones y sus chicas feas que la pasan mal. A menos que tengan los poderes de Carrie. En la primaria Abbott los maestros tienen que arreglárselas como puedan, no reciben subsidios oficiales y cuando por una de esas vueltas del destino les cae un aporte sustancioso, la directora de la escuela lo malversa en alguna frivolidad. La directora de la escuela es la pesadilla que nunca falta en un lugar de trabajo. Don Juan lo llama “el pequeño tirano”. Pero las maestras, dos en particular, son las verdaderas heroínas de la historia. Una de ellas, Janine, es la joven Quinta Brunson, la creadora de la serie. Ninguna forma de adversidad puede con su sólido optimismo y su amor a la tarea. La otra maestra es Barbara (Sheryl Lee Ralph) con treinta años de oficio y una autoridad sobre niños y adultos casi sobrenatural: todo contratiempo le parece menor ante el privilegio de ser una maestra. El recurso de mirar a cámara que ya estaba agotado tras el abuso de series como House of Cards y Fleabag, recupera acá su vigencia con inesperada gracia porque el personaje no busca la complicidad del espectador, no mira al público sino al realizador del “documental”, que ahora es también un personaje, y dialoga a su manera con miradas furtivas consciente de su presencia constante.

Hay otros maestros, desde luego, un ordenanza y algún novio. Pero sobre todo hay amor y alegría en una escuela en medio de muchas dificultades. Amor y alegría, una verdadera extravagancia para la época.




 

Modales

Una persona educada sabe comportarse como buen perdedor si se da el caso, pero también debe ser un buen ganador. Una vez que se obtuvo la victoria no es necesario burlarse del adversario. En el partido contra Croacia, cuando ya la Selección ganaba 3 a 0 y no faltaba mucho para el final, la cámara mostró en un momento al público croata: estaban todos abatidos y en silencio pero un hombre, de pie y con el brazo en alto, seguía alentando a su equipo con infatigable energía. En perfecta soledad los alentaba como si estuvieran ganando. Un hombre de bien.



 

 

A propósito

El poema de W.H. Auden, For the Time Being, es un Oratorio de Navidad y fue publicado en 1944. El fragmento elegido es una meditación de Herodes acerca de la desagradable tarea de masacrar a los Inocentes. No quiere hacerlo porque en el fondo se considera un liberal, pero no puede permitir que ese Niño sobreviva. Según Robert Hughes, crítico de arte de la revista Time, la profecía de Herodes describe en realidad a los Estados Unidos de fines de la década del ’80 y principios de los ’90, cuando se instaló el término New Age, acuñado entonces por Auden con otra música y humor nefasto. La Nueva Era, dice Hughes, es una sociedad obsesionada por las terapias, que desconfía de la política formal, se muestra escéptica de la autoridad y es presa fácil de la superstición. Una sociedad que depende del reconocimiento y el elogio, que aprendió a culpar a los otros —generalmente los padres— de sus miserias y cree en una especie de redención semántica: desgracias e infortunios van a desaparecer si se los reformula con palabras más amables. Hughes dice más cosas, muy enojado, pero no los quiero fatigar. Es Navidad, ya lo sé, seamos buenos. Nos encontramos la semana que viene y brindamos. Están invitados al club del Viejo Smoking, como siempre, aunque justo esta vez no tenemos villancicos. Es acá.
 


Al idioma del fútbol le gustan los apodos.

Algunos muy buenos, otros desafortunados.

Hasta el domingo que viene y Feliz Navidad.

Cecilia

 

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