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Todo en todas partes al mismo tiempo: ¿qué aprendí de la película?

por Luis Ruiz.

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ADVERTENCIA: Este texto contiene spoilers de la película Everything everywhere all at once. Si quieres verla antes de leerme, está disponible en Amazon Prime Video y para renta y venta en YouTube.

El pasado domingo 12 de marzo fueron los premios Oscar (quien me conoce sabrá que es como mi navidad) y la película que arrasó en la ceremonia fue Todo en todas partes al mismo tiempo, dirigida por el dúo creativo Daniels y protagonizada por Michelle Yeoh, Stephanie Hsu, Ke Huy Quan y Jamie Lee Curtis.

En la película, Evelyn (Yeoh) es una inmigrante china en los Estados Unidos que, junto con su marido Waymond (Quan), es dueña y atiende una lavandería con la que tiene severos problemas fiscales. Su vida es monótona, poco emocionante y hasta decepcionante para sus expectativas. Ambxs tienen una hija, Joy (Hsu), a la que Evelyn no entiende en lo absoluto: sobre todo le cuesta trabajo aceptar que su hija está en una relación sexoafectiva con otra mujer.

Un día, una versión de Waymond de otro universo aparece mientras Evelyn enfrenta una auditoría de la IRS (como el SAT gringo) y le dice que de ella depende salvar el multiverso, que está siendo amenazado por una mujer ultra poderosa llamada Jobu Tupaki, que —eventualmente sabremos— es una versión de su hija Joy. Para esto, debe saltar entre universos e ir tomando habilidades de versiones alternas de sí misma, que resultan ser una confirmación de todo lo que —bajo otras condiciones— su vida pudo haber sido.

La película es imposible de resumir en unos cuantos párrafos, y toda descripción escrita se quedaría corta al intentar describir el alucinante espectáculo que, entre muchas otras cosas, incluye un universo en el que Michelle Yeoh y Jamie Lee Curtis tienen un amorío lésbico y dedos enormes en forma de salchicha, y una bellísima secuencia en la que dos piedras conversan y te hacen deshidratarte de tanto llorar. Sin embargo, desde la primera vez que la vi (hasta ahora llevo cinco) no he dejado de pensar en ella.

Hoy, con motivo del triunfo de una película con un pequeño presupuesto y un corazón enorme, les quiero contar lo que he aprendido de tanto pensar en Todo en todas partes al mismo tiempo, el nuevo clásico de Daniels.

Toda persona a la que conocemos tiene el potencial de ser amada por nosotrxs.

En la película, Deirdre (Jamie Lee Curtis) es la enemiga mayor de Evelyn (Michelle Yeoh). Es esta funcionaria pública cerrada, amargada y —pareciera— con ganas de joder con la que todxs nos hemos enfrentado alguna vez. Y, sin embargo, en un universo alterno, son una el amor de la vida de la otra.

Mientras en el universo en el que vive nuestra Evelyn (la protagonista) no hay conversación que estas dos mujeres tengan que no termine en amenaza, pleito o insulto, un vistazo a otro universo nos muestra a esta pareja abrazada tiernamente, sosteniéndose con manos que incluyen enormes dedos de salchicha, una tocando con sus pies una melodía en el piano, compartiendo un momento de intimidad y pasión.

La tesis se comprueba al final de la película, cuando las condiciones de ambas han cambiado y se han tenido las confrontaciones necesarias, Deirdre y Evelyn pueden hablar, compartir un momento de empatía y entenderse la una a la otra. Podemos —si cambiamos socialmente las condiciones que nos dividen— entendernos, platicar, abrazarnos y pasar de odiarnos a amarnos.

La bondad es otra forma de luchar.

Waymond (Ke Huy Quan) en todas sus versiones es el mejor hombre de la historia del cine. Pinche viejononón, en serio. Una de las cosas más bellas del guion de los Daniels es el papel que le dan a este personaje, que lejos de replicar las conductas de los héroes masculinos típicos de las películas, se coloca en un lugar distinto: dialogando, intentando entender y explicar, siendo paciente, amoroso.

En una parte clave de la película, Waymond le confiesa a Evelyn y a Joy que, aunque su manera de ver el mundo es distinta a la de ellas, también pelea por lo que cree, a su forma: “Crees que soy amable porque soy ingenuo, y quizás lo soy. Es estratégico y necesario. Así es como lucho”.

Me recordó al concepto de ternura radical acuñado por Dani d’Emilia y Daniel B. Coleman, en un mundo que prioriza lo convencionalmente masculino (la agresión, el poder, la fuerza), es revolucionario y transgresor luchar desde el amor, la ternura, la bondad, la amabilidad y el cariño.

Nuestras mamás y papás también son hijxs, con todo lo que esto implica.

A Evelyn lo que más le cuesta en la película no es aceptar a su hija como mujer queer, sino compartírselo a su anciano y tradicionalista padre, quien —sospecha— se decepcionará de ella y sus decisiones de maternidad. Está especialmente nerviosa porque Joy insiste en presentar a Becky con su abuelo como lo que es: su novia.

Más adelante en la película nos damos cuenta de lo que ha vivido Evelyn junto a su padre: cómo él sintió decepción desde que supo que tendría una hija y no un hijo, la forma en que la rechazó por decidir casarse con Waymond, las presiones a las que la sometió siempre.

En un momento climático de la película, Evelyn toma la decisión de enfrentarse a su padre, diciéndole: “No estoy dispuesta a hacerle a mi hija lo que me hiciste a mí”. Ahí me puse a pensar en cómo lo que hacen nuestras madres y padres es, en gran medida, producto de su historia.

Evelyn —como todas las personas del mundo— tiene heridas producto de su historia y sus vivencias. Y es desde ahí desde donde actúa, provocando en más de una ocasión daño en su hija y esposo. Entender que quienes nos crían lo hacen desde sus heridas (algunas abiertas, otras cicatrizadas) nos permite —si bien no justificar las violencias— comprender que estamos haciendo lo que podemos con lo que tenemos y que sanar colectivamente y desde la empatía es una solución efectiva para mejorar nuestras relaciones.

Todxs necesitamos que nos miren, y no siempre encontramos la mejor manera de lograrlo.

Joy, convertida en Jobu Tupaki, quiere acabar con todos los universos. Persigue a las distintas versiones de su madre, aparentemente, para destruirlas. Hacia el final del segundo acto, confiesa la verdad: nunca quiso matarla, simplemente buscaba hacerla recorrer el multiverso para que viera lo que ella veía. ¿Cuántas veces hemos sido agresivxs con la gente que nos ama porque queremos nos miren?

A veces no encontramos otra forma de llamar la atención de quienes nos importan más que gritar, o ignorar, o insultar. ¿Está bien? No. Puede ser muy dañino para todas las personas involucradas. Pero creo que a todxs nos toca (re)construir relaciones en las que podamos comunicarnos en confianza, paz, respeto y amor profundo. Solo así el escenario será distinto.

Las madres y padres, cuando abrazan y sostienen, salvan vidas.

Pocas veces en mi vida una escena de acción me ha hecho llorar. En la batalla final de la película, Jobu/Joy está lista para destruirlo todo —y destruirse a sí misma— y le implora a su madre que la deje ir, que la suelte. Evelyn, desesperanzada y exhausta, casi lo hace, pero decide jalarla hacia ella, abrazarla, sostenerla y decirle que, sin importar la infinidad de lugares en los que podría estar, siempre decidirá estar junto a ella.

No es fácil, a Joy le cuesta en el alma aceptar tomar la mano, pero finalmente decide quedarse junto a su madre. En un mundo que violenta y vulnera a las personas LGBTQ+ por ser quienes somos, tenemos que dimensionar el enorme papel que desempeñan las madres y padres que acompañan, aman y —a veces aún frente a la indiferencia o el rechazo de sus hijxs— deciden quedarse a su lado incondicionalmente. Son ellas y ellos quienes salvan vidas.

El amor es profundamente imperfecto.

Ningún personaje en esta película es perfecto. Tampoco se caen bien en todo momento. A veces no tienen ni un diminuto pensamiento en común. Y esto lo resume Evelyn en su último monólogo, en el que le dice a Joy que tiene razón, que no tiene sentido que ambas quieran estar juntas en lugar de en cualquier otro rincón de los múltiples universos que pueden habitar… y sin embargo, sin importar qué pase, siempre terminan queriendo estar una con la otra.

Un detalle que me encanta es que al final, después de todo lo vivido y sanado, Evelyn mira el corte de cabello de la novia de su hija y le dice: “tienes que dejarte crecer el cabello”. Es un detallazo porque demuestra que aún cuando hay amor, aceptación y tolerancia, la otra persona nunca será esa versión idealizada que a veces construimos en nuestro cerebro.

Nuestras mamás y papás, nuestrxs hijxs, parejas, aquellxs a quienes amamos, nunca van a ser eso que ciertos discursos progre y cuentas de redes sociales nos dicen que tenemos que ser para estar “verdaderamente deconstruidxs”. Tampoco serán lo que en la escuela nos enseñaron que era “correcto” o “bien portadx”. Pero harán lo mejor que puedan. Y haremos lo mejor que podamos. Y eso será suficiente.

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